La poeta estadounidense Louise Glück recibirá el Premio Nobel de Literatura 2020, anunció hoy la Academia Sueca, con sede en Estocolmo.
El premio de Literatura, como el resto de los galardones Nobel, se entrega el 10 de diciembre, aniversario de la muerte del fundador de estas distinciones, Alfred Nobel.
La poeta norteamericana recibe el máximo galardón de las letras por su poesía sobria e intimista: un viaje de exploración autobiográfica y una escritura que adquieren especial resonancia en este año terrible
No es fácil acertar el ganador o ganadora del Nobel de Literatura y eso beneficia al premio. Luego está lo de Bob Dylan, que no tiene importancia. Cuando a las 13.00 horas de ayer un representante de la Academia Sueca leyó el nombre de Louise Glück se supo al momento de lo que hablaba: poesía.
Una poeta. Una poeta norteamericana de 77 años, nacida en Nueva York. Una poeta en la cátedra de Literatura de la Universidad de Yale. Una poeta con siete libros de poesía publicados en España, todos en la editorial Pre-Textos. Las razones del jurado son precisas: «Por su inconfundible voz poética, que, con una belleza austera, convierte en universal la existencia individual».
Afortunadamente la poesía de Louise Glück es más clara, más directa y más vibrante que los motivos de los académicos suecos para premiarla. Algunos de sus libros traducidos al español, como Vita nova, Ararat, El iris salvaje o Praderas, fijan el viaje a la austeridad de su escritura, donde lo emocional y lo autobiográfico son un mismo cuerpo del que emana la poesía, que para ella es «una venganza contra las circunstancias».
La noticia de la concesión del Nobel la recibió con estupefacción y con una ráfaga de practicidad en medio del jaleo del periodismo que la buscaba: «Quiero decir que es un gran honor, y luego, por supuesto, que hay destinatarios de este premio que no admiro. Luego pienso en los que sí, y algunos muy recientes, y eso me hace sentir gratitud. Respecto a mi primera impresión al saber que me concedían el Nobel es que quería comprar otra casa, una casa en Vermont. Ahora tengo una propiedad en Cambridge, pero Vermont me agrada más. Entonces pensé ‘bueno, pues ahora sí puedo comprar esa casa’. Por lo demás, mis obligaciones, mis preocupaciones y mis placeres son los de siempre. Sobre todo me preocupa la vida diaria con las personas que amo». ¿Y por qué libro suyo sugeriría comenzar a leer su obra? «Los libros son muy diferentes unos de otros. Preferiría que no leyesen mi primer libro a menos que quieran sentir desprecio, pero todo lo que sigue a eso creo que es de algún interés. Me gusta mi trabajo reciente. Averno me parece un buen sitio por donde empezar».
Pertenece a la misma generación que la canadiense Anne Carson (candidata sucesiva al galardón en los últimos años) y la norteamericana Sharon Olds.Sin la capacidad de experimentación de la primera ni el poder dramático y narrativo de la segunda, Glück ha hecho del desengaño, de las inclemencias biográficas, del abandono y de un vigoroso sentimiento de desengaño el impulso de su obra. También la ironía.
Desde que en 1996 ganase el Nobel la poeta polaca Wislawa Szymborska, la poesía estaba fuera del radar del premio. Veinticuatro años han pasado. Y una periodista, Svetlana Alexiévich, entre medias. Pero este ha sido un año de poetas en los dos grandes galardones literarios internacionales. El Princesa de Asturias de Carson y el reconocimiento de la Academia Sueca de Glück. La poesía en uno de los años menos poéticos del último medio siglo. Quizá por eso. Quizá no tenga nada que ver. Pero sí es posible que la poesía haya acompañado más y mejor. Porque en ella la experiencia de la intimidad es fuerte. Porque tiene unos principios lenitivos. Porque son una defensa contra las ofensas de la vida, como dice José Manuel Caballero Bonald.
La verdad como fuego amigo no tiene sitio en los poemas cuando éstos son auténticos, cuando alojan esa veta de verdad que sólo algunas palabras y emociones en conjunción pueden lograr. La poesía es un poco la memoria de uno mismo y también, por eso mismo, un poco la memoria del mundo. Del gozo y del sufrimiento.
Louise Glück sufrió de joven un trastorno anoréxico.Pero no tenía afianzado un sentido de la autodestrucción tan claro como para llegar hasta las últimas consecuencias. Esa forja del yo y de la autoestima fueron el principio de una forma de estar en la vida que encontró en las palabras la estrategia necesaria para buscar un por qué. «Pero tan pronto como puedo ubicarme de nuevo y entenderme, quiero hacer inmediatamente lo contrario», dice la poeta en una entrevista en la Washington Square Review. «Necesito que la experiencia de la poesía parezca una aventura. Incluso tiene que parecer divertido, algo que nunca has hecho antes. No estoy interesada en pulir el monumento de la solemnidad».
Y es que el pacto de la poesía con el lector propone inesperadamente la garantía de un enigma que se sostiene en el tiempo y cuya única respuesta aproximada se afianza del lado de la incógnita. Pensar la poesía (su mecánica, su razón, su prodigio, su frontera y su sentido) resulta una experiencia alimentada por el desasosiego, una suerte de juego que conlleva casi siempre la dificultad de no saber muy bien hacia dónde te aventuras. Y eso es lo que busca o lo que propone Louise Glück. Y eso es lo que sucede con la poesía como herramienta con la que hacer pie en un momento en que todos los suelos son fondos confusos.
La poesía es aquello que aceptamos como una entera actitud ante el tiempo y el lenguaje. Un impulso que encontramos, mientras que las otras cosas de la vida las hacemos. Louis Glück vive y escribe a una velocidad semejante. En un acompasamiento donde la sobriedad parece supervisarlo todo. Incluso la experiencia de envejecer, la evidencia de la muerte. «Creo que las personas de mi edad tienen tanto miedo del tema que suelen llevar incorporadas en cada pequeño gesto todas sus propias nociones sobre el horror de la mortalidad. Pero yo entiendo el paso del tiempo como una especie de estado de dicha extraña, como la liberación ante el abandono de ciertos tipos de expectativas».
El territorio anímico de Louise Glück delata unos escenarios morales y sensuales complejos. Pero esa también es la exploración de su escritura, por dentro de sí misma. Una buena muestra es el poeta titulado El espino, donde escribe: «Al lado tuyo, pero no/ de tu mano: así te miro/ andar por el jardín/ de verano: las cosas/ que no pueden moverse/ aprenden a mirar. No necesito/ perseguirte a través/ del jardín; en cualquier parte/ los humanos dejan/ señal de lo que sienten, flores/ esparcidas en el polvo del camino, todas/ blancas y doradas, algunas/ levemente alzadas/ por el viento de la tarde. No necesito/ seguirte adonde estás ahora,/ hundido en la ponzoña de este campo, para/ saber la causa de tu huida, de tu humana/ pasión, de tu rabia: ¿por qué otra cosa/ dejarías caer todo aquello/ que has acumulado?».
Un hermoso poema que confirma algunas de las sospechas que mantienen en vilo la poesía de Louise Glück. Escribir es especular. Escribir es estar a la espera. Permanecer en una aguda alerta. Escribir es fijar lo provisional. Los armónicos de la poesía son dependientes de una idea, de un modo de sentir, de mirar, pero no son la idea misma sino un destello más transparente, un secreto que no se puede arrancar. La poesía es una forma de pensar en el lenguaje mismo, un ensayo voluntario de consecuencias involuntarias desde una conciencia clara y extrema. Así es la escritura de Louise Glück. Una poesía capaz de dar luz cuando la tentación es la penumbra. Una poesía que llega al mundo y con sobriedad emocionada también «llama al desorden, al desorden».