Yaxis Aristigueta: Ridiculizar la política

Yaxis Aristigueta

Persistir en el ejercicio de la política es, para un sinnúmero de personas, una locura; para otros es señal inequívoca del deseo de obtener un interés monetario, para muchos más ni siquiera es importante, pero existe un pequeño grupo, dentro del cual me incluyo, que nos preocupamos y nos ocupamos de lograr un cambio en la manera de ejercer esta actividad.

La práctica de este arte, por lo menos en Venezuela, no está condicionada por la siempre necesaria formación académica, si así fuese, especialistas de las distintas ciencias abundarían en las diferentes escalas de gobierno. En todo caso, existen elementos proporcionados por la calle que no se aprenden de forma teórica, pero este hecho ha dado pie a que no se piense la política como se debe o de la manera correcta. La política requiere conocimiento, requiere praxis; “… En consecuencia no es irrelevante preguntarse por el tipo de conocimiento que implica e investigar la naturaleza de la educación política.” (M. Oakeshott). El hecho es que se ha habituado la existencia de por lo menos dos tipos de políticos en el país, los políticos de academia y los operadores de calle, líneas paralelas que jamás llegan a tocarse. Siguiendo a Matus podemos decir que “Los problemas que comúnmente se manifiestan en el tejido social no pueden resolverse intuitivamente, debe existir un juicio analítico apoyado en las ciencias”. Y es esa segmentación, que mencionaba con anterioridad, la que precisamente ha derivado en la baja capacidad de gobierno y en la desvalorización de la política.

Las propagandas políticas que se adelantaron en Perú por las recientes elecciones de ese país, han sido una desagradable sorpresa para este servidor. Históricamente la innovación en las campañas políticas es sinónimo de éxito, Truman, Kennedy, Johnson, Obama y Trump son algunos ejemplos, pero de allí a ejecutar propagandas vergonzosas y spots insulsos, hay una gran diferencia. Justo aquí es donde quiero hacer hincapié, el ridículo al que vienen sometiendo la actividad política una cantidad indecente de actores y no me refiero sólo al caso peruano, son muchas otras las latitudes que prosiguen ese error, quizás intencionalmente, Venezuela no escapa de ello. Y no puede ser otra cosa que eso, ridiculizar la política para evitar que la mayoría pueda pensar políticamente, alejar al grueso de la población del mundo político y de las decisiones que allí se toman.

Bertolt Brecht hablando del analfabeto político nos recuerda que es aquel que“… no oye, no habla, ni participa en los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio del pan, del pescado, de la harina, del alquiler, de los zapatos o las medicinas dependen de las decisiones políticas.” Ridiculizar la política es sólo una de las tantas tácticas y estrategias que utilizan las élites para alejar a la mayoría de las personas del conocimiento de las decisiones más trascendentales que se toman en el país.

Es imperativo volver a la política, se dice fácil, pero el escenario es complejo. De entrada hay que concebir que la política per se no es mala, la misma no es el problema, el conflicto se presenta cuando quien la ejerce la arrastra a su nivel más despreciable. Hoy más que nunca es obligación de partidos, dirigentes, liderazgos y actores de las distintas
organizaciones sociales direccionar la política, mantenerla a la altura de las circunstancias y orientar y acompañar al grueso de la población en la ruta hacia el cambio. Comprender, como bien nos explica M. Oakeshott, que: “En la actividad política, por tanto, los hombres navegan un mar que no tiene ni límites ni fondo; no hay ni puerto para resguardarse ni suelo para anclar, ni punto de partida ni destino fijo. La tarea consiste en mantenerse a flote y en equilibrio; el mar es a la vez amigo y enemigo; y el arte de navegar consiste en utilizar los recursos de una forma de comportamiento tradicional para convertir en amiga toda situación hostil.”

La situación hostil de hoy debe superarse, hacerla amigable. Pero ello pasa por comprender que existen sacrificios que hacer, internalizar el deber de actuar en consonancia con las necesidades de la población, reconocer que una gran parte de los precandidatos, por no decir todos, no tiene la capacidad para manejar las diferencias que toda sociedad presupone y mucho menos para aglutinar a la mayoría; por ello los esfuerzos deben ir en esa ruta, apuntar al camino de la sensatez para ir cambiando el estado cotidiano de calamidad que vive nuestra población.

Concebir que “…la política es la actividad que consiste en atender los acuerdos generales de un conjunto de personas a las que la casualidad o la elección ha hecho vivir juntas.” (M. Oakeshott) se hace ineludible. Pensar en eliminar al que tenga creencias o pensamientos distintos a los nuestros es una posición dictatorial, anacrónica y hasta segregacionista, actitud que implosiona los puentes de entendimientos en la ruta hacia el cambio. Es hora de enderezar el rumbo perdido hace ya bastante rato, pero para ello es obligatorio dejar de ridiculizar la política y reivindicar su ejercicio.