“¿Quieres morir linchada o quemada?”

Fuego

El odio inoculado deja marcas en todos los espacios

Charilin Romero/ÚN

  El episodio que vamos a referir comenzó la mañana del miércoles, cuando los operadores del Metro de Caracas anunciaron que había una falla eléctrica, por lo que los usuarios debían desalojar en la estación Bellas Artes el tren, que venía del Oeste.

En ese momento la irracionalidad y el fanatismo se hicieron presentes. Una señora de la tercera edad que refería ser paciente oncológica gritaba: “Somos demasiado pacíficos. Esto se acaba partiendo los vidrios, quemando la estación, matando a los chavistas. ¡Somos demasiado cobardes y somos mayoría!”.

Ante semejante agitación, una joven le pide a la señora no llamar a la violencia colectiva. En la conversación de dos se involucraron otras 15 personas, entre hombres, mujeres, jóvenes y sexodiversos, quienes exaltados y con actitudes violentas e intimidatorias rodearon a la chica vociferando improperios y amenazas. Incluso buscaron agredirla físicamente.

La intolerancia, la misoginia, la xenofobia y el racismo de más de una decena de venezolanos hacia su paisana cobró fuerza cuando otra viajera manifestó: “Ella está buscando que la linchen. Es chavista. Revísenla, que debe tener el carnet de la patria. Seguro estudia en la Universidad Bolivariana o alguna misión. ¡Es una enchufada!”.

Lo escalofriante del caso es que otra violenta que afirmaba ser de los Tupamaros, vivir en la parroquia 23 de Enero y, por supuesto, ser contraria a la revolución, preguntó a la joven: “¿Cómo quieres morir? ¿Linchada, quemada, tiroteada o apuñalada?”. Posteriormente dijo: “¡Aquí lo que hay es hambre!”.

Pensé: ¡la van a matar! Pero la chica, con mesura, exigió respeto a los bienes públicos y a su forma de pensar mientras musitaba una oración a Dios, seguramente para calmar los demonios desatados.

En la controversia cayapera se evidenció que la intolerancia y el odio inoculados por los que se oponen al Gobierno están a flor de piel, pero también que en grupo son más valientes. Su capacidad para discernir entre lo bueno y lo malo se perdió, así como la capacidad para asimilar que el otro tiene derecho a pensar diferente.

El asedio continuó hasta la estación Altamira. Por suerte, no pasó a más.