Venganza sangrienta en el camposanto

El calor era intenso y los rayos del sol se estrellaban sobre el féretro y hacían que desprendiera un humo azulado de la capa metálica. La gente parecía estar acostumbrada a aquel sofocamiento, pues nadie se quejaba, salvo Filomeno Sanjuan que caminaba con dificultad a causa de su diabetes y a cada instante se detenía, todo cansado, y se secaba los chorros de sur con un pañuelito amarillento y arrugado que cargaba en el bolsillo trasero.

Y no es que a Filomeno Sanjuan le gustase eso de ir a velorios, porque de hecho no le llamaba la atención para nada. Solo estaba allí como un cumplido porque conocía de toda la vida al papá de Deivis Garrillo Luzardo, esposo de la mujer que habían asesinado la noche anterior.

El Cementerio Municipal de Los Puertos de Altagracia se notaba bastante descuidado, al punto que se apreciaban varias losas levantadas, tumbas semiabiertas e incluso algunos ataúdes daban señales de que habían sido jurungados y quien lo hizo no se había tomado la molestia de volverlos a cerrar correctamente y ponerlos en el hueco donde estaban.

“Estos paleros no tienen paz con la miseria y no saben lo que es el respeto para con los muertos”, dijo entre dientes Filomeno San Juan, mientras intentaba aparatosamente escalar por entre las tumbas.

Dolor. Los parientes de Katherine Escandela no podían creer que ya no la verían más nunca y no encontraban una explicación convincente del por qué la habían asesinado, pues mala mujer no era, ni tenía enemigos ni problemas con nadie.

Deivis Garrillo caminaba a paso lento al lado del féretro humeante. Llevaba lentes oscuros, quizás para que nadie se percatara si acaso le brotaban algunas lágrimas, aunque unas mujeres que iban en la parte trasera, casi de últimas, dijeron que era un showsero y que ese nada que la quería sino que al contrario le daba mucha mala vida.

Un perro blanco mugriento que dormía plácidamente encima de una de las tumbas se despertó sobresaltado y echó a correr por entre las estructuras de mármol.

La emboscada fatal. Katherine Chiquinquirá Escandela Argüello, contaba con apenas veinte años de edad. Murió el día anterior, pero los disparos que le provocaron la muerte los había recibido tres días antes, solo que estuvo agonizando, como resistiéndose a morir cuando apenas comenzaba a vivir.

El pueblo supo de la historia de boca de Filomeno Sanjuan, que, como el amigo del papa del esposo de la infortunada, se enteró de todo lo que ocurrió el día en que le cayeron a tiros a la muchacha.

Resulta que Katherine, quien no andaba en muy buenos pasos que digamos, al igual que su esposo, se desplazaba en un auto junto con un tipo de nombre Jorge Paz Bracho, quieren era comerciante y tenía cincuenta y cuatro años y de pronto se les aparecieron unos motorizados armados y se les atravesaron en el camino y les hicieron señas para que se detuviesen, pero casi inmediatamente desenfundaron sus armas y no les dieron tiempo a nada, sino que de una vez les comenzaron a lanzar plomazos, al punto que el vehículo Neón de color verde en el que viajaba la pareja quedo todo agujereado.

Filomeno Sanjuan agregó que todo esto fue en la carretera Falcón-Zulia, a la altura del tramo que conduce hacia el sector El Mecocal y que esa vía estaba más sola que la una, por lo que no había testigos.

En el atentado, Paz Bracho murió de manera instantánea, tras recibir varios impactos de bala en el rostro y el pecho, pero la joven Katherine Escandela logró sobrevivir, aunque varios pedazos rabiosos del plomo le quedaron incrustados en el cuerpo.

No queda claro quién la auxilió, pero lo cierto es que la trasladaron al Hospital General del Sur, donde intentaron salvarle la vida y tras intervenirla quirúrgicamente la dejaron recluida en la Unidad de cuidados Intensivos.

En el pueblo comenzaron a correr los rumores y las hipótesis, que si la vaina era con Paz Bracho, que era un narco. Que no, que el de la cosa era el marido de Katherine, que si había un peo de faldas, que fue Deivis quien los había mandado a matar porque se enteró que le estaban montando cachos, en fin, que cada quien se hacía su historia.

Pero fue la policía quien ordenó el asunto. Declararon que el atentado tuvo que ver con una guerra interna entre miembros de la banda de un delincuente de Los Puertos de Altagracia encabezados por un criminal conocido como el Koyac, lugarteniente del grupo, quien habría ordenado la muerte de Paz y Katherine Escandela, y que la emboscada criminal le fue encomendada a un criminal conocido como el Bebé, uno de los sicarios más temibles de la organización delictiva.

Carreras en el sepelio. El perro blanco mugriento se salvó de morir abaleado porque su instinto animal lo ayudó y corrió y saltó por encima de las tumbas como loco en el momento preciso.

Varios pedazos de plomo se estrellaron contra las losas e hicieron añicos un santo que algunos deudos habían colocado en una de las tumbas.

Los asistentes al sepelio corrían desesperados y sin dirección alguna y no hallaban donde guarecerse. Llovían balas desde todos los rincones. El único que no corrió fue Filomeno Sanjuan, y no porque valiente fuera, sino porque la diabetes no se lo permitió.

Lo que hizo fue bajar la cabeza y encomendarse a todos los santos. Los pistoleros le pasaron por un lado con sus armas humeantes y ni siquiera voltearon a mirarlo. No era el objetivo.

Encima de una de las tumbas, exactamente al lado del féretro que no había logrado sepultar, quedo el cuerpo agujereado y sin vida de Deivis Garrillo Luzardo. Hubo varios heridos, pero nadie se quejaba ni decía nada. Todos habían enmudecido.

Al día siguiente, la policía indicó que Garrillo también formaba parte de la banda y cayó muerto a manos de los mismos criminales que le quitaron la vida a su esposa.

ÚN

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