No quieres arriesgarte, por codicia. Te sentirías el más estúpido del mundo. Debes ser prudente. Nunca más alguien te regalará un millón de dólares, así comienza Jaime Bayly su articulo se opinión
Vamos a suponer que tu madre te deja como herencia un millón de dólares. Nunca habías imaginado tener tanto dinero. Eres millonario. Se te presenta entonces un problema que nunca habías tenido: ¿qué hago con el millón?
Una opción egoísta, perezosa y conservadora es depositar el millón en el banco más seguro, en cuatro cuentas distintas, porque el seguro federal cubre cada cuenta por doscientos cincuenta mil dólares. El banco te pagará virtualmente cero por intereses. No ganarás nada. Pero tampoco perderás nada. Aun si el banco quiebra, el gobierno protegerá tu dinero. Bien. El dinero está seguro. El efectivo es el rey. No corres riesgos.
Luego decides gastar cincuenta mil dólares anuales, es decir cuatro mil mensuales. Es un presupuesto razonable. Tienes que ceñirte a él. No debes gastar más. Si eres riguroso en constreñirte a ese presupuesto, el millón te alcanzará para vivir bien los próximos veinte años. Surgen, sin embargo, varios problemas. En veinte años habrás dilapidado todo tu capital. Tu familia no recibirá nada, si mueres en veinte años o después. Tus hijos sentirán que fuiste egoísta e irresponsable y no les dejaste nada de tu riqueza. Tu pareja sentirá que no te importó proteger su futuro. Quedarás, ante tus parientes más queridos, como un botarate, un dispendioso. Quieres vivir bien los próximos veinte años, pero no quemar tan alegremente el millón que te ha caído del cielo. Tiene que ser posible que el millón te deje unas rentas, unos dividendos, que te permitan vivir bien, sin recortar el capital.
Se presenta entonces otro problema: ¿cómo obtener unas rentas anuales, sin tocar el millón? ¿Cómo conseguir que el millón deje ganancias año tras año, sin exponerlo a riesgos que puedan socavarlo o volatilizarlo? ¿Cómo hacer que esa vaca rinda leche, sin matarla?
Entonces vas a los mejores bancos de inversión y preguntas si pueden recibir tu dinero, no exponerlo a ningún riesgo y darte un porcentaje fijo, seguro, de ganancias anuales. Todos los bancos te dicen: para manejar tu dinero, te vamos a cobrar el uno por ciento al año, es decir diez mil dólares; no podemos ofrecerte un escenario en el cual tu millón esté exento de riesgos, siempre será vulnerable a subir o bajar; no podemos comprometernos a darte un porcentaje fijo anual; podemos comprar acciones o bonos con tu dinero, pero debes comprender que las acciones y los bonos pueden subir como pueden bajar; y si lo que quieres es que recibamos tu millón, no lo expongamos a ningún riesgo y te demos un porcentaje de renta anual, simplemente no podemos tomar tu dinero, pues no trabajamos así. En ese momento decides que no quieres comprar acciones ni bonos. Es demasiado riesgoso. Tus amigos que saben de dinero te dicen que las acciones y los bonos están a precios muy elevados y en algún momento del futuro cercano se van a desplomar, después de diez años de subir. Si compras acciones ahora, te previenen esos amigos, te arriesgas a perder doscientos mil, trescientos mil dólares en un solo año, cuando llegue el mal año, y va a llegar pronto. Espera a que la Bolsa se desplome, te sugieren. Y entonces, solo entonces, usa el diez por ciento de tu capital para comprar acciones, pero cuando la Bolsa haya caído treinta o cuarenta por ciento. Si compras ahora a precios tan caros, vas a perder una tajada sustancial de tu patrimonio.
Decides entonces no confiarle tu dinero a ningún banco de inversión. Decides no comprar acciones ni bonos. Decides esperar a que llegue la crisis, que podría estar a la vuelta de la esquina, para entonces, si acaso, comprar a precios baratos. No quieres arriesgarte, por codicia, a perder trescientos mil dólares en un año. Te sentirías el más estúpido del mundo. Debes ser prudente. Nunca más alguien te regalará un millón de dólares.
Alguien te dice entonces que lo más seguro, si quieres preservar tu capital y obtener una moderada ganancia, es que compres un apartamento y lo alquiles. Te dedicas a investigar cuánto podrías ganar en ese caso. Si compras un apartamento con un millón de dólares, podrías alquilarlo, con mucha suerte, en cinco mil dólares. Pero esos cinco mil dólares no quedarían como ganancia neta para ti. Con esos cinco mil dólares tendrías que pagar dos cuentas que te corresponderían como dueño: el pago del impuesto predial y el pago al condominio. Ambas cuentas sumarán unos tres mil dólares mensuales, poco más, poco menos. Es decir que la operación te dejaría dos mil dólares mensuales. Sin embargo, si quieres que tu millón esté a buen recaudo, debes asegurar el apartamento en caso de que ocurra algún desastre natural, como un terremoto o un huracán. Eso te costará unos quinientos dólares al mes. De modo que, asumiendo que la propiedad no se devalúe con los años, y preserve su valor o incluso lo mejore, el escenario de comprar un apartamento y alquilarlo te dejará un ingreso de mil quinientos o hasta dos mil dólares mensuales en el mejor de los casos. No es desdeñable. El dinero en ladrillos está seguro. Si tienes suerte, en diez años tu apartamento podría costar un millón doscientos mil, o un millón trescientos mil dólares. Habrías ganado veinte mil dólares anuales, por concepto de apreciación de la propiedad. Pero no debes darlo por seguro. Quizás sube, quizás se mantiene, quizás baja. Además, los meses que no alquiles el apartamento, no generará unos ingresos, pero sí te obligará a pagar unas cuentas inescapables: los impuestos, las expensas, los gastos por servicios de agua, luz, cable y basura. Si compras el apartamento y pasan seis meses y no consigues un inquilino, habrás gastado dos o tres mil dólares mensuales, solo por ser dueño de esa propiedad.
Llegas entonces a la conclusión de que comprar un apartamento y alquilarlo es un problema demasiado engorroso que dejaría, con suerte, una ganancia muy pequeña.
Sigues, de momento, con tu millón en el banco, a buen seguro, pero ganando cero.
Alguien te aconseja entonces invertir tu dinero en un negocio. Tienes un amigo cocinero. Es un chef talentoso. Tu amigo te convence de abrir un restaurante. Hacen números juntos. Para comenzar, deben alquilar un local, porque comprarlo es demasiado caro, cuesta un millón, y no puedes gastarte toda tu plata en comprar el local, porque luego te quedarías sin liquidez. Bien. Alquilar el local cuesta doscientos mil dólares a la firma, por traspaso del negocio, y seis mil dólares mensuales. Equipar el local, amoblarlo, decorarlo, costará unos doscientos mil más. De modo que ya el primer año habrás invertido la mitad de tu millón en solo abrir el negocio. Más vale que funcione. Porque los gastos mensuales, sumando la planilla de empleados y los insumos de alimentos y bebidas, serán de diez mil dólares por semana, unos cuarenta mil al mes, es decir que el otro medio millón de tu capital estará invertido en pagar sueldos a cocineros y meseros y comprar comidas y bebidas. En números redondos, abrir el restaurante y mantenerlo activo el primer año demandará una inversión de más o menos un millón de dólares. Suena abrumador. Pero tu amigo, el cocinero, te asegura que el restaurante, si bien gastará cuarenta mil al mes, venderá fácilmente sesenta o setenta mil al mes. Te promete entonces que pueden ganar veinte o treinta mil dólares mensuales, antes de impuestos. Es una cantidad muy estimable. Sí, es verdad, arriesgarías todo tu capital, pero si la suerte les sonríe, ganarás veinte mil dólares mensuales. Además, tendrás la satisfacción de estar dando trabajo a varias personas y mejorando la vida de tus comensales. Si tienes éxito, te sentirás un ganador. Pero luego lees las estadísticas y te enteras de que solo uno de cada diez restaurantes que se inauguran tiene éxito. Es decir, debes ser realista, lo más probable es que fracases, y cierres en un año o dos, y a duras penas consigas recuperar los doscientos mil del traspaso y un dinero muy menor por rematar los equipos. Perderías casi todo tu millón. Y quedarías como un perdedor, un fracasado, ante tu familia y tus amigos. ¿Qué haces? ¿Te arriesgas? Tu mujer te ruega que no lo hagas, te dice que no sabes nada de comidas ni bebidas, te asegura que el negocio fallará porque no has nacido para ser dueño de un restaurante. Ella quiere protegerte. Te dice: te van a robar, te van a estafar, te van a enjuiciar. No quieres peleas ni discusiones con tu pareja. Le dices a tu amigo, el cocinero, que no te animas, porque no quieres abrir un negocio contrariando los deseos de tu esposa. El cocinero te dice que ya conseguirá otro socio. Piensas: si tienen éxito, voy a sentirme un pusilánime.
Finalmente, alguien te dice que consideres invertir en bonos del Tesoro de los Estados Unidos, o de Canadá. Tu asesor te asegura que es la inversión más segura del mercado. Debes comprar bonos redimibles a diez años. Debes estar seguro de que no venderás esos bonos antes de su expiración en 2029. Debes comprender que el precio de los bonos puede subir o bajar mínimamente, pero, si no los redimes antes de su vencimiento, te proteges bastante de las oscilaciones del mercado. Tu dinero, pues, estará congelado diez años. En este momento, ganarás 2.6 por ciento con bonos del Tesoro de los Estados Unidos, y 2.4 con los de Canadá. Eliges los primeros. Ganarás, si los tipos de interés se mantienen en esos niveles, unos veintiséis mil dólares anuales, es decir dos mil dólares mensuales y un pelín más. No está mal. No es desdeñable. Pero incluso los bonos del Tesoro pueden bajar de precio y modificar sus tasas de interés. El riesgo es mínimo, pero existe. El problema es que estarás preservando razonablemente tu capital, pero no podrás disponer de cinco mil dólares mensuales si decidieras gastarlo todo en veinte años, sino recibirías apenas dos mil al mes. ¿Te alcanzaría para ser feliz? ¿O sentirías que estás privándote de disfrutar de tu dinero para que lo gocen más adelante tus hijos cuando ya no estés?
Al final del día, decides que las inversiones más cautelosas son comprar un apartamento y alquilarlo, o comprar bonos del Tesoro a diez años. Ninguna te cambiará radicalmente la vida. Recibir un ingreso adicional de dos mil dólares mensuales será más que bienvenido, pero casi mejor si no renuncias a tu trabajo y continúas con tu vida de siempre. Es decir que cuando no tenías mucho dinero se presentaba el problema de querer ganarlo, ahorrarlo, tenerlo. Y ahora que de pronto ya lo tienes, se presenta el problema de cómo hacer que te rinda una pequeña ganancia, sin exponerlo a grandes riesgos. Sí, ahora eres millonario, pero tienes unos problemas que antes no tenías. ¿Y si nos gastamos el millón en veinte años?
¡Qué tentación!