Jaime Bayly: ¿El gobierno o yo?

Está claro que el gobierno no cuida mi salud cuando estoy sano. Yo debo cuidarla. Cuidarla cuesta dinero

El inefable Barclays, escritor fantasmagórico, charlatán incombustible, se pregunta: ¿Quién cuida mi salud cuando estoy sano? ¿El gobierno o yo? Porque estar sano, mantenerme saludable, cuesta dinero, no poco dinero. ¿Quién paga las cuentas farmacéuticas de mantenerme sano? ¿El gobierno o yo? Las cuentas son onerosas y tienden a crecer. Gasto centenares de dólares mensuales en tres medicamentos para regular la bipolaridad. Gasto verdaderas fortunas en tres medicamentos para evitar la depresión o mitigarla. ¿Quién paga esos seis medicamentos de avanzada para cuidar mi salud mental? ¿El gobierno o yo? Luego debo comprar dos medicamentos absurdamente caros: uno para no volverme impotente, pues las pastillas contra la depresión aminoran el deseo sexual, y otro para que no se me caiga el pelo. También debo comprar varios frascos de vitaminas y suplementos. ¿Quién paga esas pastillas? ¿El gobierno o yo? Si dejo de tomar esas pastillas que debo ingerir diariamente, tres para la bipolaridad, tres para la depresión, dos para la vanidad, además de vitaminas y suplementos, ¿quién sufriría las consecuencias? ¿Quién sufriría picos maníacos de grandeza y se hundiría en los sótanos oscuros de la depresión? ¿Quién se quedaría impotente, se volvería calvo? Si, por ahorrar todo lo que gasto en esas pastillas que tomo diariamente, dejo de comprarlas, dejo de tomarlas, ¿quién se volvería tan miserable y abatido, tan triste y confundido, que probablemente moriría o se quitaría la vida? ¿El gobierno o yo? Y, cuando muera, o cuando me mate, como consecuencia de mis desbalances químicos, mis fallas genéticas, ¿quién pagaría mi cremación o mis funerales? ¿El gobierno o mi viuda? ¿El gobierno o mi madre?

Barclays razona: Está claro que el gobierno no cuida mi salud cuando estoy sano. Yo debo cuidarla. Cuidarla cuesta dinero. Para cuidarla debo trabajar, ganar dinero. Si no trabajo, si no gano dinero, no podría cuidar apropiadamente mi salud. Si no la cuidase, mi vida estaría en riesgo. Pero cuidarla o no cuidarla depende enteramente de mí. Yo y yo solo enfrentaré las consecuencias positivas de cuidarla, o las consecuencias negativas de no cuidarla. Es decir que, en los veinte mil días o poco más que llevo vivo, no ha sido nunca el gobierno quien me ha cuidado la salud, quien ha pagado el cuidado de mi salud: he sido yo mismo, o mis padres cuando era menor de edad, y luego yo mismo, ya siendo adulto.

Barclays se pregunta luego: Y cuando me he enfermado, ¿quién ha cuidado mi salud? ¿El gobierno o yo? Barclays recuerda: He estado tres veces al borde de la muerte, tuve que ser hospitalizado de urgencia esas tres veces. Mi primera cita a ciegas con la muerte ocurrió cuando tenía veintiún años. Quise matarme. Tome un frasco entero de somníferos. Colapsé. Me llevaron a una clínica. Me limpiaron el estómago. Me salvaron la vida. ¿Quién pagó la cuenta de la clínica? ¿El gobierno o yo? Yo, desde luego. Soy tan torpe que ni siquiera supe suicidarme correctamente. Mi segunda escaramuza con la muerte ocurrió cuando me atropellaron montando en bicicleta. Salí volando. Literalmente volé. Al caer, perdí el conocimiento. Desperté en un hospital. ¿Quién pagó la cuenta del hospital? ¿El gobierno o yo? Yo, por supuesto. La tercera y más peligrosa refriega con la muerte ocurrió cuando se me reventó el conducto biliar, obstruido por los residuos químicos de tantos somníferos que me administraba yo mismo, sin intervención médica. Me operaron de urgencia. Me había puesto todo amarillo. No podía caminar. Fue el peor dolor que jamás experimenté. La operación costó una fortuna. ¿Quién pagó la cuenta? ¿El gobierno o yo? Barclays responde: en ninguno de esos tres casos, yo tenía seguro médico. Los seguros médicos son una estafa. La aseguradora siempre gana, el asegurado casi siempre pierde. Yo pagué la cuenta. En los tres casos en que estuve cerca de morir, pagué por las atenciones médicas para salvarme la vida. Yo pagué todo. El gobierno no pagó nada.

Barclays concluye tentativamente: Cuando estoy sano, yo cuido mi salud, yo pago por el cuidado de mi salud. Cuando estoy enfermo, yo pago por las atenciones médicas, yo pago para recuperar la salud. El gobierno no me ayuda cuando estoy sano ni cuando estoy enfermo. El gobierno se abstiene de cuidar mi salud. El gobierno no me ofrece un seguro médico gratuito para cuidar mi salud. El gobierno me dice: tu salud es tu problema, tu cuerpo es tu problema, el costo de mantenerte saludable lo pagas tú, no yo. De hecho, piensa Barclays, yo pago el costo de mantenerme sano y también el de mantenerme vivo: yo pago mis comidas y bebidas, no el gobierno; yo pago mi casa, no el gobierno; yo pago mi ropa, no el gobierno; yo pago mis artículos de higiene, no el gobierno.

Así las cosas, piensa Barclays, parece evidente que toda mi vida, que ya suma cincuenta y cinco años, más de veinte mil días, yo he tenido que cuidar mi salud y he pagado los costos para estar sano y he pagado los costos cuando me he enfermado. El cuidado de mi salud ha sido un asunto mío, personal, individual, algo que se ha situado en el ámbito o la jurisdicción de mi libertad. Yo gobierno libremente mi cuerpo, mi salud, mi futuro: no lo hace el supremo gobierno, ni los burócratas de turno. Si lo hago bien, disfruto del bienestar. Si lo hago mal, sufro el malestar. En cualquier caso, yo gobierno, yo decido, yo elijo los riesgos, yo pago. El gobierno mira desde lejos y, si acaso, me desea suerte, pero no interviene.

Barclays razona: Ahora mi salud, la salud de todos, está amenazada por un nuevo riesgo, jaqueada por una enfermedad inédita, de reciente generación. Ese nuevo riesgo es el coronavirus. Se contagia fácilmente. No hay vacuna. No hay tratamiento antiviral. Es mucho peor que la gripe común. Mata a tres personas de cada cien que infecta. Mata sobre todo a la gente de edad avanzada. Yo tengo cincuenta y cinco años, me temo que eso califica ya como edad avanzada. Mata sobre todo a personas con problemas anteriores de salud. Yo tengo los bronquios y los pulmones a la miseria. Estoy en zona de riesgo. Soy vulnerable. Podría matarme. Esa gripe maléfica y de momento incurable, el coronavirus, es treinta veces más letal que la gripe común. Ahora bien, la gripe común también se contagia fácilmente, también se transmite de persona a persona, también ataca a inocentes, también mata, aunque menos. Y los gobiernos, ningún gobierno, prohíbe a la gente salir a la calle, a trabajar, por temor a que alguien se contagie de la gripe común, o a que alguien que ya la tiene se la pase a otro inocente, poniendo en riesgo su salud y muy improbablemente su existencia. De manera que los gobiernos no aplican la cuarentena por la gripe común, porque la tasa de mortalidad de baja: 0.1 por ciento sobre el total de los infectados. Pero muchos, muchísimos, se infectan. En el país donde vivo, los Estados Unidos, piensa Barclays, mueren unas cincuenta mil personas cada año, víctimas de la gripe común. Ahora, por culpa del coronavirus, una gripe muchísimo más mortífera, podríamos morir un millón, dos millones de personas contagiadas. ¿Justifica eso que el gobierno prohíba que la gente salga a la calle, que la gente trabaje? ¿Cincuenta mil muertes por gripe común son aceptables, pero un millón de muertes por coronavirus son inaceptables? ¿Quién traza la línea roja de lo que es aceptable o inaceptable? El gobierno. ¿Y qué es el gobierno, quiénes son el gobierno? Generalmente, diez o quince personas asustadas, estresadas, confundidas. ¿A qué temen? Al repudio masivo de quienes antes confiaron en ellas, votaron por ellas. Al decretar la cuarentena, ¿los señores del gobierno quieren salvar nuestras vidas, o quieren salvar sus vidas públicas, sus carreras políticas? Pero, sobre todo, cuando el gobierno me dice dame tu libertad, entrégame tu libertad, que yo cuidaré tu salud mejor de lo que tú mismo podrías cuidarla, ¿es eso cierto? ¿Quién cuida mejor mi salud? ¿El gobierno o yo? ¿Quién tiene más pavor de que me contagie del coronavirus? ¿El gobierno o yo? ¿Quién tiene más terror de que me muera? ¿El gobierno o yo? Claramente, no quiero contagiarme, no quiero morir. Ciertamente, haré todo lo posible para no contagiarme, no morir. No necesito que el gobierno me lo recuerde. Es el instinto humano más poderoso, el instinto de sobrevivir.

Los enemigos de Barclays le dicen: al defender tu libertad personal, el gobierno irrestricto de tu cuerpo, sobre el bien común, sobre el interés general, sobre la salud pública, estás siendo irresponsable y egoísta. Lo azotan una y otra vez con el mismo látigo moralista: tú tienes derecho de exponerte a los riesgos de contagiarte, tienes derecho de contagiarte, pero no tienes derecho de contagiar a otros, y si sales a la calle, si no hay cuarentena, pondrás en riesgo la salud de otros, infectarás a otros y hasta matarás a otros, es decir que otros morirán por tu culpa, por culpa de tu egoísmo y tu irresponsabilidad. Barclays se dice a sí mismo: nadie debería estar obligado a quedarse en casa, como nadie debería estar obligado a salir de casa. Si yo salgo de mi casa porque deseo trabajar, corro el riesgo de contagiarme. Pero si otra persona más prudente, o cautelosa, o temerosa, decide quedarse en casa, ¿cómo podría yo contagiarla, a no ser que invadiera su casa? Ahora bien, yo podría contagiar, sí, a otra persona que, como yo, elije libremente el riesgo de salir de casa, pero ese riesgo funciona de ida y vuelta, porque esa persona, al salir, también podría infectarme a mí, que elegí salir a trabajar. De modo que ambos corremos libremente ese riesgo: elegimos trabajar, a riesgo de contraer la gripe maléfica. ¿Debe el gobierno, en aras de cuidar nuestra salud, prohibirnos salir de casa, prohibirnos trabajar? Si lo hace para cuidarnos la salud y salvarnos la vida, ¿por cuánto tiempo debe hacerlo? Porque el virus no se irá en dos semanas, ni en cuatro, ni en seis, ni en ocho. No se irá en tres meses. No se irá en medio año. Solo se irá, si acaso, cuando encuentren la vacuna, y eso podría tardar un año. Entonces, si esta nueva gripe tanto más mortal que la común nos tendrá amenazados un año, ¿debe el gobierno prohibirnos salir a la calle, prohibirnos trabajar, durante medio año, o un año, con el argumento de que ellos, los del gobierno, cuidan nuestra salud mejor que nosotros mismos, los ciudadanos? Barclays se preocupa, se angustia: Y todas esas semanas o meses que el gobierno nos tendrá en cautiverio, encerrados, bajo arresto domiciliario, ¿quién pagará mis cuentas? ¿El gobierno o yo? ¿Quién comprará mis comidas, mis bebidas, mis medicinas? ¿El gobierno o yo? Y si, por no ir a trabajar, la empresa en la que trabajo me despide, ¿quién me pagará mi sueldo, todos los meses que el gobierno me tendrá confinado en mi casa, prohibido de salir, de trabajar? ¿El gobierno? No, claro que no: si me despiden, si la empresa en que trabajo quiebra, el gobierno no me pagará mi sueldo, nadie me contratará en un año. Como mucho, el gobierno me dará un bono, un regalito, pero eso me alcanzará, si acaso, para solventar los gastos de una semana, no más. Entonces, ¿quién pagará los costos de prohibirme trabajar, de no cobrar mi sueldo, de quedarme desempleado durante meses? ¿El gobierno o yo? ¿Quién tendrá que usar sus ahorros de toda la vida, si acaso tiene ahorros, para subsistir? ¿El gobierno o yo? Debido a que el gobierno quiere cuidarme la salud y evitar a cualquier precio que me contagie del coronavirus, muy probablemente me quedaré sin trabajo, sin sueldo, sin ahorros, sin futuro laboral. ¿No hubiera sido menos malo, menos dañino, contraer la maldita gripe, derrotarla en dos semanas, volverme inmune, pero preservar mi trabajo, seguir cobrando mi sueldo, no vaciar mis ahorros, no quedarme en bancarrota personal y familiar? ¿Quién debe decidir si quiere trabajar a riesgo de contraer la gripe, o si prefiere no trabajar y quedarse en casa para no correr el riesgo de contraerla? ¿El gobierno o yo? Si a muchas personas pobres, paupérrimas, sin ahorros, sin casa propia, sin un empleo formal, les damos a elegir, en el uso de su propia libertad, si prefieren continuar trabajando a riesgo de enfermarse dos semanas, o si prefieren quedarse indefinidamente en casa, sin trabajar, sin ganar dinero para subsistir, para no enfermarse por el momento, ¿qué decidiría la mayoría? Probablemente, salir a trabajar, agriparse, derrotar al virus, volverse inmune, pero subsistir, no perder el empleo, no morirse de hambre. Barclays piensa: Cuando levanten la cuarentena, el virus no habrá desaparecido y la vacuna no estará todavía disponible. Pero muchas, muchísimas personas, se habrán quedado sin trabajo y sin ahorros. Y, por las buenas o por las malas, saldrán a la calle a trabajar, a subsistir. Y en ese momento el riesgo de enfermarse no habrá sido conjurado: solo habrá sido pospuesto, aplazado.

Barclays concluye: Si, tarde o temprano, con cuarentena o sin ella, todos estaremos expuestos a la enfermedad, todos correremos el peligro de contagiarnos, entonces no carece de lógica pedirles a los señores del gobierno que dejen que cada ciudadano decida si quiere salir o no salir de casa, si quiere trabajar o no trabajar. ¿Es mejor estar en casa, desempleado y arruinado, pero sin la gripe, que trabajando y cobrando un sueldo, aunque expuesto a la gripe? Recordemos: la gripe no mata a todos los contagiados, mata a tres de cada cien. Enojado con el gobierno intrusivo que pretende cuidar su salud y gobernar su cuerpo, Barclays remata: Prefiero ser un hombre libre, aunque pasajeramente enfermo, que un prisionero con estupenda salud.