Laureano Márquez: La carreta de paja

Una noticia reseñada por CNN, atrapa nuestra atención: «Ambientalistas se pegan a una obra de arte en Londres para protestar por el cambio climático».

No busque el lector segundas intenciones: usaron pegamento, suponemos del que solemos denominar «pega loca», para pegar sus manos al marco del cuadro.

Sobre la pintura colocaron una versión de esta intervenida, pero con aviones, carreteras y otras imágenes de la destrucción humana al medio ambiente (suponemos que lo hicieron antes de pegarse las manos al cuadro, obvio).

Ambos jóvenes portaban unas camisetas en las que podía leerse «Just Stop Oil», el nombre de una organización ambientalista que aboga por que el gobierno británico paralice nuevas concesiones para la extracción de petróleo y gas.

La pintura en cuestión es una de las obras de arte más famosas del Reino Unido: «The Hay Wain» (la carreta de heno) de John Constable. Se trata de un óleo sobre tela que mide 130,5 centímetros de alto por 185,5 de ancho.

Su autor, un artista especialista en paisajes de la escuela del romanticismo. El cuadro señalado se encuentra expuesto en la Galería Nacional de Londres.

Ante la noticia surgen algunas inquietudes: ¿Qué medio de transporte usaron los manifestantes para llegar a la galería? (queremos pensar que fueron en bicicleta). Las camisetas: ¿Con que tipo de pintura tenían impreso el logo? La pega loca que compraron seguramente es producida por una industria contaminante. Creo que, en vez de alpargatas de moriche, me pareció ver en la reseña que tenían zapatos de goma, mochilas, etc.

La lucha por la protección del medio ambiente es sin duda trascendente, ineludible. Nuestro planeta está amenazado por nuestras acciones descontroladas destruyendo nuestro hábitat, también por la ambición desmedida de lucro, como es el caso de la selva venezolana con el oro.

Ello, sin embargo, no debe hacernos perder el sentido común sobre nuestras acciones y su alcance para que las protestas se hagan con criterio.

Además de salir en la prensa, no creo que estos jóvenes hicieran mucho más por la defensa del medio ambiente con su acto. ¿Crear conciencia? Difícil. La gente preocupada ya está consciente y los inconscientes solo podrán adquirir conciencia con educación y sanciones.

Lo que si lograron es desalojar el museo, hacerle perder un día a los turistas que allí estaban, probablemente ocasionar algún daño a la obra y ganar fama, dando un ejemplo de protesta mal encaminada que ya otros tomarán como ejemplo, hasta que se logre el cierre de los museos o que los conviertan en lugares de tan complicado acceso que sea un fastidio ir.

En la opinión de quien suscribe, la desatinada acción no hará nada por la defensa del medio ambiente, sino que, por el contrario, contribuirá a su deterioro: ahora el museo le pondrá cristales de protección plástica a algunos cuadros, que vendrán en camiones que usarán combustibles fósiles y una larga lista de etcéteras.

Cuando uno critica ciertas formas de protesta sin sentido, la gente suele interpretar que uno está en contra de la causa. Por el contrario, estamos tan a favor que nos parece que estos gestos lejos de contribuir, perjudican, restándole seriedad a una lucha que es muy seria.

Por otro lado, vivir no es otra cosa que destruir el planeta en que vivimos. Es imposible el desarrollo humano sin destrucción. Desde que descubrimos el fuego, no hemos hecho otra cosa. Las energías alternativas también destruyen. Los paneles solares, los molinos eólicos también necesitan destruir algo del medio ambiente para preservarlo, al menos en su proceso de instalación.

Lo que tendríamos que hacer los humanos es ralentizar esta destrucción lo más que se pueda. Hay formas de energía de las que no se puede prescindir de golpe, sin ocasionar millones de muertes, salvo que el plan sea aniquilar a los humanos para preservar el planeta, cosa que es absurda, porque sin mentes que lo piensen, aquel, simplemente, no existe.

Creo que una de las grandes tareas del mundo actual es no perder de vista la coherencia entre nuestras acciones y nuestras convicciones, porque si no, nuestro discurso se transforma en una carreta de paja.

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