Vladimir Villegas: De la retórica a la perdición

Hoy está concretándose una nueva realidad política en el país, marcada por el surgimiento de una nueva mayoría parlamentaria que tiene en sus manos la responsabilidad de llevar adelante los mandatos que la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela le asigna al parlamento. Legislar, controlar e investigar son tres tareas fundamentales que debe asumir, además la de ser escenario del debate político sobre los temas de mayor interés para la nación.

El clima que rodea lo que debe ser hoy la instalación de la nueva Asamblea no es el más propicio para ser optimista con respecto a los días que se nos avecinan. La impugnación a un grupo de parlamentarios del estado Amazonas enrarece el ambiente y tensa la cuerda. Lejos de favorecer a quienes fueron derrotados el pasado 6 de diciembre , puede convertirse en un elemento que le complique el ya difícil trayecto que le espera al Partido Socialista Unido de Venezuela para tratar de recuperar la confianza y el respaldo de esos dos millones y tanto de ciudadanos que esta vez le dieron la espalda en señal de castigo por las evidentes consecuencias de una política económica absolutamente desacertada y por el divorcio de muchos de sus dirigentes con una colectividad ayuna de respuestas a sus problemas existenciales más concretos.

El pueblo habló y se debe escuchar y acatar su mandato. No hacerlo es retarlo, provocarlo, colocarse de espaldas a sus necesidades, aspiraciones y reclamos. Una fuerza como el chavismo, nacida precisamente del descontento surgido en las postrimerías del Pacto de Punto Fijo, tiene que mirarse en el espejo de lo que fue la conducta de los partidos y sectores que fueron desplazados del poder por Hugo Chávez y los movimientos que lo apoyaron. Pasaron diecisiete años para que ese conglomerado de fuerzas que acompañó a Chávez,  de las cuales participé hasta 2008, dejara de ser mayoría.

Y dejó de serlo, más que por las virtudes de la alianza opositora que lo derrotó, por  sus propios errores, por la prepotencia en el ejercicio del poder, por las graves fallas en la gestión pública, por el deterioro del bolivar «fuerte», por negarse a adoptar las medidas económicas necesarias para detener la caída libre en la calidad de vida de los venezolanos.

Ahora entramos en un 2016 que pinta cuando menos tan complicado, adverso y árido como el 2015. ¿Y será por la vía de la confrontación que lograremos sortear las dificultades que nos esperan? ¿Será que tratando de minimizar o distorsionar la señal que enviaron los electores el pasado seis de diciembre superaremos la crisis, detendremos la inflación, resolveremos el grave hueco fiscal que nos amenaza y frenaremos la impunidad y la agresividad de una delincuencia que celebró la llegada del año nuevo con sangre y saña?

Si una fuerza como el Partido Socialista Unido de Venezuela, que individualmente es la de mayor fortaleza, no es capaz de asimilar la nueva realidad y de actuar conforme a ella, con nuevas respuestas y nuevas actitudes, entonces le puede esperar un calvario político igual o peor al que vivieron AD y Copei cuando se le vinieron encima todos sus errores, inconsecuencias y omisiones en el ejercicio del poder.

Tengo la impresión de que el gobierno sigue sin leer los resultados electorales, sin entender que ya no es el dueño del patio, que siendo gobierno ahora es minoría, y que si sigue actuando erráticamente, sin una reflexión serena, cruda y humilde, el camino que le espera es el de un mayor debilitamiento de sus fuerzas y de graves riesgos para la gobernabilidad.  ¿Es que acaso allí no hay voces que vean lo que muchos vemos claramente desde fuera? La retórica inflamada es la peor respuesta  a una situación de crisis severa como la que padece el país. Y puede ser la puerta de la perdición.