Amargo cumpleaños en Ramo Verde

ABC de España acompaña a Lilian Tintori y a sus hijos a la tétrica cárcel militar donde continúa encarcelado el opositor venezolano Leopoldo López.

HERMANN TERTSCH / CARACAS

 

El pequeño Leopoldo sabe muy bien adónde va, ahí bien atado ayer en su sillita en el Rover todoterreno, con su madre Lilian (Tintori) y un periodista español: «A ver a papá». A ver a papá a la cárcel. «Los niños lo saben todo», explica su madre. «Saben que papá se entregó, saben que está en la cárcel, saben que es un político que está en la cárcel porque quiere una mejor Venezuela para todos los niños y para todos. Y saben que papá no ha hecho nada malo. Los niños son mi máxima prioridad, pero si yo estoy bien, ellos están bien. Lo que no deben jamás es verme quejándome, llorando o quebrada como nos quiere el Gobierno. Todas las torturas psicológicas a Leopoldo y el maltrato a la familia son para vernos quebrados, para romperle a él y a nosotros».

Es difícil saber si los niños realmente asumen todo con tanta normalidad como quiere creer su madre, pero cierto es que tienen un entorno que cualquier niño en difícil trance querría. Las dos mujeres en la vida de Leopoldo López, ya el preso más famoso de Iberoamérica, símbolo de la lucha del pueblo venezolano por poner fin al sueño devenido en pesadilla, son dos personalidades de inaudita firmeza y vitalidad.

Cambio de actitud

La madre de Leopoldo López, Antonieta Mendoza, hija de una de las viejas y poderosas familias venezolanas, es un carácter excepcional que organiza y lucha por su hijo con una soltura patricia que hace inimaginable la claudicación o el lamento. En vísperas del viaje explicaba el cambio de actitud que percibe ya, debido al desmoronamiento del régimen, hasta en los miembros de la policía política y los militares encargados de vigilar a su hijo. Cuenta cómo ha hecho personalmente responsable de la vida de su hijo al coronel Viloria, nuevo al mando de la prisión militar de Ramo Verde.

Leopoldo López, aislado como único preso en un edificio de trece celdas, ocupa un cubículo de menos de dos por dos metros en total aislamiento y se le apaga la luz a las ocho hasta las seis en otra medida de tortura psicológica. Pero subraya la madre que este coronel, de momento al menos, ha puesto fin a las bárbaras prácticas de su antecesor Homero Miranda, al que califica de verdugo. De julio de 2014 a julio del 2015 hay pocos actos de humillación y agresión que pueda sufrir un preso que no haya sufrido Leopoldo, incluido el bañarle con cubos de excrementos, meter a encapuchados armados y todo tipo de vejaciones.

Tintori confirma después que muchos de los policías y militares le hacen gestos de complicidad y simpatía desde hace muchos meses. Que muchos piden disculpas por las molestias que les ordenan crear a Lilian o a Antonieta en el aeropuerto u otras situaciones. «Me pican el ojo» (guiñan) o me susurran que lo lamentan, «lo sentimos mucho pero son órdenes». «Con Chávez era distinto, la ideología mandaba. Hoy la mayoría de los que trabajan en las instituciones, como el resto de los venezolanos, están deseando el cambio y están con nosotros».

Cumpleaños de su hija

A las ocho y media de la mañana se partía de la casa en Palos Grandes, en cuatro coches, porque aunque todas las visitas en la prisión militar son momentos muy especiales, el de ayer lo era mucho más. Todos iban a celebrar con papá el cumpleaños de Manuela, la otra hija de Leopoldo y Lilian. Con comida especial y pasteles en bolsas y tarteras. El coronel Vilora, quizás deseoso de distanciarse de su antecesor Miranda que puede contar en el futuro con una denuncia por torturas ante los tribunales internacionales de justicia, se mostró dispuesto a que acudieran ayer algunos amigos de Manuela con sus padres a celebrar el cumpleaños con el papa prisionero. Tras un año y siete meses de prisión y recién caída la brutal y absurda sentencia de 13 años y nueve meses, más de lo que pedía el fiscal, el día era por tanto extraordinario. Por desgracia no estarían los dos mejores amigos de Leopoldo López, Luis Daniel Gómez y Gustavo Jiménez, casados con dos amigas de Lilian, con hijos de la edad de los suyos. Eran una cuadrilla inseparable. Los dos aparecieron muertos con sus bicicletas en el Ávila que se alza sobre Caracas. Ejecutados con sendos tiros en la nuca. Allí estaban las bicis. Para que se supiera que el motivo no era el robo. «Mis dos hijos saben también eso. Que su papá está en la cárcel. Pero que no está muerto como otros. Por eso nosotros no tenemos derecho a quejarnos. Porque sufrimos en la medida en la que todos los venezolanos estamos sufriendo. No puedo victimizarme. Luchamos en un país en el que muchos mueren y todos sufren». Venezuela registra 25.000 asesinatos anuales. El 97% quedan impunes, según datos de la ONU.

Pasamos San Antonio de los Altos donde muchos cientos de personas hacen colas ante los comercios en domingo a la espera de conseguir algo de lo mucho que escasea. «Han destrozado el país y saben que esto se acaba. Tienen miedo», dice Liliana en referencia a Maduro y el régimen. Llegamos a la tanqueta de la Guardia Nacional Bolivariana que corta el acceso al siniestro complejo penal militar de Ramo Verde, donde Manuela celebró ayer, por segundo día, su cumpleaños.