A pesar de la fuerte presión doméstica e internacional, y del masivo rechazo expresado por la población en el plebiscito opositor, el Gobierno tendrá su Asamblea Constituyente para terminar con lo poco que queda de democracia. El riesgo de que el enfrentamiento escale hasta una guerra civil
Venezuela dio el primer paso hacia el abismo el 30 de marzo pasado, cuando el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) asumió las competencias del Poder Legislativo, disolviendo de facto la Asamblea Nacional. El histórico fallo confirmó la decisión del gobierno de Nicolás Maduro de desconocer la Constitución y aferrarse al poder por la fuerza. Las masivas protestas que se activaron desde ese momento, las resistencias dentro del chavismo —lideradas por la fiscal general Luisa Ortega Díaz— y una presión internacional que llegó a niveles desconocidos hasta entonces, hicieron que Maduro le ordenara al TSJ revertir la sentencia sólo dos días después.
No sirvió de mucho. Las manifestaciones continuaron, cada vez más masivas, a pesar de una represión que ya dejó más de 130 muertos. La respuesta que encontró el gobierno ante esta nueva fase de la crisis fue impulsar la formación de una Asamblea Constituyente para redactar una nueva carta magna. El proceso es una farsa: se hizo sin llamar a un plebiscito para que los ciudadanos la aprueben la reforma —como exige la ley— y el mecanismo elegido para designar a los integrantes de ese nuevo cuerpo viola todos los principios democráticos. Una parte será elegida por las corporaciones sectoriales, que están bajo control del gobierno, y la otra según criterios territoriales, pero con el absurdo de que pueblos de 2.000 habitantes tendrán la misma representación que grandes ciudades. Los comicios están armados de tal manera que sólo pueden terminar con un triunfo del oficialismo.
Por todas estas irregularidades, la oposición se rehusó a participar desde un primer momento y redobló la presión en la calle. En una demostración de resistencia pacífica que sorprendió al mundo, organizó el 16 de julio una consulta popular de la que participaron 7 millones y medio de personas. A pesar de los temores, y de que era un acto puramente simbólico, concurrieron para manifestar su rechazo a la Constituyente. En el plano internacional, la OEA y muchos países de la región le dijeron a Maduro que suspenda la convocatoria, y le advirtieron que desconocerían a la nueva Asamblea.
Pero el Gobierno decidió que Venezuela caiga definitivamente al abismo este 30 de julio, completando el trabajo que comenzó el TSJ cuatro meses atrás. Hacer hoy las elecciones después de todo lo que pasó, desconociendo las múltiples voces que se pronunciaron en contra —incluso dentro del chavismo— significa cruzar un punto de no retorno. Si el enfrentamiento y la violencia que se ve todos los días en el país parecía ya intolerable, de ahora en adelante el conflicto va a escalar a niveles difíciles de imaginar. La idea de una salida pacífica y dialogada se convierte hoy en una quimera.
«Lo que vamos a tener a partir del lunes es un conflicto recalentado, un agravamiento de la crisis que nos pone en otro nivel. Se han otorgado un poder dictatorial, porque si puedes hacer todo lo que se te ocurra, es porque ya estás trabajando como una dictadura», dijo a Infobae el politólogo Luis Salamanca, profesor de la Universidad Central de Venezuela.
El intento de institucionalizar un régimen autoritario
«El Gobierno se inventó esta Constituyente para evadir las elecciones democráticas que tiene por delante, las de gobernadores y alcaldes de este año, y las presidenciales del próximo —continuó Salamanca—. Eso lo motivó a lanzar este proyecto, inventando este sistema electoral especial, sectorizado y territorializado, pero con una desproporción tremenda. La razón es el miedo a la democracia, porque sabe que ya perdió la mayoría. Estas elecciones son las primeras de tipo cubanas que vamos a tener en Venezuela, y van a seguir produciéndose«.
La asamblea que surja de los comicios digitados de este domingo tendrá características únicas. A diferencia de cualquier otro cuerpo conformado para redactar una constitución, no tiene parámetros definidos, no hay un anteproyecto, y tendrá la capacidad de legislar. Está pensada como un suprapoder por encima de todos los demás.
«Lo que hace la Constituyente es darle rango constitucional al autoritarismo. Tendrá un plazo indefinido para hacer la redacción y podrá pronunciarse sobre cualquier cosa. Mis amigos chavistas me dicen en privado que es la única manera de preservar el poder. El chavismo como proyecto político se secó, y lo único que quedó es la idea de preservar el poder», contó Ignacio Ávalos, miembro del Observatorio Electoral Venezolano, consultado por Infobae.
El tránsito a esta nueva etapa decididamente autoritaria no sólo marca un cambio de la relación entre el gobierno y la sociedad civil. También podría ser el comienzo de un giro en la relación de fuerzas al interior de la coalición gobernante. En los últimos días empezó a circular el rumor de que Maduro estaba arrepentido de realizar los comicios, temeroso de verse sobrepasado por la Asamblea.
«Maduro ya no estaba tan interesado en la Constituyente porque le dieron tanto poder que va a estar por encima de la Constitución, de las leyes, de los poderes públicos. Por otro lado, lo más seguro es que emerja Diosdado Cabello como un poder paralelo o superior al suyo«, explicó a Infobae la historiadora Margarita López Maya, profesora de la Universidad Central.
Cabello, vicepresidente del oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela, y ex presidente del parlamento antes del triunfo opositor de diciembre de 2015, le disputa la jefatura del chavismo a Maduro desde la muerte de Chávez. Es el más prominente de los candidatos a integrar la Constituyente, y aspira a manejarla a su antojo.
«Diosdado se echó encima la campaña —dijo Ávalos—. Fue el gran protagonista. A Maduro le convenía suspender el evento porque si Cabello es presidente de la Asamblea, será como un segundo presidente del país. No es bueno el escenario de este domingo. Es difícil no pensar en más violencia».
El riesgo de que el enfrentamiento termine en guerra
Uno de los interrogantes a partir de mañana es qué actitud va a tomar la oposición de acá en adelante. Si todo lo que hizo hasta acá —manifestaciones masivas y sostenidas, paros, elecciones y consultas populares—, no fue suficiente para para forzar al gobierno a negociar, ¿qué otra cosa puede hacer?
«La oposición tiene que continuar con esto. A mi modo de ver, el Gobierno está agonizando. Si bien no se va a caer de un día para el otro, va a llegar un momento en el que la presión lo va a obligar a ceder, a negociar su salida o su sobrevivencia bajo ciertas condiciones», dijo López Maya.
Otros, como Salamanca, no están convencidos. «Algunos comentaristas —sostuvo— dicen que la oposición es capaz de noquear al gobierno, pero no lo hace. Eso es falso, porque para darle el tiro de gracia hay que tener fuerza, y en este momento no la tiene. Los opositores juegan con el repertorio democrático, mientras que el Gobierno juega con el repertorio autoritario. Han hecho todo lo que han podido, y tienen que seguir insistiendo con la democracia y con la calle. Pero también tienen que ver cómo fracturar la estructura de poder interno del chavismo. En Venezuela, como nunca antes en América Latina, se está llamando a la puerta de las barracas, a los militares, para que intervengan«.
En estos días, algunos sectores del chavismo crítico manejan una hipótesis. Que el sector de las Fuerzas Armadas que no responde directamente a Maduro podría derrocar al régimen en las próximas semanas, si crece la violencia después de la Constituyente. Por el momento no es más que una especulación, pero revela el nivel de tensión al que está llegando el conflicto en Venezuela.
«Cuando la voluntad popular se manifiesta con la contundencia del 16 de julio —dijo López Maya—, se genera una onda expansiva que aún no hemos visto desplegarse en su totalidad. Estamos a la expectativa de ver qué pasa dentro de las Fuerzas Armadas. Cuál va a ser su postura hacia un gobierno que es crecientemente ilegítimo. Si lo siguen sosteniendo en estas condiciones veremos una violencia y una ingobernabilidad mayor de la que estamos viendo hoy».
Los militares están en una encrucijada. En términos legales, están subordinados al presidente y a la Constitución. ¿Pero qué pasa cuando el presidente arrasa con la ley y consolida un régimen autoritario? Si intervienen se corre el riesgo de que la política quede subsumida al poder militar, como ocurrió durante muchas décadas en América Latina. Pero si no lo hacen, se convierten en brazo armado de una dictadura. Cualquiera de las dos alternativas es peligrosa.
Hasta el momento, la decisión es mantenerse como el principal sostén de un gobierno que les ha concedido enormes beneficios económicos y políticos a muchos mandos militares. Pero no se puede perder de vista que no son una institución homogénea. «Una cosa es la Guardia Nacional, que corrió con el costo de la represión, pero otra es el Ejército, la Marina y la Aviación. Entre ellos hay sectores que ven con preocupación lo que está pasando. El estado de violencia se está haciendo inaceptable», dijo Ávalos.
En caso de que efectivamente haya un segmento de las Fuerzas Armadas que opte por desobedecer a su jefatura política, podrían presentarse dos escenarios. Uno es que caiga el gobierno y que los militares afines al chavismo lo acepten sin resistirse. Es muy difícil saber qué podría ocurrir después, si se pasaría de una dictadura a otra, o si se abriría el camino hacia una transición democrática. El otro escenario es que esos sectores chavistas resuelvan resistir, lo que podría derivar en una guerra civil que termine de destruir el país.
«Es muy peligroso lo que está pasando, porque el conflicto de la sociedad civil se metió en las Fuerzas Armadas. El gran temor es que se dividan en los dos bandos en los que está dividida la sociedad. Entre civiles, el enfrentamiento lleva a protestas, pero entre militares llevaría a una confrontación armada. Por eso tienen que pensar muy bien qué papel jugar», concluyó Salamanca.