Venezuela, el país de los rumores

Ellos son más rápidos que una bala, se difunden a la velocidad del rayo y su poder modificador-destructivo es de naturaleza incalculable. Si los estudios de Hollywood buscan un malvado para su próxima película de acción, que se vengan a escuchar a las calles de Caracas.

¡Chamo, le pusieron una bomba a Capriles!”. Así me recibió un chofer de taxi el pasado miércoles, tras el incidente de gas pimienta del gobernador de Miranda en la marcha-no-tan-marcha de Bello Monte. Horas antes, una cadena en Whatsapp me advertía que las compras ya no serían por número de cédula, sino que tendría que llevar mi carta de residencia y meter la cédula en un bol para que, por sorteo, viera si puedo comprar hoy en el supermercado de mi casa.

Esto es una pequeña muestra de lo que está pasando por nuestros oídos -y nuestros teléfonos- todos los días, a veces tres veces al día. Estamos llenos de rumores, de que hoy declararon ilegal el revocatorio, de que mañana invaden los depósitos de Polar y pasado le quitan la inmunidad a Ramos Allup y lo expulsan del país.

El rumor, como se define en la Real Academia Española, es una “voz que corre entre el público”. Carlos Martín Beristáin, en El manejo de los rumores, asegura que los rumores “pueden provocar conductas de pánico, especialmente cuando hay canales de comunicación que difunden información no contrastada”. Es este el escenario de Venezuela, donde los medios de comunicación tradicionales han decidido desentenderse de los intentos de violencia en las colas, de las protestas y hasta incluso de la lucha entre los Poderes Públicos.

Al chofer le respondí con lo que sabía: No, a Capriles no le habían puesto una bomba pero sí, le vaciaron un pote de paralyzer en la cara. Al vigilante le dije que a partir de ayer no había toque de queda por el Estado de Excepción, pero que era una medida plausible dentro de la Constitución. A mi madre le expliqué que no, no se iba a sortear un “carrito millonario” ni las bolsas de comida que están apareciendo las regalan, sino que las venden.

En Memoria de un venezolano de la decadencia, José Rafael Pocaterra da a entrever que una de las armas de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez fue el uso del chisme. ¿Somos chismosos los venezolanos? ¿Nos encanta echar un cuento? No hay una base científica, pero mi experiencia me dice que sí, que nos sentimos importantes cuando contamos una historia y todos nos escuchan en una sala, o nos leen en Facebook y nos dan cientos de likes, sea ésta verídica o no. ¿Es el rumpr el arma del Socialismo del Siglo XXI? No lo creo, pero sí es un mecanismo para hacer una hipérbole de la crisis. Así que, la próxima vez que se encuentre con uno, pregúntese si debe dejarlo correr o explicar qué es verdad o es mentira. Ante las ausencias, sea usted su propio canal de comunicación.

Por:

EE