Jaime Bayly: «Me divierto más cuando me siento mujer»

El escritor peruano Jaime Bayly se estrena en el cuento con un conjunto de relatos reunidos con el título de ‘Yo soy una señora’, donde prolonga su vocación forense sobre su propia biografía y sus alrededores familiarres.

Jaime Bayly (Lima, 1965) tenía la carencia del cuento. Había volcado obsesiones y venenos en la novela, en más de una quincena de historias donde ha convocado sus excesos de limeño desatado, de hijo de familia bien, de víctima y mirlo de una alta burguesía peruana donde la extravagancia y la frivolidad alcanzan categoría de carnaval. Pero el relato aún estaba por estrenar.

Ahora sí: Yo soy una señora (Alfaguara) es un conjunto de piezas (50) en las que Bayly concentra esa singularidad de su escritura que tiene en la autoparodia, en la autobiografía, en la autodestrucción y el hedonismo perverso su garfio. Medio centenar de cuentos -25 desde la voz de un hombre y 25 desde la de una mujer- con los que abunda en ese territorio suyo que es él mismo mirándose en un estanque sulfúrico donde el líquido son los otros, los otros a los que dardear.

¿Qué ha sucedido para echarse al cuento?
Como no encontraba aliento ni valor para escribir una novela de alto riesgo, me resigné a escribir cuentos. No sospeché que sería tan divertido.
En qué es usted más señora?
En todo: en mi manera de hablar, vestirme con ropas viejas y holgadas, caminar como si fuera a desmayarme, atacar la nevera de madrugada. En todo: en mi cuerpo flácido, mi lengua viperina, mi vida aburguesada y gagá. Pero, sobre todo, en mi manera de escribir.
La división paritaria de voz masculina y femenina es otro de los recursos del libro. ¿Por qué ese equilibrio?
Probablemente porque en mí cohabitan señoras y señores, porque he amado a señores y señoras. A veces hablan ellas, a veces hablan ellos. Me resulta perfectamente natural sentirme hombre y mujer cuando escribo (y cuando no escribo). Ciertamente me divierto más cuando me siento mujer.
Su madre es un gran personaje en algunos de estos relatos, tan impredecible. ¿Una convicción más de que la familia es una gran novela en tiempo real?
Mi madre es el gran personaje de este libro de relatos. Es también el gran personaje de mi vida, el gran personaje de todos mis libros. A menudo me encontraba escribiendo estos cuentos como si mi madre estuviese dictándomelos.
En estos cuentos, como en algunas de sus novelas, hay un gozo del chisme.
La política es puro chisme. El periodismo es puro chisme. La familia es puro chisme. La literatura es puro chisme. Todo comienza con un chisme delicioso, inconfesable. Cómo convertir el chisme en un cuento, en arte: ese es el gran desafío.
¿Usted se interesa literariamente?
Yo soy como esos pintores que siempre estaban haciéndose un autorretrato más. Pero no me gusta salir guapo, tratar de embellecerme. Lo que me sale natural es ridiculizarme, hacer escarnio de mí, exhibir mis miserias.
La insolencia es parte de su poética. En la mayoría de sus libros hay un ánimo loco de incordiar.
El arte es incordiar, protestar, rebelarse, amotinarse, joder, patear el tablero. El arte es contar lo que no debería ser contado. Todo artista es un petardista, un dinamitero, un tiratiros, alguien que sueña con reinventar el mundo. No siempre lo consigue. Siempre o casi siempre se queda solo.
Pero a la vez tiene una capacidad conmovedora (a veces) de reflejar las distintas formas de soledad, que de algún modo son la misma.
¿Qué debe hacer el escritor: ser leal a sus historias o leal a su familia? Porque su familia con seguridad no quiere que publique aquellas historias. ¿A quién debe servir el escritor: al lector que no conoce o a sus padres y hermanos? El escritor que elige contarlo todo será, tarde o temprano, un desclasado, un descastado, un exiliado en su propia familia, un apátrida.
La insistencia en su familia y el entorno limeño de su familia parece no agotarse nunca.
Mi familia de locos, chiflados, dementes y orates es una fuente inagotable de historias.
¿Cuánto tiene ese mundo de nido de corrupciones: económicas, afectivas, sentimentales…?
La peor corrupción es quizás la infelicidad, la desdicha: es decir, cómo se corrompen nuestros sueños de ser felices y cómo se envilecen y acanallan unas vidas que merecieron algo mejor. A menudo esa corrupción ocurre porque las personas tienen miedo de ser lo que en verdad son y acaban ocultándose con caretas y mascaradas.
¿El tiempo le ha sumado obsesiones, le ha ayudado a apaciguarlas o ha cambiado unas por otras?
El tiempo refina las obsesiones, rebaja las expectativas, dibuja cruelmente los contornos de nuestra identidad más verdadera y perdurable: eso es lo que somos, lo que no podemos dejar de ser.
¿A cuál de ellas le es más fiel?
A la obsesión de escribir.
¿Se autocensura escribiendo?
No. La censura casi siempre proviene del pudor. Un artista debe matar el pudor. El pudor o la reputación son un peligroso escollo para la expresión artística.
¿Cuánto está dispuesto a perder cuando escribe contra quienes escribe?
Estoy dispuesto a perder amigos o conocidos a cambio de ganar lectores desconocidos: puede que ese sea un rasgo autodestructivo que me empeño en cultivar.
¿Cómo vive este momento de pandemia?
No he cambiado demasiado la rutina: duermo por la mañana, escribo por la tarde, hago televisión por la noche. Lo que he dejado de hacer es subirme a tantos aviones. Llevo meses sin viajar, eso es raro en mí.
¿En qué no cambiaremos después de este zarandeo?
Cambiaremos, si acaso, para peor.
¿La edad lo ha apaciguado?
Yo diría que sí. Uno sabe que tiene menos tiempo y trata de usarlo mejor. Uno procura no repetir los errores más gruesos. Uno se resigna a ser lo que es.
Creo que tiene una novela en marcha en la que su familia, de nuevo, salta por los aires. ¿Es la voladura de los últimos puentes?
Llevo años de años escribiendo esa novela de casi mil páginas. Pero no me atrevo a publicarla. No todavía.