Simón García: Nuestra transición criolla

Simón García

El deseo de cambio es tan profundo que brota bajo la forma de una sensación de mejoría.

En la realidad varios factores empujan esta percepción. El aflojamiento selectivo de controles sobre la economía por parte del gobierno. La actividad de empresarios que con músculo propio mantienen producción y empleos. Las remesas. La flexibilización de las sanciones.

La población explora nuevas estrategias adaptativas para encontrar su tabla de flotación. Ante el 15% de venezolanos con ingresos familiares por encima de $ 1.500, se propaga como modelo de éxito que se puede vivir bien con un régimen autocrático y sin importar que la mayoría se hunda: cada uno a lo suyo y el país al hoyo.

El gobierno alienta este canje de expectativas de mejoras por conformismo. A su vez, las fuerzas de cambio tienen que ajustar positivamente sus respuestas: exigir que este arreglo social llegue abajo y tener propuestas para que no cuaje en apaciguamiento.

Arreglo, ateniéndose al DRAE, debería ser para la oposición ordenarse, coordinarse, recomponerse, avenirse y conciliar intereses.

Las recientes movilizaciones de los maestros y jubilados de la administración pública lograron triunfos porque unieron a los afectados por el incumplimiento de un derecho.

En ellas no estuvo presente la intención de incendiar la calle. Y al mantener la lucha en el plano reivindicativo bajaron las murallas para que docentes y jubilados oficialistas pudieran activarse en la protesta y formar parte de su conducción.

Normalizar la lucha, cumpliendo unas reglas y superando fallidas experiencias, es condición de eficacia para lograr avances de las fuerzas de cambio, las cuales no son convencionalmente opositoras ni se encuentran exclusivamente en los partidos.

Ante ese tipo de victorias pierden sentido las prédicas que sustituyen la acción por las retóricas extremistas y las insurrecciones a punta de yema de dedos.

No hay posibilidad de transición hacia la democracia en el estado de cuasi extinción de la oposición partidista, carente de base social, dependiente del auxilio externo y con el empeño de dividirse para no triunfar.
Sin mejores partidos no habrá transición hacia una sociedad democrática, justa, productiva, con bienestar sostenible y desarrollo humano inclusivo.

La transición surge de una mayoría plural que descubre que puede entenderse para hacer un país que no repita a los que tuvimos.

Esa transición está gestándose en fuerzas que comienzan a ser pensadas, al margen de sus años, como nueva oposición y en numerosos dirigentes de los partidos denominados oposición tradicional. Los buenos no están todos en un mismo sector opositor ni en uno de los lados con los que convencionalmente separamos la oposición y el gobierno.

Algunas cosas parecen probables. Una, que los dirigentes para unir y dotar a la oposición de una estrategia para enfocarse en la gente, afianzar nichos democráticos concretos y diseñar un nuevo modo de hacer política están emergiendo.

Dos, que los nichos democráticos serán más fuertes en los niveles regionales y locales.

Tres, que los independientes se están recolocando en la política desde lo cívico y por último que el principio de nuestra transición será un entendimiento entre fuerzas capaces de convertir las diferencias gruesas de sus proyectos de poder en coincidencias claras entre proyectos de sociedad.

La tensa, compleja y difícil reconquista de la democracia será una travesía por una inédita transición criolla.