Voltaire decía que “cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro, la enfermedad es incurable” porque es corrosivo, enemigo de la libertad, del progreso del conocimiento y el responsable por asesinatos, genocidios masacres, guerras, persecuciones, injusticias y violencias de todo tipo.
Tiñó y tiñe de sangre, vergüenza y atraso la historia en lo político, social y religioso. Pasó con las cruzadas, la Inquisición, el genocidio de los indígenas, el Holocausto, el Ku Klux Klan y con las ideologías fanáticas que alimentan actos terroristas, con el nazismo, el fascismo y otros ‘ismos’ que sobreviven en nuestras sociedades.
Lo recordamos hoy porque pende sobre nuestras cabezas como una espada de Damocles, como lo comprobamos en la reciente campaña electoral; por los despreciables ataques virtuales contra reconocidos colegas periodistas y porque en 2018 celebramos aniversarios del nacimiento de figuras como Karl Marx, Máximo Gorki y Emily Brontë, cuya personalidad, pensamiento y obra desataron todo tipo de fanatismos a escala global.
Algunos acusan a Marx, por ejemplo, de ser el padre del terrorismo moderno y otros lo defienden por haber creado un nuevo órgano político; a Gorki, sus detractores han fracasado en el intento de hundirlo por haber politizado su pluma, y otros lo han elevado a los altares de las letras universales, igual que a la inglesa Brontë, a quien algunos desafectos acusan de invitar a los lectores a cenar con el demonio en su gran novela Cumbres borrascosas.
Recordamos también al fanatismo porque en 2018 se cumplen 20 años de la reedición por Editorial Planeta de Novelistas malos y buenos, escrito por el jesuita colombiano Pablo Ladrón de Guevara en 1910, para satanizar a los escritores que, en su opinión, iban en contra de la moral cristiana y amenazaban la salvación de las almas.
Ladrón de Guevara lanzó a la hoguera de su inquisición a más de 2.000 grandes plumas nacionales y extranjeras, empezando por Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) con todo y su Quijote y a quien acusó de poner en “…peligro la castidad de los lectores” en seis capítulos de la primera parte de su obra.
Calificó de “deshonesto y pernicioso en alto grado” a Honorato de Balzac (1799-1850) por sus máximas y principios y los sentimientos que despertaba, pues, en su opinión, La comedia humana no pasó de “un monumento a todos los vicios”.
Los franceses Charles Baudelaire (1821-1867) y Alejandro Dumas (1802-1870) tampoco se escaparon de la hoguera. Al primero lo acusó de ser “un poeta nocivo” y “autor pernicioso del malvado libro” Las flores del mal (1857). Del segundo dijo que estaba en el índice de libros prohibidos por todas sus novelas amatorias y lo definió como “deshonesto y defensor del divorcio”.
Censuró pasajes de María, la novela del colombiano Jorge Isaacs, como en el que Efraín se encuentra con Salomé, una joven, en su opinión, “… harto ligera…”, donde “la sensualidad y peligro parecen claros, sobrando para los jóvenes lo inquietante y perturbador”.
Y ni qué decir del bogotano José María Vargas Vila (1860-1933), de quien se avergonzó de que fuera colombiano y calificó de “impío furibundo, desbocado blasfemo, desvergonzado calumniador, escritor deshonesto, clerófobo e hipócrita”.
Pensar distinto y opinar y ejercer la libertad de hacerlo es como una afrenta imperdonable para los fanáticos de todas las raleas que son, como mínimo, intransigentes, obsesivos y autoritarios. No cuestionan ni razonan y ven solo en la suya la única verdad posible. Una prueba reciente de fanatismo la apuntó en su columna la colega de El Espectador Yolanda Ruiz al afirmar: “Cuando alguien escribe en Twitter que el exterminio de la Unión Patriótica ‘era un mal necesario’, que ‘ojalá se muera’ el presidente o que ‘los periodistas deberían ser aplastados como ratas’, es fácil ver los síntomas de un problema grave (…)”.
Otra evidencia tiene que ver con un sujeto que se escondía en la cuenta ultraderechista de Twitter como @antipopulimos, en la que no solo amenazó a otros colegas sino que le advirtió a la Corte Suprema de Justicia que mataría a tres magistrados diarios si no dejaban de atacar al senador Álvaro Uribe.
El fanatismo es, por lo tanto, como una especie de “gen del mal”, como lo definió el escritor y periodista israelí Amos Oz, y lo peor es que, pese a todo el daño causado a lo largo de la historia, sigue vivito y coleando.
¿Es el fanatismo una enfermedad mental?
El fanatismo no es una enfermedad mental, pero se asocia a distintos trastornos de personalidad, especialmente los de tipo narcisista, y “puede llegar a extremos peligrosos como acosar, perseguir y matar seres humanos, tratando de imponer una creencia, doctrina o ideología, considerada buena solo para el fanático o para su grupo”, advierte el investigador Guillermo Pellegrini en un escrito al respecto.
“El fanatismo tiene que ver con la salud mental…”, ratifica en su página web el Hospital Prisma, de Zaragoza, reconocida entidad privada de salud mental y que también dice mucho de la salud mental de las sociedades donde se presenta. “Todo lo llevado a lo irracional o a la exageración desmedida es malo para la salud mental…”, afirma.
Eso porque “la salud mental es un proceso dinámico que se refiere a condiciones individuales, pero también es a la vez causa y efecto de las interacciones que se establecen con el entorno y con otros en la vida cotidiana. De acuerdo con lo que se conoce como modelo espectro-contínuum, hay tres campos, cuyas fronteras son borrosas: la salud mental, los problemas de salud mental y los trastornos mentales”, explica a EL TIEMPO el siquiatra Alfonso Rodríguez, director del área psicosocial de la Universidad El Bosque.
Y es, precisamente, con ese modelo como podría reconocerse que “los diferentes tipos de fanatismo que prosperan en el mundo actual pueden fácilmente considerarse problemas de salud mental, esto en cuanto son fenómenos psicosociales que potencialmente reflejan una mala salud mental en individuos o grupos cuyas prácticas e ideologías entorpecen la convivencia entre diversos, aunque esto no determina, necesariamente, que quienes presentan manifestaciones de fanatismo posean un diagnóstico indicativo de trastorno mental”, añade.
Pellegrini define el fanatismo como “una intolerancia compleja. Es la discriminación dirigida hacia todos los grupos o personas diferentes a la creencia del intolerante, tiene múltiples manifestaciones y el mismo denominador común, la elevación del ‘yo absoluto’ como valor supremo de la propia identidad personal o colectiva, de los intolerantes”.
Pregunta: ¿Debería tratarse al fanático como una persona peligrosa?
Respuesta: Prefiero insistir en ubicar el fanatismo como un fenómeno global que indica el malestar o problema de salud mental al que nos enfrentamos por las formas malsanas que tenemos de vivir en nuestro planeta. No es un problema solo de Colombia, tampoco de individuos enfermos.
Es un problema tan psicológico como social y cultural que en nuestro país se expresa de manera singular en un clima de polarización política, idealización de las soluciones radicales, pavor al fantasma de la violencia, resentimiento acumulado y temor a mayores grados de libertad. No comparto la idea de sustantivar el fenómeno; mi punto es que, más allá de si un fanático es una persona peligrosa, lo peligroso es la intensificación del fanatismo como problema colectivo y la radicalización de las ideas, que en nuestra sociedad se resuelve con violencia”, responde el Dr. Rodríguez.
Otros investigadores admiten, no obstante, que el fanático es peligroso en la medida que sobrevalora su ideología, que lo invade todo, no encuentra otra verdad ni realidad diferente a la suya, y esa ceguera lo lleva a no poder existir sin su creencia o ideología. Su pavor a ser interpelado por el otro y su resentimiento le impiden tener perspectiva, y esto lo aleja progresivamente de la realidad y de la posibilidad de ser libre.
El fanatismo es un peligroso instrumento en manos de psicópatas como Mark Chapman, que asesinó a John Lennon el 8 de diciembre de 1980, después de declararse su admirador y pedirle que le autografiara un disco suyo, porque al matarlo quería ser tan famoso como su ídolo, según lo confesó después.
Algunos definieron a Chapman como un fanático religioso, y otros aseguraron que actuó como agente camuflado de la CIA, porque Lennon era incómodo para el gobierno republicano de la época por sus constantes críticas al capitalismo, pero eso nos conduce a otro tipo de fanatismo: el político.
Estudios afirman que entre los adolescentes se encuentra un buen caldo de cultivo para el fanatismo debido a que la personalidad aún se está conformando, la emocionalidad está a flor de piel y es fácil acudir a figuras idealizadas como modelos de identidad. “Son aún más vulnerables las personas que han tenido dificultades de adaptación al entorno y pérdidas o eventos adversos en la infancia”, afirma el Dr. Rodríguez.
El fanático, una película norteamericana de 1996, basada en la novela del mismo nombre de Peter Abrahams, dirigida por Tony Scott e interpretada por Robert de Niro, retrata lo que puede suceder cuando la bestia del fanatismo ocupa la mente de un psicópata. Narra el caso de un vendedor de cuchillos que mata para “apoyar” a su ídolo, un jugador de béisbol de los Gigantes de San Francisco, y luego secuestra a su hijo porque cree que el atleta no le respondió como debía al “apoyo” que le dio.
Pregunta: ¿Puede declararse interdicto a un fanático?
El Dr. Rodríguez responde que “la interdicción es el proceso jurídico que se efectúa ante un juez e implica la declaración de incapacidad de una persona para tomar decisiones. La pérdida de la capacidad de comprensión sobre las consecuencias de la propia conducta y la posibilidad de autodeterminarse no siempre se encuentran presentes en toda conducta fanática”.
Pero admite que eso puede suceder cuando las “expresiones de fanatismo se presentan en personas con discapacidad psíquica, trastorno mental severo o inmadurez psicológica, y pueden ser manipulables e inducidas a realizar actos violentos, como ha ocurrido en algunos casos de individuos pertenecientes a sectas, por ejemplo”.
Los nuevos fanatismos
En la actualidad, los fanatismos no son solo religiosos, pero todos “operan mediante patrones similares a los propios de las religiones monoteístas. Existen fanatismos de tipo político-nacionalista; deportivos, como los del futbol, espirituales, místicos, étnicos. También hay fanatismos relacionados con fenómenos de nueva era, de sanación, de exitología, por citar solo algunos. Las posibilidades son múltiples, ya que la creciente densidad demográfica hace fácil la pérdida de sentido de vivir, de pertenencia e identidad”, afirma.
El auge de los fanatismos de diverso tipo, en su opinión, “se relaciona, especialmente, con el individualismo imperante, la apetencia por lo novedoso y la creciente relatividad de la verdad. Bajo estas condiciones se hace difícil establecer vínculos interpersonales que brinden seguridad y confianza. Esto es crítico en la primera infancia si se ha tenido exceso de gratificación, carencias afectivas tempranas o fallas en las interacciones básicas. Eso altera la adecuada configuración de la autoestima y la percepción de sí mismo”.
La falta de respuesta a los problemas tempranos de la infancia permite el desarrollo de una personalidad idealizada y grandiosa a partir de la identificación con ideologías o creencias poderosas, abarcadoras, y “ese es un caldo de cultivo que favorece el fanatismo”.
La globalización, los medios de comunicación masivos y el desarrollo de las redes virtuales “alientan las manifestaciones fanáticas cuando estimulan en los individuos y colectivos conductas poco autocríticas y estereotipadas, haciéndolos más manipulables”, añade Rodríguez.
Además, no duda en afirmar que “el movimiento de retirada hacia sí mismo, en un entorno que promueve el individualismo y la competencia para alcanzar el éxito, favorece un perfil psicológico bastante narcisista en los que están en contra de la causa que se cuida con tanto celo y representa la razón de existir y una seria amenaza. Esto dificulta la posibilidad de empatizar con otros, entender sus necesidades, razones y sentimientos. Sin la ideología es difícil para el fanático ser alguien; el individuo se torna vulnerable, fácilmente se siente injuriado, indignado, resentido y al defender su causa, pues depende de ella para existir, descarga la ira acumulada en quien considera su opositor”.
Pregunta: ¿Cómo contrarrestar los procesos psicosociales que inducen al fanatismo?
«La respuesta es compleja, pero no imposible de realizar. Se trata de prestar atención en el cuidado con la crianza de los hijos para evitar lazos inseguros, ambivalentes o caóticos y fomentar formas de apego seguro.
“Importa mucho a nivel público poner en sospecha toda instigación al odio y resentimiento, cuyos incitadores no buscan otra cosa que el control social bajo una política del miedo”, responde el Dr. Rodríguez.
por El Tiempo