Venezolanos en la frontera relatan sus calvarios

Rosa y sus dos hijos (venezolanos) tuvieron que dormir en la calle. La Policía colombiana se hizo cargo de su alimentación esa noche. Crédito: cortesía Semana/ Carlos Julio Martínez

Los criollos afectados por el conflicto fronterizo piden respeto a los deportados y admiten la responsabilidad de sus compatriotas en el contrabando de extracción

Los venezolanos que residen en San Antonio y San Cristóbal relataron al diario Semana, cómo el conflicto fronterizo ha afectado a sus familiasy piden soluciones inmediatas al Gobierno de Nicolás Maduro.

A pesar del calvario personal que han tenido que vivir los cafeteros, el artículo asegura que a muchos venezolanos también les ha salpicado el conflicto fronterizo. Tal es el caso de Rosa Montañéz, cuyo esposo colombiano pasaba vacaciones con sus hijos en Cúcuta y Bucaramanga al momento en que Maduro ordenó el cierre de la frontera. Intentó cruzar el puente internacional Simón Bolívar, pero la Guarda Nacional le impidió el acceso.

Al caer la noche, un teniente le sugirió que se hiciera pasar por colombiana, de manera que pudiera reencontrarse con sus hijos de 5 y 7 años. Pudo hacerlo y logró verlos, pero cuando intentó regresar, Venezuela no dejó entrar ni salir a nadie hasta las 5:00 de la mañana de este miércoles.

Rosa decidió pernoctar en el sitio junto a sus hijos, protegiéndolos de la lluvia con una carpa: “Era mejor quedarnos aquí, porque en la madrugada se forman unas filas enormes, dejan entrar lentamente en grupos de a 10 o 20 y aún así hay muchos que no alcanzan a pasar. Yo quiero ser la primera, además luego me esperan cuatro horas más para llegar hasta Santa Ana del Táchira”.

Édgar Cadena de 37 años es oriundo de San Cristóbal y quedó atrapado en el país vecino cuando intentaba comprar leche para su hijo pequeño, ya que en Venezuela ya no se consigue. Tras tres días en Cúcuta, su preocupación no hace más que aumentar, puesto que su bebé no ha podido alimentarse correctamente.

“Yo no tengo queja de los colombianos, todos son muy amables, de hecho mis abuelos eran colombianos. Esto es un atropello y me da mucha tristeza porque soy venezolano, pero la situación que se vive en mi país no es solo culpa de los colombianos”

“Yo no tengo queja de los colombianos, todos son muy amables, de hecho mis abuelos eran colombianos. Esto es un atropello y me da mucha tristeza porque soy venezolano, pero la situación que se vive en mi país no es solo culpa de los colombianos”, reconoció.

“El salario mínimo de un venezolano son 8.700 bolívares y si vendiendo una bolsa de leche ya se gana más de 1.000 bolívares, cómo no va a ser negocio contrabandear. Por eso la gente ya prefiere revender y no trabajar”, explicó Rosa a Semana.

En el caso de Édgar ocurre lo contrario, como no consigue la leche para su hijo en Venezuela, tiene que venir a Colombia a pagar sumas exorbitantes por el mismo producto. “No sé que voy a hacer, en mi país no hay leche, pero si vengo a Colombia que tal no pueda regresar y quede atrapado en este puente”, comentó con ansiedad.

Ana durmió en el puente internacional. Su vuelo a Cúcuta se retrasó y a pesar de ser venezolana no pudo cruzar. Crédito: cortesía Semana/ Carlos Julio Martínez

Otra de las afectadas venezolanas, quién prefirió no dar su nombre, contó que tuvo que viajar a Cali con su hija de 6 años y otros familiares por motivos personales. Al regresar, el avión que los traía hasta Cúcuta se retrasó y cuando aterrizaron, ya no podían cruzar la frontera.

“¿Cómo es posible que incluso a los venezolanos nuestro propio gobierno nos ponga a padecer así? No miran los casos excepcionales, nosotros no somos ayudantes de paramilitares ni contrabandistas. Mi hija está durmiendo sobre una cobija en el suelo. Esto no es digno, ¡nosotros tenemos casa en Venezuela!“, exclamó indignada.

“Nunca antes habíamos visto algo así, no hay comparación entre el comandante Chávez y Maduro. Cómo no querer a los colombianos, ¿sabe quiénes nos han dado comida y bebida en esta espera inhumana? La Policía Colombiana, no la nuestra”, concluyó Édgar.

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