Con sus monos ajustados o con licras, camisas deportivas, sus zapatos todo terreno, sus audífonos para disfrutar de una buena música, algunos subiendo, otros bajando, unos más ágiles que otros. Una tarde con un clima ideal para desconectarse del caos de la ciudad en medio de la naturaleza.
Una mujer le decía a otra “todavía nos falta” mientras que descansaba un poco, tomaba su agua y observaba a Caracas desde lo alto, desde aquella loma del parque nacional El Ávila, reseñó la periodista Lysaura Fuentes de El Cooperante
Aquel parque, repleto de caminos de tierra, de bosque, floresta, senderos y grutas apartadas y escondidas entre la maleza, inspiración para artistas plásticos y cantautores, fue el escenario para la desesperación, incertidumbre, el pánico y la indolencia.
Lo inesperado
Carlos constantemente acude a El Ávila a ejercitarse y a apartarse un poco de la ciudad. Normalmente asistía en las mañanas, pero luego comenzó a frecuentar el parque todas las tardes.
El joven, de piel blanca, ojos azules y fornido por el ejercicio, ese jueves 24 de octubre, se encontraba en El Ávila, como era costumbre. Vestía una franelilla de color negro y un mono gris.
Cerca de las 06:00 de la tarde, cuando el sol ya comenzaba a ocultarse, Carlos, en compañía de un amigo, se encontraban descendiendo de El Ávila.
Carlos escuchaba su música preferida con sus audífonos cuando su amigo se detuvo y le dijo que había escuchado un disparo. Al principio no pensaron que eso podría ocurrir en el parque, por lo que siguieron su camino por la llamada “bajada del diablo” de Sabas Nieves, pero otra detonación retumbó.
“Esto es un asalto”
Carlos no podía salir de su asombro por lo que estaba ocurriendo. En ese instante, se detuvo, mientras observaba como venían corriendo un grupo de 10 a 15 personas, que huían de dos hombres armados que gritaban: “Esto es un asalto”.
Algunas de las personas se escondieron entre la maleza y otros, entre ellos Carlos, comenzaron a agarrar palos y piedras e intentaron llamar al VEN911 para denunciar lo que estaba ocurriendo.
Los dos hombres siguieron disparando al aire y Carlos, junto con el otro grupo de personas, subieron corriendo hasta un punto de guardaparques, donde avisaron que estaban siendo perseguidos por delincuentes armados.
La espera
En ese punto de guardaparques en Sabas Nieves se congregaron más de 20 personas que comentaban entre sí lo ocurrido. Carlos escuchaba como manifestaban su repudio tanto por los robos como por los disparos que se registraron esa tarde. “Ya uno no puede ni venir al Ávila”, soltó uno de los afectados.
Alrededor de una hora se mantuvieron congregados en el punto de guardaparques esperando que llegaran los efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) para poder descender del parque nacional.
Una vez que llegaron los efectivos militares, Carlos y el grupo de personas, a pesar del temor que se mantenía latente en ellos, comenzaron a bajar de El Ávila.
Carlos le preguntó a uno de los militares si habían logrado detener a alguno de los pistoleros y uno de ellos le contestó: “Eso pasa cada año”.
Ocho personas fueron robadas por estos delincuentes ese día, quienes desaparecieron sin dejar rastro como ha ocurrido en otras ocasiones. “No hay control en el parque, en el parque hay varios policías, observas a la PNB, a la GNB, y a funcionarios vestidos de civil, bueno ahora los malandros suben armados, como es posible que hay tantos cuerpos de seguridad del Estado y ahora hasta lanzan plomo en el parque, algo que nunca se había visto y no agarraron a nadie, lo que hay es un gran relajo en El Ávila, relajo de toda índole”, aseveró a El Cooperante Marlene Sifontes, miembro del sindicato de Inparques.