El asesinato de Sylvia Likens, adolescente abusada y torturada por todo un vecindario

El 26 de octubre del año 1965, un muchacho llama desesperado a la policía para alertar de que hay una chica muerta en la casa de la familia Baniszewski: en el chalet ubicado en el número 3850 de la calle East New York, en Indianápolis, vivían la madre, Gertrude, sus siete hijos y dos hermanas a las que la mujer cuidaba en ausencia de los padres y a cambio de un dinero.

Por Claudia Peiró | Infobae

La muerta era Sylvia Likens, de 16 años, una de las jóvenes huéspedes de Gertrude Baniszewski. Cuando llegó la policía, los presentes en la casa dijeron que un par de amigos habían pasado a buscar a la chica para dar un paseo y que la habían devuelto brutalmente golpeada. La mentira duró poco, porque enseguida la hermana menor de Sylvia, Jenny Likens, 15 años, se acercó a un agente y con un hilo de voz le dijo: “Si me sacan de aquí, prometo contarles todo”.

La casa del horror. Indianápolis, 1965.

Salió entonces a la luz una historia macabra de tortura colectiva, de brutal ensañamiento contra una persona cuya indefensión parecía exacerbar los sentimientos humanos más retorcidos.

Jenny Likens, hermana menor de Sylvia.

La familia Likens estaba formada por el padre, la madre y cinco hijos. Sylvia era la del medio. Después venían gemelos. La niña, Jenny, había padecido polio y para caminar debía usar un aparato de hierro en la pierna. Esto la volvió muy tímida y dependiente, en especial de su hermana Sylvia, que la protegía constantemente.

Los Likens trabajaban en un parque de atracciones ambulante y esa vida nómade no era la más adecuada para las niñas. Empezaron a dejar a sus hijos a cargo de familiares para su cuidado. En la Iglesia a la que asistían, Sylvia y Jenny trabaron amistad con las dos hijas mayores de Gertrude Baniszewski. Cuando la mujer se enteró de que los Likens buscaban hogar por unos meses para las adolescentes, se ofreció a cuidarlas a cambio de 20 dólares semanales.

Sylvia Likens, con su madre.

A comienzos de julio de 1965, Sylvia y Jenny se mudaron a casa de los Baniszewski sin sospechar el horror que las esperaba.

Para Gertrude, de 36 años, sin un ingreso fijo, 20 dólares eran una suma muy interesante…. La mujer tenía seis hijos de su primer matrimonio con John Baniszewski, un hombre al parecer golpeador que al cabo de diez años de convivencia la abandonó. Ella inició después una relación intermitente con un muchacho de 22, que iba y venía, le sacaba algo del poco dinero que ella ganaba planchando o haciendo otras tareas domésticas para familias del barrio, y con el que finalmente tuvo a su último hijo, que era todavía un bebé de cuna cuando llegaron las hermanas Likens.

Los hermanos Baniszewski eran Paula, de 18 años, Stephanie, de 15, John Jr., de 12, Marie, de 11, Shirley, de 10; James de 8 y el bebé, Dennis Jr.

Stephanie Baniszewski, 15 años.

Durante la primera semana, la convivencia transcurrió de maravilla. Las niñas Likens y las Baniszewski iban al mismo colegio, jugaban y salían juntas, compartían dormitorio…

Hasta que se combinaron un despecho amoroso sufrido por la hija mayor de Gertrude, el interés creciente que Sylvia, linda y de agradable carácter, empezaba despertar en sus compañeros de curso, con el atraso en la llegada del primer cheque de los Likens.

Gertrude, frustrada, nerviosa y evidentemente propensa a la crueldad, tomó por ciertos los chismes de su hija -Paula alegaba que Sylvia la había acusado de ser una cualquiera- y decidió castigar a las dos hermanas por eso y por el atraso en el pago. “¡Las he cuidado durante una semana, pequeñas zorras, por nada!”, les recriminó. Emergió entonces su veta sádica.

Gertrude Baniszewski.

Delante de los demás niños, les ordenó a las chicas inclinarse sobre un sillón para recibir el castigo, mientras tomaba un cinto para azotarlas. Sylvia le rogó que no golpeara a su hermana sino sólo a ella…

Eso fue apenas el comienzo de un largo crescendo de castigos y humillaciones que la adolescente debió sufrir; un calvario que sólo terminó con su muerte.

Castigo por comer de más en el picnic de la Iglesia, castigo porque la miró un chico, castigo aun más severo porque otro la llevó a dar una vuelta en el auto… castigos cada vez más duros porque Sylvia, además, se quejaba poco. Su primera preocupación era proteger a Jenny. Por educación, por fe, por genética, lo cierto es que era una chica estoica pero a la vez dulce y alegre. Linda y talentosa, se volvió blanco de la envidia de las hijas y del resentimiento de la madre.

Shirley Baniszewski, 10 años: su madre la hacía presenciar los castigos y vejaciones a Sylvia.

Lo más perverso del caso es que Gertrude Baniszewski pasó de obligar a sus hijos a asisitir a los castigos a incitarlos a aplicarlos ellos mismos y, finalmente, a invitar a los amigos de los niños a participar de las sesiones de tortura a Sylvia.

Hasta los más pequeños de la familia presenciaban los castigos y, con una inocencia siniestra, consolaban a Jenny diciéndole: “Es sólo para corregirla”. O, cuando los amiguitos de la escuela se sorprendían por el trato dado a Sylvia, replicaban: “Mami dice que podemos”.

Gertrude empezó a tratar a Sylvia de promiscua y a acusarla de robarle. Luego de una sesión particularmente morbosa durante la cual la mujer la obligó a desnudarse y, frente a sus hijos, le introdujo una botella de vidrio en la vagina, que se rompe y la lastima, la adolescente se vuelve incontinente. Gertrude reacciona con más enojo aun y ordena que la saquen de su vista y que no tenga más contacto con sus hijos. “Llévenla al sótano”, le dice a Coy Hubbard, el novio de Stephanie, que con brutalidad arrastra a Sylvia por las escaleras y la tira al piso.

Escena del crimen: el sótano en el que Sylvia fue encerrada durante semanas y donde murió.

De allí no saldrá viva. Le siguen a ese día, semanas y semanas de maltrato, durante las cuales, por las tardes, la diversión de los amiguitos de los niños Baniszewski es bajar al sótano para castigar a Sylvia: golpes, patadas, quemaduras de cigarrillo, chorros de agua fría con una manguera, todo con la pobre muchacha postrada por los dolores y por la privación de comida -otro castigo que le infligían-, o bien atada con una soga a un poste del sótano. “Mami dice que podemos…”, repetían los hermanitos.

John Jr, el de 12 años, es uno de los más incentivados por su madre para participar de los castigos. Cuando el caso vaya a la justicia se convertirá en el convicto más joven del estado.

John Jr Baniszewski, 12 años.

Coy Hubbard no se quedaba atrás: practicaba yudo en el cuerpo de Sylvia, alentado siempre por Gertrude.

EFECTO MANADA

Por ese efecto manada tan tipificado en los estudios de psicología de masas, ninguno de los chicos se niega a participar del martirio de Sylvia Likens. Su hermana es una testigo tan horrorizada como muda. Los demás, sea por miedo a ser excluidos, sea por imitación -porque las emociones, buenas o malas, se contagian al grupo-, o por el sentimiento de impunidad que da el ataque en banda, o por un secreto resentimiento o envidia hacia Sylvia -uno de sus verdugos es Richard Hobbs, de 15 años, un aspirante a noviecito rechazado y despechado-, sea porque la edad no les permite dimensionar el daño que están causando; el hecho es que nadie reacciona, nadie pide auxilio, nadie habla.

A los profesores y al reverendo de la Iglesia, Gertrude les dice que debió enviar a Sylvia al reformatorio porque ya no podía con ella.

Los vecinos, que por momentos escuchan los gritos de la muchacha, prefieren no meterse.

Un momento de paroxismo se alcanza cuando Gertrude tatúa con un cuchillo ardiendo una frase en el vientre de Sylvia: “I’m a hore, and proud of it” (Soy una puta y orgullosa de ello). Cuando la mujer se cansa de marcarla, Hobbs toma el relevo y completa el siniestro trabajo. En el juicio, no supo explicar por qué tatuó un número 3.

“Ahora no te vas a poder casar. ¿Qué vas a hacer?”, le dice Gertrude a la joven. Ese día, Sylvia alcanzó a decirle a su hermana Jenny que sentía que moriría pronto…

La foto del legajo policial que muestra la frase que Gertrude marcó con un cuchillo candente en el vientre de Sylvia.

Mientras tanto, los 20 dólares para la manutención de las niñas Likens llegaban regularmente a los bolsillos de Gertrude. Pero la locura ya estaba desatada y faltaba poco para el estallido final. Los Baniszewski habían llegado hasta la perversión de cobrar 5 centavos a cada chico del barrio que quería bajar al sótano a “jugar” con Sylvia.

El 25 de noviembre, aparentemente tras un intento de la chica de escaparse, Gertrude, dando un paso más en su sadismo, obligó a Sylvia a entrar en una tina de agua hirviendo. La joven se desmayó. La sacó de allí y empezó a golpearle la cabeza contra el piso de cemento del sótano para despertarla… Otra versión dice que fue Coy quien le golpeó el cráneo con una barra.

Coy Hubbard, el novio de Stephanie, partícipe activo en la tortura a Sylvia y posible autor del golpe mortal.

Como sea, Sylvia ya no recuperó la conciencia. Y al cabo de un rato, Richard Hobbs, el pretendiente frustrado, se da cuenta de que está muerta. Es él quien llamará a la policía.

Mientras algunos de los chicos trataban de reanimar a Sylvia, Gertrude todavía gritaba que la chica sólo estaba fingiendo. Cuando se da cuenta de lo ocurrido, combina con los demás presentes en la casa la historia que iban a contar.

Pero Jenny, la hermana de Sylvia, vio al fin la posibilidad de escapar del infierno y habló…

El cuerpo martirizado de Sylvia Likens, tal como lo encontró la policía. Son visibles las quemaduras de cigarrillo en sus brazos.

Gertrude Baniszewski repetía constantemente que castigaba a Sylvia para proteger a sus hijos de la mala influencia de la joven. Pero en el juicio, culpó de todo a los niños y negó estar al tanto de lo que estaba sucediendo en su propia casa.

La justicia no le creyó. Cuando los menores dieron detalles de lo que le habían hecho a Sylvia, la opinión pública se horrorizó. Pero, para ella, era demasiado tarde. La menor había sido víctima del sadismo de Gertrude, pero también de la indiferencia de otros adultos: los vecinos, las autoridades del Colegio y de la Iglesia, que no se molestaron en verificar nada, su propia familia, a la que en más de una ocasión la adolescente intentó alertar. No le creyeron o bien minimizaron las cosas.

El testimonio de Richard Hobbs, 15 años, en los diarios de la época.

El testimonio de Richard Hobbs, que admitió su participación en los actos de crueldad contra Sylvia, impactó especialmente y fue decisivo en el esclarecimiento de lo ocurrido.

Gertrude Baniszweski y su hija mayor, Paula, fueron condenadas a cadena perpetua por asesinato. Coy Hubbard y Richard Hobbs recibieron 20 años de cárcel cada uno. Hobbs murió a los 21 años, de cáncer. John Jr., de 12, fue sentenciado a más de 10 años de prisión.

Durante el juicio, Gertrude abraza al hijo de 12 años, al que convirtió en torturador y asesino.

Stephanie Baniszewski pasó poco tiempo tras las rejas porque testificó contra su familia.

Pese a las protestas de mucha gente, a Gertrude le otorgaron libertad condicional en 1985, por su buena conducta en prisión. Murió 5 años después, en 1990.

Los padres de Sylvia, en el juicio contra los asesinos de su hija.

El crimen de Sylvia Likens ha inspirado varios libros y dos películas, “La chica de al lado” y “American Crime”. Un memorial la recuerda en una plaza de Indianápolis. El fiscal del caso dijo que se trataba del “peor crimen jamás cometido en el estado de Indiana”.

El tributo de una ciudad que no puede olvidar.

En 1972, Paula Baniszweski obtuvo la libertad condicional. Tuvo una hija, a la que llamó Gertrude. Se cambió de nombre y se mudó a Iowa. En 1995, comenzó a trabajar en una escuela distrital como asistente de docente de estudiantes con necesidades especiales.

Pero en 2012, alguien reconoció en esa mujer de 64 años a una de las torturadoras y asesinas de Sylvia Likens. Los detalles del caso volvieron a salir a la luz y Paula se vio forzada a renunciar.

Paula Baniszewski, a los 18, cuando fue arrestada, y años después, a los 64, en libertad.

Es que su crimen era imperdonable.