En la cadena del miércoles pasado, Nicolás Maduro sobrepasó sus propios récords de promesas fútiles, infundadas y absurdas, así comienza su artículo de opinión Carolina Jaimes Branger
Después de veinte años de destruir el agro ahora descubrió que el algodón se usa en la industria textil. Ofreció convertirnos en una “potencia textil” y regalar –por supuesto, todo es regalado- uniformes para los niños en edad escolar.
“En Colombia no regalan los uniformes”, dijo. “Nosotros sí”. ¿Cuándo va a regalar esos uniformes?, me pregunto. Si no ha sembrado los algodones, de aquí a que siembren, cosechen, monten los telares, elaboren las telas y confeccionen los uniformes, esos niños van a estar en edad de ir a la universidad (y cuidado si ya graduados) aunque lo más probable es que desertan de la escuela como han hecho tantos, obligados por sus padres o familiares a trabajar para ayudar a la economía de la casa.
“En Colombia cierran las escuelas”, afirmó. Estoy segura de que no más que las que han cerrado en Venezuela en los últimos veinte años. Y las que quedan abiertas funcionan a media, cuarto, octavo de máquina… No hay profesores de ciencias. Los muchachos de los liceos se gradúan de bachilleres sin haber visto física, química y muchos ni siquiera matemáticas.
En un contacto durante la cadena, Maduro llamó a Rafael Lacava, que estaba en las instalaciones de Café Fama de América en Valencia. “Vamos a hacer el mejor café del mundo”, ofreció. ¿Desde cuándo “expropiaron” Fama de América? ¿Es ahora cuando lo van a poner a funcionar? ¿Para cuándo ese “mejor café del mundo”?…
Esta prometedera me recordó un chiste que me contó mi amiga María Carmelina Faría: un señor compró un ticket de lotería y anunció a su familia que se la iba a ganar y se iba a comprar un carro. “Yo voy adelante, como copiloto”, dijo la esposa. La hija mayor pidió una ventana de atrás. El hijo segundo, la otra ventana. El menor trató de convencer a sus hermanos de que le cedieran la ventana. Como ambos le dijeron que no, el niño gritó: “¡entonces voy a ir parado en el asiento!”. Al oír esto, el papá le dio un bofetón y lo increpó: “¡muchacho del cipote, bájate que me lo vas a manchar!”.
Así han sido, son y serán las promesas de Maduro. Ilusiones de una mente febril incapaz de ir más allá de sus escasas ideas. Lo peor es que los bofetones los recibe el pueblo…
@cjaimesb/Carolina Jaimes Branger