El líder religioso con 15 esposas que provocó la masacre de Waco

Ya en 1983 David Koresh afirmaba ante la gente que empezaba a rodearlo que él había recibido el don de la profecía. Nacido en 1959, a los 24 años la palabra del muchacho de Houston ya tallaba profundo entre los fieles de la Iglesia Davidiana de la Rama. A muchos de esos que lo miraban mesiánicamente los convenció de morir a su lado. Fue en un rancho de Waco, Texas, una década después.

Por Clarín

La masacre de Waco -así fue considerado ese suicidio colectivo inducido- fue televisada en vivo y se transformó en una de las mayores tragedias civiles de los Estados Unidos que aún hoy tiene más oscuros que claros por la polémica intervención que tuvo el FBI.

David Koresh no era su nombre real. Se llamaba Vernon Wayne Howell, era hijo de una chica de 15 años, Bonnie Sue Clark, y un joven irascible de 20, Bobby Howell, quien dos meses después de su nacimiento ya se había ido con otra mujer y nunca más volvería a ver a su hijo. Fue un chico solitario, alumno ordinario y de bajo relieve. Sus estudios primarios se caracterizaron por las dificultades de aprendizaje por su poca capacidad de atención y su dislexia.

Sin embargo, luego de que su mamá le cambiara el nombre por el que lo haría tristemente famoso, empezaría a sorprender a todos con algo: a los 11 ya recitaba casi de memoria el Nuevo Testamento, manejando los tiempos y la expresividad con maestría actoral. Al cumplir los 19 dejó embrazada a una niña de 15 años con la que tuvo un hijo. Ese hito en su vida hizo que “naciera de nuevo” y se volcara al cristianismo que profesaban los cultores de la Iglesia Adventistas del Séptimo Día, feligresía de donde fue expulsado tiempo después cuando intentó, enamorado, quedarse con la hija del pastor principal de su orden. Corría el año 1981.

Entonces tomó otra decisión. Había llegado el momento de buscar su camino de inmensidad. Primer paso, mudarse a Waco, Texas, una zona de campos y cultivos dominada por las praderas, equidistante de Houston, Austin y Dallas, las grandes urbes de ese estado sureño. Allí se unió a los Davidianos, un hermético grupo religioso originado como un desprendimiento de los adventistas del séptimo día.

El conjunto se había instalado en esa zona en 1955, y su centro de operaciones era un rancho estilo texano en las afueras de la ciudad. Lo llamaron Mount Carmel, en homenaje al Monte Carmelo bíblico. Los orígenes de la congregación, a la que muchos pobladores ya empezaban a llamar «secta» poco tiempo después de haberse afincado en la región, se remontaban a 1934.

Los «davidianos de Waco» eran ex miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo día y seguidores ciegos de su fundador, Victor Houteff, un inmigrante búlgaro también echado de la parroquia original, había sido expulsado de la misma tras ser acusado de disidente por los jerarcas de dicho culto. El hombre, de carácter fuerte y dominante, tenía su propia ley, con Corte Suprema incluida. Allí iban a parar aquellos que cuestionaban su palabra, entregada en cuerpo y alma a la difusión de su particular interpretación del libro de las revelaciones del Apocalipsis.

El mesías y sus abusos​

Hacia ​1988 Koresh, ya dominaba por completo al cada vez más pequeño grupo de adoradores. El éxodo de fieles se venía produciendo lentamente desde tiempo atrás. El «mesías» se hallaba al frente de la secta desde 1984, tras un tiroteo con el hijo del anterior dirigente de la secta, George Roden. Koresh estaba convencido de ser la reencarnación de Jesucristo.

Aprovechando su autoproclamación de nuevo Dios, subyugaba a sus discípulos con su profundo conocimiento de la Biblia, y lograba seducir a las mujeres convenciéndolas para que mantuviesen relaciones sexuales con él porque «esa era la voluntad de Dios». A los 33 años, su teoría de la poligamia le permitía tener 15 esposas.

​Los años fueron transcurriendo a la par del hermetismo. Los rumores eran cada vez más fuertes y como en todo pueblo chico, el infierno era grande. ¿Que ocurría intramuros en el Mount Carmel? Esa era la gran pregunta de todos en Texas.

Un periódico local estaba a punto de desvelar su brutales conductas: fue acusado de haber convertido el rancho de Monte Carmelo en un harén y de abusar de niños.

Eso fue el principio del fin. ​Algunos desencantados habían dejado la secta y denunciado sus irregularidades a fines de 1992. El FBI ya había sido alertado de la situación compleja que se vivía puertas adentro, y de lo dificultoso que sería convencer a un centenar de fanáticos religiosos que lo mejor era abandonar esa cruzada.

Muchos empezaron a escaparse en enero y febrero de 1993. Ya no daba para más. Adentro no había TV ni radio. Estaban prohibidas por Koresh, que también impedía la salida y la entrada de todos, desoyendo los ruegos de las autoridades del gobierno del presidente Bill Clinton. Hacia marzo, el Dios texano había logrado retener a sus 76 fieles más radicalizados.

Agentes federales ya rodeaban la enorme estructura del Mount Carmel. Empezaría el asedio final, que arrancó siendo dialoguista y terminó de la peor manera.

El trágico 19 de abril

«Si el FBI trata de penetrar en el rancho del Apocalipsis sus agentes serán consumidos por el fuego», amenazaba Koresh, que ya llevaba 50 días atrincherado, con muchas armas en su poder. ¿Ya tenía todo planeado  y sabía que incendiaría esas vidas en caso de la irrupción de las fuerzas federales? Los davidianos se habían atrincherado después de que el 28 de febrero el Departamento de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego (ATF) de Estados Unidos llevara a cabo una redada en sus instalaciones alertados por la presunta presencia ilegal de armas, precisamente. Por lo tanto, Koresh ya tenía un destino de cárcel totalmente asegurado.

El 19 de abril de 1993, la cuerda se estiró a su punto límite. Presionado por todo un país que seguía en vivo lo que iba pasando en el rancho, el FBI dio el ultimátum: todos salían pacíficamente o ellos entrarían a liberar el área. Pero antes de que eso ocurriera, el infierno se encendió.

De un segundo a otro, el rancho Mount Carmel, en el centro del inmenso verde de Texas, fue noticia mundial al verlo arder provocando la muerte de los miembros de la secta -19 hombres, 34 mujeres y 23 niños-, a los que se sumaron cuatro policías durante un tiroteo con los últimos rebeldes armados. Mientras, la nación entera veía la operación policial de desalojo por televisión.

«Sentaos y esperad sencillamente hasta ver a Dios», decía Koresh a sus seguidores mientras las llamas devoraban la estancia. La tragedia se inició a las 5.30 de la mañana, tras la notificación telefónica por parte del FBI al líder del inminente asalto del complejo, exigiendo su rendición inmediata. Media hora después, al no recibir respuesta, se movilizó un tanque M-728 hacia el extremo oeste del complejo y perforó las paredes lanzando gases lacrimógenos en su interior.

Durante cinco horas los davidianos respondieron con balazos los intentos del Gobierno de desarticular la situación. A las 12.08 empezó a verse humo que salía del interior del rancho. Veinte minutos después, la escena ya era propia del Dante. Las cámaras de televisión, a tan solo un kilómetro y medio de distancia, retransmitían en directo los atroces acontecimientos. Los bomberos tardaron tres cuartos de hora en llegar, y cuando lo hicieron no tenían agua porque las autoridades habían cortado el suministro hacía semanas a fin de forzar la salida de los davidianos.

Solo siete hombres y una mujer lograron sobrevivir. El gobierno de Clinton pagó un altísimo costo social por las deficiencias del operativo, y más luego de que se filtrara que fue el mismísimo presidente el que dio la orden del asalto final al rancho. Como suele ocurrir en esos casos, los folios de cada uno de los archivos oficiales se fueron cerrando rápidamente. Cuanto menos se supiera, mejor.

Cuando los peritos identificaron los cuerpos calcinados determinaron que el de David Koresh había recibido un disparo de arma corta en su cráneo. Nunca, hasta hoy, quedó claro si se había suicidado o fue ejecutado por alguno de sus fieles en una rara mezcla de locura y raciocinio tardío.

Pero algo le faltaba a la tragedia. ​Dos años después, también un 19 de abril, Timothy McVeigh, un veterano del ejército estadounidense, armó un camión-bomba y lo estrelló en la entrada del edificio de la Oficina de Alcohol, Tabaco y Armas (ATF) en la ciudad de Oklahoma, matando a 168 personas, en lo que fue el atentado más sangriento hasta entonces de la historia de Estados Unidos.

Su intención fue conmemorar aquel horror vivido en Waco y expresar su sentimiento de venganza en honor a ese chico que a los 11 años sabía casi de memoria el Nuevo Testamento.

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