Los padres de Genaro, el hombre al que los yukpas le destrozaron el carro en el municipio San Francisco, contaron los días de terror que vivieron ante los ataques violentos de la etnia, que se extendieron por una semana.
por Mariela @navamariela Nava/Crónica.Uno
Maracaibo. La mañana del sábado 30 de septiembre comenzó agitada para Genaro. El joven llegó a casa de su madre, en la urbanización El Soler del municipio San Francisco, ofuscado porque se había quedado dormido y tenía el compromiso de buscar a un vecino que le lavaría el aire acondicionado de su casa.
—¿Mijo, por qué andáis así? —preguntó Marina, su madre.
—Mami, es que me quedé dormido y tenía el compromiso con el señor Nerio de buscarlo a las nueve y mira la hora que es —respondió Genaro.
El reloj marcaba más de las 10:00 a. m. Raudo, salió a buscar al técnico para llevarlo a su casa en el barrio El Samán. Pasado el mediodía, Marina recibió una llamada de su hijo para pedirle que le hiciera almuerzo para él y su hijo Salomón, porque estaban solos en casa. Pero la tardanza de ambos alertó a la madre.
Efectivamente, para las 2:00 p. m. Genaro ya era presa de los yukpas, quienes arremetieron en su contra y destrozaron su carro luego de que uno de los indígenas impactara el Optra azul con todo propósito, en busca de dinero, según los testigos, justo cuando iba a almorzar a casa de su madre.
Marina, desesperada, pidió que la llevaran a donde estaba su hijo. “Cuando llegué, Genaro estaba golpeado, al carro no le dejaron un vidrio bueno, le tumbaron el parachoques y, a pesar de que la policía estaba en el lugar, él estaba muy nervioso y me hacía señas para que no me acercara porque no quería que los yukpas supieran que yo era su madre. Yo me aparté y comencé a orar. Dios me escuchó porque las cosas se calmaron. A él me lo protegió Dios de la violencia los yukpas”, sentenció la mujer mientras metía ropa en la lavadora.
Emboscada que desató la violencia
Marina logró calmarse después de ir a misa y esa misma noche se reunió con la familia para comentar lo sucedido.
“El carro se lo tuvo que llevar un amigo de la familia porque los yukpas querían quemarlo, afortunadamente no fue así”, contó.
La mujer afirma que mientras conversaban, su hijo repetía que no quería más violencia, que solo quería dejar las cosas así, pero ese no era el plan de la comunidad indígena, quienes, valiéndose de una mediadora, citaron a Genaro la noche del domingo en la entrada de El Soler. Atrincherados en una camioneta y frente a los funcionarios policiales que permanecen en la garita de la urbanización, intentaron arremeter nuevamente contra el hombre.
Gracias a Dios ellos no conocían a mi hijo, así que la policía lo alertó y los varones de la familia que lo acompañaron a la emboscada que le preparó esa mujer, la mediadora, no funcionó y se pudieron escabullir”, contó Marina.
Ese día Genaro fue obligado a pagar 80 dólares por los daños que el impacto causó a la moto del yukpa.
Ante el intento de venganza por parte de los indígenas, la comunidad salió en apoyo de la familia y ahuyentaron a los yukpas de la avenida 200. El grupo de choque comunitario estuvo hasta altas horas de la noche en vigilancia.
Horas más tarde se desató la violencia en la popular zona del municipio sureño, luego de que cientos de habitantes de seis barrios se unieran para enfrentar una estampida de indígenas que llegó a la zona en camionetas chirrincheras y motos.
El martes la tragedia continuó para la familia porque en medio del enfrentamiento entre los yukpas y la comunidad, a Genaro Antonio Díaz, esposo de Marina, le fallaron las piernas de tanto correr para resguardarse de la lluvia de piedras y balas. Frenar el paso hizo al hombre de 65 años blanco del grupo violento, que sin piedad le dio en la cabeza con un objeto filoso que le provocó una herida en la frente.
“Yo no sé con qué me dieron, me di cuenta de que estaba partido porque vi sangre. Una señora me socorrió, me llevó a su casa, me curó y me dio agua. De ahí salimos como pudimos porque cada vez salían más vecinos a apoyar”, contó el padre de Genaro, quien recibió cuatro puntos de sutura en la frente.
Para la familia Díaz, este fue el resultado de un cúmulo de malestares y abusos que durante varios años ha soportado el municipio, sobre todo las zonas residenciales adyacentes a la avenida 200.
Nos cansamos de tanta injusticia, violencia y maltrato de los yukpas, pero también del silencio de los cuerpos de seguridad y la alcaldía”, dijo uno de los comerciantes afectados.
Genaro Antonio agradece únicamente a Dios que su hijo haya mantenido la calma porque dice estar seguro de que si él también hubiese respondido con violencia, hoy estaría muerto. Por otra parte, lo atormenta el estado de salud de su nieto, quien resultó gravemente herido durante la trifulca.
Le cogieron 10 puntos en la cabeza y 10 más en la pierna. El hombro lo tiene todo golpeado y le astillaron el antebrazo”, comentó el abuelo sentado en la sala de su casa.
A dos semanas del incidente, el miedo sigue generalizado en igual proporción para todos. Los ciudadanos han hecho grupos de WhatsApp para mantener la alerta ante un nuevo hecho de violencia o arremetida de los yukpas, los comerciantes se cuidan entre sí y tienen siempre listos los candados y las santamarías a media puerta.
“No queremos más violencia”
Mientras Genaro tuvo que abandonar su casa en El Samán porque le gana el miedo, Genaro Antonio sale a buscar el sustento con sumo cuidado, aprovechando la mañana. Marina se queda en casa, llora, llora mucho porque dice que le duele saber todo lo que soportó su hijo a manos de los vándalos, pero su desespero aumenta cuando se imagina que todo pudo terminar peor.
Por ahora, Genaro no tiene cómo reparar su carro, a duras penas resuelve los cuidados médicos de su hijo mayor. No quiere hablar del tema, pero sostiene que quiere paz y en eso concuerda con su padre, quien aprovechó la visita de Crónica.Uno en su casa para rogar por calma:
“Nosotros lo que queremos es paz, no queremos violencia, queremos vivir en armonía, pero sobre todo con seguridad”, recalcó el hombre.
Marina está convencida de que Dios escucha más rápido las súplicas de las madres, así que no para de rezar, de pedirle fuerza y valentía para su hijo, para que logre salir adelante y olvide aquel episodio que vivió. En su caso, dice no tener miedo, sino una fe inmensa.
Hasta ahora ninguna autoridad ha visitado las comunidades para evaluar daños, ofrecer ayuda o un plan de trabajo para reforzar la seguridad social de las más de 3000 familias de la zona.
“Estamos solos con este problema, pero tengan por seguro que eso no nos aminora, porque si vuelven, los volvemos a sacar”, dijo un vecino de El Soler.