La cerveza tiene más estrógenos vegetales que la soja.
En los años 50, miles de ovejas australianas se quedaron infértiles por culpa de un exceso de fitoestrógenos. Desde entonces se han descubierto moléculas más potentes todavía, que pueden poner en peligro la salud.
La cerveza es una bebida masculina. Al menos, eso es lo que dejaba entrever el Boletín Epidemiológico de la Comunidad Autónoma de Madrid allá por el año 1998. Los números habrán variado, pero a grandes rasgos siguen siendo similares: la bebida más consumida por las mujeres es el vino y la más consumida por los hombres, con un 68,1% de la población masculina habiéndola tomado en la última semana, es la cerveza. Esto debería ser al revés, dado que la cerveza está absolutamente plagada de estrógenos.
Que los alimentos pueden contener estrógenos es algo que viene de lejos. En el año 1951 a dos químicos australianos se les encargó la tarea de descubrir por qué las ovejas de la nación se estaban quedando infértiles, «una epidemia que compromete la industria de la lana». Tardaron 10 años en descubrir las causas pero, al final, averiguaron que el responsable era un compuesto llamado genisteína, un fitoquímico propio de la soja que se encuentra también en los tréboles, uno de los alimentos principales de la dieta de las ovejas australianas. El estudio fue finalmente publicado en 1965 por A. B. Beck y M. R. Gardiner y obligó a la industria ganadera a identificar dónde crecían las especies de trébol peligrosas (Dwalgnup y Yarloop) y sacar a sus ovejas de ahí.
Como hemos mencionado, la genisteína está presente también en la soja, un alimento que consumimos con regularidad, aunque en unas partes del globo mucho más que en otras. Por lo tanto es irremediable preguntarnos si a base de consumir bebida de soja y tofu nos puede pasar lo mismo que a esas ovejas (cuyos síntomas eran absolutamente terribles, incluyendo cosas como el «prolapso del útero, que se volvía del revés«, como explicaron los propios científicos en 1965). La respuesta es ‘no, para nada‘. Necesitaríamos consumir, aproximadamente, 362 kilos de tofu al día o más de 1.000 litros de bebida de soja. Cosa más que improbable.
Ahora llega lo complicado: ni la soja es el único alimento con fitoestrógenos ni la genisteína es el más potente, ni de lejos. En 1951 a raíz del caso de las ovejas australianas, dos científicos alemanes hipotetizaron que la razón de que las mujeres que trabajaban recogiendo lúpulo para la fabricación de cerveza empezasen a menstruar era porque había estrógenos potentes en esta planta. En efecto, había trazas de la genisteína de la soja en esta planta, pero no suficiente como para que pudiese tener ningún tipo de efecto en la cerveza (ni en sus bebedores). Y así vivimos durante 48 años, hasta que en 1999, los investigadores S. R. Milligan, J. C. Kalita, A. Heyerick, H. Rong, L. De Cooman y D. De Keukeleire, de la Escuela de Ciencias Biomédicas del King’s College en Londres, hallaron una molécula llamada 8-prenilnaringenina (8-PN), presente tanto en el lúpulo como en la cerveza, que es, hasta la fecha, el fitoestrógeno más potente descubierto. ¿Cuánto? Cincuenta veces más que la genisteína. Se concluyó que esta era la razón detrás de los problemas menstruales de las trabajadoras de la industria del lúpulo. La buena noticia era que, en la cerveza, la concentración de esta molécula era tan diminuta que no debía suponer ningún tipo de problema y ahora las máquinas se encargan de la mayor parte del trabajo en la industria del lúpulo, con lo que la salud de las trabajadoras no es un riesgo tan enorme.
Pero este no era el fin de nuestro problema. La molécula 8-PN no acaba en la cerveza en cantidades preocupantes, pero sí lo hace otro fitoestrógeno llamado isoxanthohumol. Este es capaz de ser descompuesto en el hígado en 8-PN. Eso es lo que mostró un estudio en ratones, pero, al repetir la prueba en humanos, todo parecía absolutamente en orden. Las (nuevas) malas noticias llegaron en 2005 con la publicación de un estudio por parte del investigador S. Possemiers y su equipo de la Ghent University en Bélgica. Descubrieron que la microbiota humana era capaz de convertir el isoxanthohumol en 8-prenilnaringenina con una eficiencia cercana al 90%. Como los propios investigadores explicaban: «Estos resultados hacen que nos preguntemos si el consumo moderado de cerveza puede contribuir a aumentar los niveles de 8-PN e influir en la salud del ser humano«.
A día de hoy se siguen estudiando los efectos de la molécula 8-PN sobre el cuerpo humano. Se cree que no supone un mayor riesgo que la genisteína para el cuerpo de las mujeres, pero no está claro si puede estar ayudando a feminizar el cuerpo de los hombres. reseña el confidencial