Luis Vicente León: ¿Si hay un solo preso político?

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Podemos tener diferentes formas de pensar y actuar. Podemos soñar con modelos económicos y políticos distintos. Podemos debatir, criticarnos y retar ideas y planeamientos. Podemos estructurarnos y articularnos en partidos u organizaciones divergentes y en pugna. Podemos ser marcadamente diferentes entre nosotros, a pesar de provenir del mismo país, compartir el mismo espacio y vivir juntos. Total, somos distintos ¿y qué?

Pero hay algo sobre lo que, indispensablemente, tenemos que estar de acuerdo: las reglas de juego, comunes e inviolables, a través de las cuales debemos dirimir nuestras diferencias y tomar decisiones, nos gusten o no, para dar estabilidad y desarrollo al país.

La democracia no es un sistema de consensos. Dios nos libre, nos ampare y nos favorezca. Todo lo contrario, es un modelo para dirimir el disenso natural que existe entre hombres y mujeres libres. Moderados, radicales, civiles, militares, de izquierda, de centro, de derecha, opositores, oficialistas, lo que te dé la gana de ser.

Los modelos políticos y los gobiernos que exigen a todos pensar igual, y especialmente alineado con quienes detentan y controlan el poder,  son, por definición, los autocráticos e irrespetuosos de la libertad. Sólo esos modelos pretenden obligarte a pensar que los buenos son quienes piensan como ellos y los malos son todos los demás. La democracia promueve el debate y la diferencia de ideas y ordena civilizadamente la discusión y la toma de decisiones. Exige tener instituciones sólidas, serias, profesionales, insesgadas y, sobre todo, independientes, que den respuesta adecuada y legal a las demandas de la población, no importa su tendencia política, para ejercer sus derechos.

Tratar de desconocer al adversario. Abusar del poder para bloquear sus derechos. Colonizar a las instituciones y usarlas al servicio de una ideología y no de la Constitución y las leyes. Tomar decisiones basadas en el interés de los grupos dominantes para mantener el poder y usarlas para violentar los derechos de quienes piensan distinto o quienes representan un peligro para la permanencia del “establishment” es una violación flagrante de la democracia. Pero el extremo de esa violación es perseguir, amenazar y apresar adversarios por sus ideas, por su trabajo político, por sus opiniones y críticas, por el cumplimiento de su función de informar y, sobre todo, como una estrategia (perversa), para amedrentar adversarios porque temen que puedan usar los canales constitucionales y legales para sustituirlos en el poder, respaldados por la mayoría de la población. En este sentido, los presos políticos son una aberración inaceptable. Son impresentables en el mundo moderno y decente. Son una vergüenza para el país y para todas las tendencias políticas y deberían serlo aún más para la izquierda, que ha sufrido, a lo largo de la historia, persecuciones y discriminaciones, contra las que deberían luchar, sin importar quién es el sujeto de ellas. Venezuela se llena cada día más de presos políticos, ante los ojos atónitos de propios y extraños. Esto nos llena de pena, pero también de energía. Esa que es necesaria para defender a los abusados y más aún si diferimos de sus ideas y propuestas, porque un verdadero demócrata no defiende sólo a quienes piensan como él, sino precisamente y con más fuerza a los que piensan distinto. Si hay un solo preso político, de conciencia o de opinión en Venezuela, todos los venezolanos estamos presos con él. Rescatar la democracia y la libertad pasa por liberar a todos los presos políticos en nuestro país y esa es una tarea ineludible e impostergable.

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