Jaime Bayly: Sueños

Jaime-Bayly

En aquellos tiempos, cuando volaba soñando, dormía tendido boca abajo, sin apoyar mi cabeza en la almohada, y no necesitaba tomar pastillas para conciliar el sueño, así comienza Jaime Bayly, su artículo de opinión.

Hace muchos años no sueño que vuelo. Antes soñaba que volaba y aquellos eran los sueños más felices. Vivía en otra casa de esta isla y soñaba que volaba sobre la isla, sobre el parque de la isla. No volaba como los pájaros, no movía los brazos como si fueran alas, volaba flotando en el aire, planeando, como si fuera una cometa impulsada por el viento. Han pasado fácilmente diez o quince años y ya no sueño con volar.

Es una lástima, lo echo realmente de menos, pero uno no elige sus sueños. Nunca soñé que volaba en Lima, la ciudad en que nací, ni que sobrevolaba como un cóndor por la casa enorme en que fui un niño: siempre que soñé que volaba, y aquellos eran sueños supremamente plácidos, dichosos, estaba en esta isla, tal vez porque en ninguna otra parte he sido tan libre y feliz como acá.

En aquellos tiempos, cuando volaba soñando, dormía tendido boca abajo, sin apoyar mi cabeza en la almohada, y no necesitaba tomar pastillas para conciliar el sueño. Además, era flaco, flaco sin esfuerzo, y no me costaba gran trabajo salir a correr, correr por la playa al final de la tarde. Fui flaco, flaco sin esfuerzo, flaco como es flaca mi madre, hasta los treinta y cinco años, después me fui al carajo por culpa de los chocolates, de los helados de chocolate, y también porque empecé a necesitar pastillas para dormir, cada vez más pastillas, y eso no ayuda a mantenerse delgado. Ahora duermo con pastillas, boca arriba, sobre una almohada ortopédica. Duermo con zapatos y con una pistola cargada al lado de mi cama por si vienen a matarme.

Duermo maravillosamente, como nunca he dormido, incluso mejor que cuando era flaco y dormía sin pastillas. Duermo diez, hasta doce horas corridas, un exceso, una obscenidad, una delicia. Y casi todas las noches sueño, y recuerdo luego mis sueños. Pero ya no sueño que vuelo, que sobrevuelo, que planeo. Ahora sueño recurrente, obsesivamente, con mujeres, con apartamentos, con una pelota de fútbol y con el idioma inglés.

Mis sueños con mujeres son sexuales, explícitamente sexuales. A pesar de que mi mejor pareja sexual ha sido la mujer que es ahora mi esposa, suerte la mía, no sueño sexualmente con ella, en realidad casi nunca sueño con ella, tal vez porque cuando sueño persigo personas o cosas que me resultan esquivas, huidizas, inasibles. No lo sé, solo cuento lo que sueño, no tengo una explicación racional. Sueño, principalmente, con Daniela, la mujer que me inició en el sexo y el amor, a quien no veo hace mil años, y con Sandra, que fue mi primera esposa. Estoy en Lima, tengo un pequeño apartamento en el piso más alto de un edificio, las ventanas están cubiertas no por cortinas sino con papel metálico para que nadie pueda fisgonearme o retratarme, y la decoración es mínima, austera. No salgo de allí, no quiero salir de allí, sé que afuera es el caos, no conviene salir. Espero a Daniela, espero a Sandra. Nunca vienen juntas. Pero me turno en atenderlas. Las espero con creciente excitación. Lo que más me excita es que ambas vienen solo a tener sexo conmigo, no a conversar, ni a ver películas, ni a cultivar la amistad, no: vienen a tirar, a follar con impaciencia, con cierta prisa, porque nuestros encuentros sexuales son furtivos, clandestinos, ellas tienen vidas honorables, gozan de reputaciones bien forjadas, y sin embargo necesitan secretamente venir a verme, necesitan coger conmigo, y eso me engrandece y eleva de una manera deliciosa e inconfesable. Vienen, tiramos, tiramos muchas veces, y luego se van apuradas, fingiendo que nada pasó, y me siento el mejor amante del mundo, un tirador como ya no van quedando en este mundo poblado de onanistas y fisgones cibernéticos.

Luego sueño con apartamentos. No es un apartamento, son dos. Están en el mismo edificio, uno en el piso inmediatamente superior al otro. Son apartamentos grandes, muy bien decorados, deshabitados. Están en Lima, en Miraflores, en ciertas calles que van cambiando, pero generalmente en Miraflores. Sé que son míos, sé que debería poder entrar y dormir allí, ninguno de los dos apartamentos es la madriguera o el escondrijo para los encuentros sexuales donde he atendido a Daniela y Sandra. El problema es que no sé dónde están mis apartamentos. Estoy perdido, no sé cómo llegar a ellos, cómo entrar en ellos. Entro y salgo de edificios, interrogo a porteros, me meto sin permiso en ascensores, pruebo llaves que no funcionan, me frustro, me siento un tonto. Busco desesperada e inútilmente esos dos apartamentos que son míos, pero no sé dónde están, cómo llegar a ellos. Sé que cuando consiga entrar en ellos seré feliz, pero estoy perdido, sin remedio, desorientado, y los busco con creciente inquietud y desosiego, sin final feliz. Tal vez tengo esa rara obsesión con apartamentos afantasmados en Lima porque hace muchos años me vendieron un apartamento y me estafaron y el edificio nunca terminó de construirse y un tal señor Lanata se quedó con mis trescientos mil dólares y no me dio ni las gracias. Tal vez busco apartamentos en sueños porque hace años compré dos apartamentos en Lima, uno para mi ex esposa, otro para mí, y luego nos peleamos, y le exigí a mi ex esposa que se fuera, y los apartamentos están ahora vacíos, desocupados, y son un museo de la desdicha, del fracaso amoroso, y solo me quedo en ellos cuando raramente visito Lima, algo que me provoca cada vez menos, porque ya no tengo a nadie por ver allá, a no ser por mi madre, que, cuando boté de mis apartamentos a mi ex esposa, le regaló una casa impresionante, solo mi madre hace esas cosas tan increíblemente bondadosas.

Pero mis sueños más felices, y quizás más frecuentes, tienen que ver con el fútbol. Desde muy niño he sido un apasionado del fútbol, aunque ahora ya no veo los partidos completos, solo veo los goles de la liga española, inglesa, italiana y argentina, y por supuesto los de las copas europeas y sudamericanas. No me enorgullezco de ello, sé que mirar el recorrido de una pelota, el vuelo de una pelota, el momento en que una pelota entra en un arco o una canasta o sobrepasa una red o ingresa en un agujero es una costumbre humana tan obsesiva como probablemente estúpida: somos millones, billones, los que nos afanamos por ver cómo otros hombres persiguen una pelota, o le pegan a una pelotita, o la embocan en el lugar correcto, deseado. Pero, siendo el mono que soy, sueño mucho, muchísimo, con una pelota de fútbol, nunca con una de tenis o frontón, nunca con una de golf o ping pong, mucho menos con una de básquet o vóley, es siempre una pelota de fútbol, por supuesto. Y en mis sueños hago jugadas improbables, maravillosas, que dejan pasmados a mis rivales. Por ejemplo la pelota viene por vía aérea cayendo como un meteorito y yo la amanso como si mi botín derecho fuese un guante de seda, la amortiguo, la subordino al imperio de mi inventiva maliciosa y luego, sin que caiga al césped, saco una volea que nadie más en la cancha, y acaso en la historia del fútbol, podría improvisar con la belleza estética que me he permitido consumar, y luego la pelota hace un viaje aéreo curvilíneo y entra en el arco contrario y el estadio me aplaude de pie. Pero a mí esa genialidad no me ha costado ningún esfuerzo, la he improvisado porque soy bueno, muy bueno, el mejor. No sé en qué ciudad estoy, en qué club juego, eso nunca está tan claro, va cambiando. A veces juego en el Barza o el Atlético de Madrid, pero en ocasiones juego en la selección peruana, o en la argentina, nacionalizado. No meto goles de cabeza, no marco a nadie, corro poco en mis sueños, que corran otros, los menos aptos, los obreros del fútbol, yo soy un genio descollante y solo espero a que la pelota venga bajando y luego la amanso y saco el misil de volea y es un gol precioso, de antología. Después de meter el gol, no salgo corriendo, no me sobreexcito, espero a que mis compañeros vengan a felicitarme. Soy el mejor, no cabe dudas. Nadie en mi equipo, ni en el contario, podría convertir un gol así, tan bello como ése. Y la pelota no me llega nunca dando botes en el césped, no, llega por vía aérea, y va bajando, y voy midiendo con precisión milimétrica cómo voy a rasparla apenitas para que se amanse a mis pies y quede lista para el latigazo de volea. Qué curiosa esa obsesión mía por la pelota, por el pase largo que me llega por vía aérea, por los goles de volea, siempre de volea. Qué lindo es soñar con fútbol, son los sueños mejores, más felices, incluso mejores que los sueños sexuales, en los que soy un as en la cama.

También sueño obsesivamente con el idioma inglés, y en esos sueños hablo solo en inglés, hago mi programa de televisión en inglés, hablo un inglés perfecto, fluido, elegante, y hago entrevistas en inglés. El personaje que más viene a mi programa en inglés, cómo le gusta venir, es Gwyneth Paltrow, y lo más increíble es que en mis sueños ella está secretamente enamorada de mí, solo que me lo dice en el camerino, susurrando, con actitud conspirativa, porque está casada y no quiere que su esposo sepa que, en el fondo, ella muere por mí. Yo lo tomo con gran naturalidad, o sea que en mis sueños en inglés no me sorprende que Gwyneth venga a mi programa, porque está claro que le conviene para su carrera, ni que me ame de un modo encubierto, porque es lo lógico, lo natural, qué chiste cómo se me desborda el ego en mis sueños. También vienen a mi programa Obama, Trump, Bush, Clinton, todos son mis amigos, les hago entrevistas cordiales, nunca demasiado belicosas, y nos reímos, qué buenos amigos somos, y yo por supuesto hablo un inglés perfecto, mejor que el de ellos. Recuerdo que también han pasado por mi programa Aznar y Zapatero, pero ambos hablaban un inglés pésimo, deplorable, de risa. En mi programa en inglés vienen las actrices más lindas y talentosas, y a todas me las quiero tirar, pero no me las tiro, o sea que mis sueños sexuales nunca son en inglés, el inglés se me aparece solo en mi programa, haciendo entrevistas. Pero a mi programa, que es un éxito, han venido Lady Gaga, Jennifer Lawrence, Scarlett Johanssonn, Anne Hathaway, y las trato con cariño, y generalmente al final les digo que las voy a llamar para salir a comer una noche y que estoy produciendo una película y me gustaría que actuasen en ella, pero luego no las llamo, porque estoy demasiado ocupado y en realidad nunca voy a hacer la película. También viene mucho a mi programa Shakira, y la entrevisto en inglés, y solo con ella nos besamos luego en el camerino, pero son besos escondidos, porque no debe enterarse su pareja, el futbolista.

Por supuesto nunca he tenido amantes tan desesperadas por cogerme, ni se me han perdido apartamentos, ni he metido goles de fantasía jugando al lado de Messi o de Griezman, ni he hecho memorables entrevistas en inglés con grandes actrices de Hollywood, pero está claro que en sueños me atrevo a ser todo lo que en la vida real, tan chata, tan mediocre, tan predecible, nunca pude ser, y que en mis delirios oníricos tan desmesurados como egocéntricos me permito ser todo lo que en la vida misma nunca llegaré a ser.