Por eso, cuando Daniela y Barclays hicieron el amor, en el umbral de los veinte años, tuvieron que fumar marihuana para sosegar los nervios, aplacar la ansiedad y dejar que los cuerpos se hablasen en el lenguaje erizado e impaciente del deseo
-Me han dado una beca en Austin -le dijo Daniela a su novio Barclays-. Me voy a hacer una maestría en la universidad de Texas.
-¿Y luego qué? -preguntó Barclays, sintiendo un leve temblor en las piernas, señal de que el mundo le era hostil.
-Luego no sé -dijo Daniela-. Supongo que haré un doctorado.
Daniela llevaba unos años siendo novia de Barclays. Se habían conocido en la universidad. Ella todavía era virgen, él había fracasado dos veces en burdeles de baja estofa, instigado por sus amigos mayores del periódico, putañeros y borrachines todos, ante quienes fingió que había coronado con éxito aquellos encuentros con mujeres desangeladas, en alquiler.
Por eso, cuando Daniela y Barclays hicieron el amor, en el umbral de los veinte años, tuvieron que fumar marihuana para sosegar los nervios, aplacar la ansiedad y dejar que los cuerpos se hablasen en el lenguaje erizado e impaciente del deseo. Sintieron un deslumbramiento que no conocían, una tensión y un éxtasis que acaso confirmaron la certeza del amor entre ambos. Todo era perfecto hasta que Daniela descubrió que el condón se había roto. Al borde de un ataque de nervios, rompió en llanto, segura de que había quedado embarazada. Barclays, todavía risueño por el cannabis, llamó a su tío y padrino, el mejor ginecólogo de la ciudad, el chino Romero, y le explicó la crisis en que se hallaba. El chino lo calmó, se rio del entuerto y los citó en su consultorio al día siguiente. Acudieron a la hora pactada. El chino, un hombre sabio y ocurrente, muy querido por sus pacientes, le dio una pastilla a Daniela y le dijo:
-Quédate tranquila, primita linda, que con esto te viene la regla rapidito.
Luego miró con sus ojos de gato a su sobrino y ahijado, el volado Barclays, y le preguntó:
-¿Y tú cuánto duras?
Barclays sonrió, abochornado, y no supo qué responder. El chino respondió por él, riéndose:
-Seguro que eres un gallito. La metes, pin, pin, pin, y terminas apuradito, ¿no?
Daniela se rio. Barclays reconoció sus limitaciones:
-Bueno, sí, terminé rapidito, pero era nuestra primera vez, tío.
El chino Romero se puso de pie, jubiloso, y dijo:
-Caramba, ¡felicitaciones!
Luego descorchó una botella de champán que sacó de una pequeña nevera y brindaron los tres:
-Larga vida al amor -dijo el chino Romero-. Y tú, sobrino, tienes que aprender a ponerte un condón.
Pero Barclays nunca aprendió a ponerse un condón.
Para celebrar que no serían padres, Daniela y Barclays viajaron al Caribe. Con apenas veinte años, Barclays era ya una estrellita presumida de la televisión. Ganaba más dinero que cualquiera de sus amigos, vivía en hoteles, manejaba coches de lujo. Dejó la universidad, ya no quería ser abogado, quería ser una estrellita envanecida de la televisión, ciertamente le pagaban mejor que a sus amigos leguleyos y tinterillos. Con ese dinero pudo llevar a Daniela a las mejores playas del Caribe. Los unían la música (Peter Gabriel, Phil Collins, U2, REM), la marihuana (Barclays viajaba con porros escondidos entre las medias, en los zapatos) y el sexo (como el bobo de Barclays no aprendió a ponerse un condón, Daniela tuvo que tomar pastillas para no quedar embarazada). También los unía un pequeño triunfo del que no hacían alarde ni aspaviento, salvo entre ellos: Barclays había dejado la cocaína para complacer a Daniela, es decir que ella lo había salvado de las caspas de Atahualpa para darle una vida más tranquila y placentera.
Pero ahora Daniela quería irse a Austin a estudiar una maestría.
-¿Una maestría en qué? -preguntó Barclays.
-En sociología y antropología -respondió Daniela.
-Qué coñazo -dijo él.
Luego, despechado, preguntó:
-¿O sea que estás terminando conmigo? ¿Ya no vamos a estar juntos?
-No -dijo Daniela-. Podemos seguir juntos. Puedes venir a Austin conmigo.
-Me encantaría -dijo Barclays-. Pero no puedo. Tengo que seguir en la televisión. Tengo que seguir viajando entre Miami, Santo Domingo y Lima. Allí está la plata, mi amor. Yo voy adonde está la plata.
Daniela hizo un levísimo gesto de tristeza, como si no le importara demasiado alejarse de su novio, como si le hiciera ilusión tomarse un respiro de él.
-Iré a visitarte de vez en cuando -prometió Barclays.
Cumplió la promesa. Se enviaban cartas manuscritas, traspasadas de amor, todas las semanas. Hablaban por teléfono de madrugada, crispados de deseo. Daniela le contó que había conocido a un joven, Jeffrey, estudiante de la universidad, a quien encontraba simpático, agradable. Barclays apuró entonces su viaje a Austin. No había vuelo directo desde Miami, tuvo que cambiar de avión en Houston. Daniela lo recibió con un abrazo, pero enseguida le dio la mala noticia:
-Estoy saliendo con Jeff.
Barclays sintió un leve temblor en las piernas, señal de que el mundo le era hostil.
-¿Estás enamorada de él? -preguntó.
Daniela sonrió con pudor:
-No sé -dijo-. Pero creo que él está enamorado de mí. Y creo que con el tiempo podría llegar a enamorarme de él.
Barclays preguntó entonces:
-¿Han hecho el amor?
Daniela se sonrojó y dijo:
-Sí.
Barclays sintió que se empequeñecía, que se tornaba en un enano, un pigmeo.
-Mejor me voy a un hotel -dijo.
-No -se opuso Daniela-. Quiero que duermas acá.
Barclays la miró, sorprendido, sin entender nada.
-Pero en el sofá -dijo ella.
-Comprendo -dijo él.
-No puede pasar nada entre nosotros -le aclaró ella.
-Comprendo -dijo él, derrotado.
Esa noche salieron a cenar los tres y Barclays encontró que Jeff era encantador. Tarde, a medianoche, se metieron los tres en la piscina del condominio. Jeff parecía un personaje enigmático, indescifrable, pues miraba con intensidad lo mismo a Daniela que a Barclays y celebraba las bromas de este último como si quisiera ser su amigo. Al volver al apartamento de Daniela, ella le dijo a Jeff que Barclays dormiría en el sofá.
-Entonces yo dormiré contigo -dijo Jeff.
-No -le informó Daniela-. Esta noche no vas a dormir acá. Mejor te vas a tu cama, Jeff.
Consternado, Jeff sucumbió a un ataque de celos:
-¿Vas a dormir con él? ¿Me estás echando de tu casa para dormir con él? ¿Me vas a traicionar?
Daniela lo calmó, diciéndole:
-No va a pasar nada. Va a dormir en el sofá. Somos amigos. Confía en mí.
Jeff se marchó, tirando la puerta, gritando un par de improperios, sintiendo que Barclays le había robado a su chica. Barclays se dijo a sí mismo: Daniela quiere estar con los dos a la vez, pero no se atreve. Daniela se metió en la ducha, se puso ropa de dormir y se despidió de Barclays con un casto besito en la mejilla.
Pero, como era de suponer, tratándose de Barclays, un libertino consumado que seguía amando a Daniela, la promesa de dormir en el sofá sin asaltar los tesoros de su novia o exnovia quedó rota, incumplida: Barclays fumó una marihuana que Daniela le había conseguido en vísperas de su llegada, se metió en la cama de la chica que más había amado y, fue inevitable, terminaron haciendo el amor como si Jeff no existiera, como si estuvieran predestinados a amarse siempre.
Los días siguientes Jeff calmó sus celos, pues Daniela y Barclays le mintieron a sangre fría: no había pasado nada entre ambos, Barclays había dormido en el sofá, respetando que Jeff era ahora el novio de Daniela. Como era verano y hacía mucho calor, fueron todos los días a la piscina municipal de Barton Springs, cuyas aguas eran heladas, y lograron sellar una suerte de amistad improbable entre los tres. Jeffrey era afeminado, levemente afeminado, muy delgado, muy bonito, y por eso Barclays se preguntaba:
-¿Será bisexual, como yo?
Una noche, Barclays, que iba de potentado, que alardeaba de ricachón, los invitó a cenar en uno de los mejores restaurantes de la ciudad, o del pueblo, un lugar espléndido, muy elegante, llamado Jeffrey’s. Comieron caviar, bebieron los mejores vinos, se extraviaron gozosamente en los suflés de chocolate y de limón de Jeffrey’s. De regreso en el apartamento de Daniela, se pusieron traje de baño (ella entró en el baño, ellos se cambiaron mirándose sus dotaciones genitales, Barclays comprobó que Jeff estaba bien dotado, como Daniela le había contado, riéndose) y se metieron en la piscina del condominio, borrachos, extasiados. De pronto Jeff besó a Daniela, la besó largamente. Barclays no se sintió herido ni amenazado ni humillado. Le gustó ver cómo ese tejano de ojos lánguidos y cuerpo esmirriado besaba con devoción a su chica, a una chica tan linda que se daba el lujo de tener, de momento, dos novios, uno formal, Jeff, y otro clandestino y forastero, Barclays.
Más tarde, fue Barclays quien se pasó a la cama de Daniela y la amó con fervor, bien dispuestos ambos por el cannabis que compartieron, mientras Jeff volvía resignado a casa, confiando en que Barclays era amigo y sólo amigo de Daniela.
Curiosamente, antes de que Barclays se marchase de vuelta a Miami, Jeff le pidió su teléfono y le dijo:
-Iré a visitarte, si me dejas dormir en tu casa.
Porque Jeff era un estudiante con el presupuesto muy acotado y, por lo visto, no podía pagarse un hotel. Barclays pensó que bromeaba. Regresó a Miami, a Santo Domingo, a Lima. Siguió escribiéndole cartas a Daniela, llamándola de vez en cuando. Ella continuó saliendo con Jeff.
Meses más tarde, sin decirle nada a Barclays ni a Daniela, Jeff desapareció de Austin, tomó un tren y llamó a Barclays desde la estación del tren, al llegar a Miami:
-¿Puedes venir a buscarme?
-Mejor tómate un taxi -dijo Barclays-. Yo lo pago.
Cuando Jeff llegó cargando dos bolsos y una mochila, dispuesto a pasar “una temporada” y no tan solo una semana en Miami, Barclays se sintió invadido, pero, al mismo tiempo, pensó que Jeff se había puesto más lindo, más atractivo, y por eso le dijo:
-Puedes quedarte acá, pero sólo una semana y durmiendo en el sofá.
Jeffrey aceptó, encantado.
-Después te pagaré un hotel -dijo Barclays.
Mientras Jeff se desnudaba sin pudor alguno delante de Barclays, este le preguntó:
-¿Daniela sabe que has venido?
-No -dijo Jeff, con su misteriosa sonrisa de gato-. Es un secreto.
Esa noche, después de cenar, después de fumar marihuana, ocurrió lo que Barclays se temía: Jeff no pudo o no quiso dormir en el sofá, se pasó a la cama y le pidió que le hiciera el amor. Barclays lo amó sin esfuerzo ni impostura y, por supuesto, sin ponerse un condón. Fue así como Barclays y Jeff se hicieron amantes, sin que Daniela lo supiera.
Tiempo después, Daniela terminó con Jeff porque se enamoró de otro estudiante de la universidad. Jeff concluyó sus estudios en Austin y se mudó a Nueva York. Barclays hablaba por teléfono con ambos y se sentía una mala persona porque no le contaba a Daniela que Jeff, su ex, era ahora su amante. Barclays viajó a Nueva York, pasó una noche con Jeff sin fumar marihuana, lo encontró muy desmejorado y de pronto sintió que ya no había una atracción erótica: aquella fue la última vez que lo vio, al día siguiente Barclays voló a Miami, sin despedirse de Jeff, lo que él tomó como un agravio.
Con el tiempo, Daniela terminó un doctorado, se volvió feminista radical y fue contratada como profesora de la universidad: Austin era ahora su casa, su lugar en el mundo. Jeff se mudó a Tokio, donde vivía con tres gatos y se ganaba la vida dando clases de inglés: de vez en cuando le mandaba cartas manuscritas con fotos polaroid a Barclays, diciéndole que lo extrañaba, que lo amaba, que fuese a visitarlo a Tokio. Barclays, vendida su alma al diablo, continuó ganando la plata dulce de la televisión, visitando esporádicamente a Daniela, sin importarle que ella estuviese enamorada de otro hombre.
Treinta años después de su última visita a Austin, Barclays ha regresado con su esposa Silvana y su hija Zoe. Se han alojado en un hotel que no existía cuando visitaba a Daniela, se han bañado en la laguna helada de Barton Springs, han comido caviar en Jeffrey’s, se han extraviado gozosamente en el suflé de chocolate y de limón de Jeffrey’s. De pronto, Barclays, sentado en ese restaurante tan elegante, ha sentido un súbito desvanecimiento, un profundo vahído de tristeza, ha caminado al baño y, a solas, ha llorado brevemente, recordando a Daniela. No llora porque la ama: ahora Barclays ama a Silvana. Llora porque la ha perdido: hace treinta años no la ve, no puede verla, pues Daniela se enteró de sus amoríos con Jeff y no se los ha perdonado.