Leonarda Cianciulli, “la jabonera de Correggio”, fue la asesina serial más escalofriante de Italia. Siempre creyó que una maldición que le echó su propia madre arruinaba su vida. Por qué matar a estas mujeres y transformarlas en jabón y tortas para la hora del té fue su venganza.
La suya es una historia destinada a trascender. Pero no por sus logros y conquistas sino, exactamente, por todo lo contrario. Leonarda Cianciulli alcanzó el extraño mérito de ser la asesina serial más famosa de Italia.
¿Qué es lo que hizo esta mujer que aparentaba ser la buena vecina a la que las mujeres del pueblo acudían en busca de consejo y ayuda? La respuesta es tan sorprendente como macabra: entre 1939 y 1940, en el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, mató a tres amigas; con sus cuerpos hizo jabón y con su sangre, tortas para la hora del té.
Conocida como “la jabonera de Correggio”, Leonarda traspasó con crueldad y cinismo ese límite que no se puede cruzar en ninguna amistad, ese que marcan la traición y la muerte. Lo que hizo es imperdonable y no tiene justificación alguna, pero sí se puede entender como la consecuencia más atroz de su trágica biografía.
Supersticiosa al límite y asidua consultante de brujos y adivinos, se autoconvenció de que la clave para proteger a su hijo mientras el joven luchaba en la guerra era sacrificar mujeres.
Y fue ahí, en su negocio, en ese en el que vendía jabones y asistía a sus vecinas tirándoles las cartas y prediciendo el futuro ella también, donde comenzó su macabro plan.
Las tres víctimas fueron elegidas con mucho cuidado y precisión. Cada una de ellas había acudido al consejo de Leonarda por un motivo específico y diferente.
El modus operandi siempre fue el mismo: sin remordimiento las invitaba a tomar vino (al que le añadía somníferos) y una vez que se dormían las asesinaba de un hachazo. Luego, descuartizaba los cuerpos, los desangraba y utilizaba cada parte para hacer jabones y tortas dulces que, de manera siniestra, compartía con otras vecinas a las que invitaba a tomar el té.
La primera mujer, Faustina Setti, era una vecina soltera que buscaba marido. Ese fue el motivo de la consulta con Leonarda, quien le aseguró que ya le había encontrado un hombre perfecto para ella en otro pueblo pero que no se lo debía comentar a nadie. Además, le dijo que escribiera cartas para su familia explicando que se había ido y que no la buscaran.
Francesca Soavi, la segunda víctima, la consultó porque necesitaba un trabajo. Lo que sucedió fue similar: le dijo que había un puesto como docente en otra ciudad y que escribiera las misivas de despedida.
Virginia Cacioppo, la tercera y última víctima, también recibió la misma promesa de un trabajo que le permitiera escapar de su gris y rutinaria vida. En este caso, le prometió ser secretaria de un empresario florentino. Su final también fue en una olla.
Sin embargo, quiso el destino que la cuñada de Cacioppo de inmediato notara su ausencia y le avisara a la policía que la había visto entrar en el local de Leonarda para nunca salir de allí.
Cuando los agentes llegaron a su casa, encontraron todas las evidencias de sus crímenes en el lugar.
En 1946, Leonarda Cianciulli fue condenada a 30 años de cárcel. Murió en prisión el 15 de octubre de 1970 a causa de una hemorragia cerebral.
La maldición se había cumplido.