Moisés Naím: ¿Qué va a hacer Putin?

Según Strobe Talbott, un respetado experto en Rusia quien, además, fuera subsecretario de Estado de Estados Unidos, “Putin ha dañado la economía de Rusia, disminuyó su influencia internacional, contuvo su  modernización, transformó vecinos en enemigos  y revitalizó a la OTAN”.

 

Sergei Ivanov no está de acuerdo.  Para este ex agente de la KGB y quien es ahora el jefe de gabinete  de Vladimir Putin, “Estados Unidos y sus aliados son una amenaza para Rusia. Con la excusa de promover la democracia lo que realmente buscan es derrocar a regímenes que no pueden controlar”.

 

La implicación lógica de este punto de vista  es que  Putin,  como líder de Rusia, esta simplemente defendiendo a su país.  Es por ello que,  a veces, se ha visto obligado a solidarizarse y apoyar rebeldes pro rusos en países como Ucrania o Georgia, por ejemplo. O tomar Crimea. Sus críticos  argumentan que estos “rebeldes pro rusos” no son más que efectivos del ejército ruso que – despojados de las insignias que los identifican como tales– son infiltrados por el Kremlin en los lugares donde la inestabilidad favorece sus expansionistas  aventuras bélicas.

 

El interés por entender las motivaciones y objetivos de Putin es obvio. El mundo sería mucho más estable si en vez de las  tensiones y fricciones (que muchos han llamado la nueva guerra fría) que actualmente caracterizan  las relaciones entre el gigante ruso y Europa y Estados Unidos hubiese una distensión entre ellos. Esto permitiría, entre otras cosas, que pudiesen intervenir coordinadamente en los grandes problemas de interés mundial,  del cambio climático al terrorismo y de la proliferación nuclear a las guerras en el Medio Oriente.

 

Lamentablemente,  la probabilidad de que se de este escenario de distensión y hasta de una mayor colaboración entre Rusia y las potencias occidentales es  muy baja. Las razones para que las fricciones continúen son muchas,  pero la principal tiene que ver con la brecha en la percepción  que existe entre Rusia y las democracias occidentales con respecto a las razones por las cuales en el mundo han proliferado las protestas callejeras antigubernamentales. Putin  y la elite política  que rige los destinos de Rusia están convencidos que estas  protestas  son artificiales y parte de un endiablado y secreto plan de Estados Unidos. Las revoluciones de colores que a comienzos de este siglo depusieron o desestabilizaron a múltiples gobiernos, de Ucrania a Georgia, o las revoluciones de la Primavera Árabe, son vistas por el Kremlin como ejemplos de un nuevo tipo de amenaza que se cierne sobre Rusia. Es una nueva forma que tienen sus adversarios para atacarlos. Según Sergei Lavrov, el ministro ruso de relaciones exteriores “es difícil resistir la impresión de que el objetivo de las varias ‘revoluciones de colores’ y otros esfuerzos para derrocar gobiernos ‘incómodos’  es provocar caos e inestabilidad”. En  la Asamblea General de Naciones Unidas, Lavrov propuso que se declarara inaceptable la interferencia en los asuntos domésticos de estados soberanos y que ningún país reconociera  cambios de gobiernos producidos por un golpe de estado.

 

Iván Krastev, un agudo observador, notó que el temor del Kremlin a las protestas de su propia gente ha hecho que “Moscú, que una vez fuera el combativo centro de la revolución comunista mundial, ahora se ha transformado en el más feroz  defensor de los gobiernos cuyos descontentos ciudadanos protestan en las calles”.  Según Krastev, lo que  Rusia espera del resto del mundo –y concretamente de las democracias occidentales– es algo que ningún gobierno democrático puede prometer: que la Rusia de Putin no va a ser sacudida por las masivas protestas de una población que rechaza el modelo político y económico que se les ha impuesto. Y además  que, de darse estas protestas,  los gobiernos occidentales y los medios de comunicación,  las van a condenar, apoyando así  automáticamente a quienes mandan en el  Kremlin. La premisa en la que se basa esta exigencia es que estas protestas jamás podrían ocurrir de manera espontánea, sin la intervención de potencias extranjeras y sin que tengan lideres claramente definidos.

 

De Hong Kong a Brasil y de Tunes a Tailandia hay abrumadoras evidencias de que en esto el Kremlin se equivoca.  Las protestas suelen ser espontáneas, no tienen una organización jerárquica y no responden a una coordinación central.  Muchas veces ni siquiera  tienen líderes. En lo que no se equivocan  es en temer que algún día millones de rusos hartos de Putin y su grupo salgan a la calle a exigir un futuro distinto.

 

@moisesnaim