«El poder sigue estando en manos del partido-Estado, y todo indica que para romper con esa situación perversa va a ser necesario más que los votos. Esto no significa una invitación a abandonar la política, al contrario; conviene seguir apegados a la racionalidad democrática, a construir espacios de negociación cada vez que sea posible, a promover mediaciones efectivas, a rearmar mapas de actores con capacidad de influjo, a reparar puentes rotos y tender nuevos, a interceder incansablemente a favor de esa población despojada de justicia y atención del Estado. Pero en lo inmediato, temo que el atrincheramiento feroz de quienes están en el poder impedirá cualquier intento de acercamiento. Este es un tiempo para estudiar y entender las nuevas condiciones a las que nos enfrentamos, y revisar las premisas, concepciones y argumentos que manejábamos antes del 28J. El chavismo decidió mutar nuevamente, de modo que hoy nos enfrentamos a una criatura política muy distinta y peligrosa»
por Anaísa Rodríguez/El Cooperante
Se cumplieron los 50 días de las elecciones presidenciales del 28 de julio, y el antes y el después de la elección parece congelado, en stand by. Nada ha cambiado, excepto por los obstáculos que ha tenido que sortear la oposición democrática, el ala que abanderó a Edmundo González y quien ha insistido en que fue él quien ganó las elecciones con más de 7 millones de votos y no Nicolás Maduro. En medio de la presión, cambios estratégicos en el alto gobierno y por supuesto, los más de 2 mil detenidos y una veintena de muertos, Nicolás Maduro sigue ocupando la silla del Palacio de Miraflores, y todo indica que nada lo moverá. A juicio de Mibelis Acevedo, periodista y columnista sobre asuntos políticos y públicos, es probable que esta situación se mantenga hasta el 10 de enero de 2025, cuando corresponde la juramentación del nuevo presidente electo. Si bien nada está escrito, el destierro de Edmundo González, las pocas cartas que tienen la Plataforma Unitaria y María Corina Machado, el atrincheramiento de Maduro y la escasa o nula negociación, son determinantes. El juego está trancado.
Durante las últimas horas, Edmundo González se ha reunido con expresidentes españoles; la Cámara de Representantes de Colombia aprobó una preposición del Centro Democrático en la que le pide al presidente Gustavo Petro reconocer al exembajador como el “presidente electo” de Venezuela. María Corina Machado convocó una manifestación mundial para el 28 de septiembre, cuando se cumplirán dos meses de los comicios. Pero a lo interno, no es cosa fácil.
En entrevista concedida a El Cooperante, Acevedo enfatizó que es primordial que se siga exigiendo al CNE la publicación de los resultados mesa por mesa de las elecciones: «El borrado no sólo mediático, sino en lo que toca al cumplimiento de atribuciones que la ley asigna a la institución, es una situación perversa que al gobierno quizás le interesa normalizar, pero que los demócratas no podemos dejar pasar. El nudo principal acá es que la serie de procesos que, en ejercicio de su autonomía, debió completar el CNE tras la totalización de resultados y la proclamación de ganadores -la auditoría de verificación fase II sobre una muestra del 1 %, tal como lo contemplaba el cronograma, por ejemplo- no se hizo».
A su juicio, pese a las trabas impuestas por el oficialismo, la oposición ha aprendido y ha rectificado en su estrategia. «Ha adquirido cierta consciencia respecto a la necesaria adecuación entre medios y fines, y el abandono de posturas poco realistas. Insisto mucho en que la rectificación en política no tiene nada que ver con darse golpes de pecho o pedir perdón públicamente, ni acometer ordalías ni rituales de purificación que responden más a la religión que a la política (por cierto, ya tuvimos políticos que besaban crucifijos y juraban su arrepentimiento en cadena nacional, para que luego se comportasen igual o peor que antes). Entonces, como ciudadanos, lo que más debe interesar no es que los políticos nos pidan perdón, sino que la asunción de la equivocación luego de una reflexión responsable y previa, tenga manifestación nítida en los hechos. Es decir, la rectificación que importa en los políticos es la de los hechos».
Respecto a la utilidad de que Edmundo González sea reconocido como presidente electo por la comunidad internacional, Acevedo estimó que lo más lógico es que los gobiernos democráticos del mundo, sigan apuntando a lo posible y lo justo, que es la publicación de los resultados desagregados por parte del CNE.
«Más allá de movidas simbólicas y discursos vehementes, he allí lo único que podría brindar certezas respecto a quien ganó y quién perdió en la elección; y el chavismo en el poder sabe bien que no hay manera creíble de esquivar esa solicitud. Pensar en revivir la experiencia fallida de un gobierno en el exilio, por otro lado, aislar más al autoritario y dejarlo a expensas de los apetitos de gobiernos como Rusia, China e Irán, no luce como una estrategia muy eficiente. La vivencia previa debe servir para obtener algunas guías. Si en algo deben insistir los países democráticos es en mantener canales abiertos que permitan influir inteligentemente, y dentro de lo posible».
A continuación la entrevista completa:
Han pasado 50 días de las elecciones presidenciales y el CNE sigue sin publicar resultados en Gaceta, ¿qué lectura le da al incumplimiento por parte de las instituciones en medio de las acusaciones de la oposición sobre resultados que no se corresponden con las actas?
Hay que insistir en apegarse a lo que indica la Constitución: el único árbitro capacitado, legal y técnicamente para arrojar alguna luz sobre la situación de conflicto e incertidumbre que prevalece desde el 28J, es el Consejo Nacional Electoral. El borrado no sólo mediático, sino en lo que toca al cumplimiento de atribuciones que la ley asigna a la institución, es una situación perversa que al gobierno quizás le interesa normalizar, pero que los demócratas no podemos dejar pasar.
Así que, el problema va más allá incluso de la validez de actas que los testigos de oposición recabaron y que han sido publicadas en la página web, junto con una serie de videos de centros identificados cuyos resultados, por cierto, coinciden con esos documentos públicos digitalizados. El nudo principal acá es que la serie de procesos que, en ejercicio de su autonomía, debió completar el CNE tras la totalización de resultados y la proclamación de ganadores -la auditoría de verificación fase II sobre una muestra del 1 %, tal como lo contemplaba el cronograma, por ejemplo- no se hizo.
Ni el TSJ, ni la Asamblea Nacional, ni el Ejecutivo, ni ningún otro poder público tienen potestad ni competencias técnicas para dilucidar y fallar en torno a documentos que son emitidos por las propias máquinas de votación que, muy difícilmente pueden ser falseados, y cuya autenticidad podría confirmarse o no con una simple auditoría pública para verificar el código HASH. Si no es posible comparar el resultado de las actas que recibieron esos testigos con los que están en manos del CNE, no habrá manera de saber quién miente y quién dice la verdad. Precisamente, ¿no será esa situación de indeterminación extendida lo que busca el Gobierno?
Atascarnos en la discusión que pretende alimentar el chavismo y sus partidarios, dedicarnos a forjar y refutar teorías conspirativas sobre la supuesta falsificación de estos documentos, opera más como distracción que como solución efectiva. Un asunto técnico se convirtió en un asunto político al ocultar información relevante, eludir procesos y fases, subvertir la normativa, usurpar funciones de un organismo; no dando la cara a actores que se apegaron a reglas de juego y participaron en la contienda ni a ciudadanos ahora perseguidos por reclamar lo más básico en una democracia que es el respeto a la voluntad popular y transparencia en los procesos. Lo que está en riesgo no es solo el resultado de una elección, sino nada más y nada menos que, todo el entramado ético y funcional que sostiene a la República y legitima al poder.
Claro, lejos de inspirar confianza, tal irregularidad alienta toda clase de dudas; y eso es algo que el propio chavismo de base, la gente a la que Chávez convenció en su momento de que la “democracia participativa y protagónica” se sustentaba en el respeto a la soberanía popular, tiene que cuestionar seriamente. No en balde el reclamo de resultados desagregados con datos de cada centro y mesa que han hecho figuras como los presidentes Lula y Petro, así como la mayoría de países democráticos en la región y el mundo, incluso identificados con la izquierda.
Porque esto tampoco va de un dilema izquierda-derecha, como algunos operadores políticos y propagandistas intentan hacer ver. Esto se trata de un puja entre la razón democrática y republicana, y la lógica autoritaria. Es inadmisible que el reconocimiento de la mayoría electoral solo se produzca cuando favorece a mi bando, y se atropelle tan groseramente cuando favorece al otro, a mi adversario. Las instituciones están para servir a todos los ciudadanos, sin distingos, para cumplir procedimientos y reglas, para generar certidumbres que nos permitan funcionar como sociedad. Lo contrario es meternos en un terreno sumamente peligroso, el de la anomía y la deslegitimación de la autoridad, el de la guerra de todos contra todos, la delación del vecino, el hostigamiento…
¿Acaso se espera mantener el control social y político gracias a una suerte de estado de excepción permanente, retener el poder solo a punta de coerción, represión y censura, desmejorar aun más un país que ya está suficientemente roto? El miedo puede funcionar un tiempo pero, a la larga, puede causar más problemas de los que resuelve. Las experiencias de otros países están allí, en esos ejemplos están algunas valiosas lecciones que el Gobierno no debería desestimar.
Más allá de los hechos, ¿la estrategia de la oposición liderada ha sido correcta? Usted ha dicho que confía en que Edmundo González ganó las elecciones presidenciales. ¿Cómo convertir esto en una realidad cuando los poderes públicos son controlados por el chavismo?
La oposición agrupada en la Plataforma Unitaria se plantó ante el reto electoral arrastrando secuelas de graves equivocaciones cometidas en el pasado. Debilitada, fragmentada; cabía pensar que ese lastre iba a definir sus acciones presentes y entorpecer el principal propósito, construir un liderazgo atractivo, lograr unirse en una coalición funcional capaz de ofrecer una candidatura unitaria que pudiese dar la pelea electoral al chavismo.
Pero creo que a contrapelo de debilidades y desacuerdos con los que todavía trajina hacia lo interno, y de los muchos obstáculos que impuso un gobierno negado a reconocer al adversario, esa oposición logró dar respuesta efectiva y sobre la marcha a los desafíos que impuso la dinámica política, la contingencia, la incertidumbre informativa e institucional, los incesantes dilemas estratégicos. Así, en buena medida, logró eludir esa condena del determinismo, el moralismo y la profecía autocumplida que antes bloqueó la participación en elecciones autoritarias, por ejemplo.
En ese sentido, y aun cuando pensemos que las cosas no se han hecho perfectamente, creo que sí ha habido aprendizaje: cierta adquisición de consciencia respecto a la necesaria adecuación entre medios y fines, y el abandono de posturas poco realistas. Insisto mucho en que la rectificación en política no tiene nada que ver con darse golpes de pecho o pedir perdón públicamente, ni acometer ordalías ni rituales de purificación que responden más a la religión que a la política (por cierto, ya tuvimos políticos que besaban crucifijos y juraban su arrepentimiento en cadena nacional, para que luego se comportasen igual o peor que antes). Entonces, como ciudadanos, lo que más debe interesar no es que los políticos nos pidan perdón, sino que la asunción de la equivocación luego de una reflexión responsable y previa, tenga manifestación nítida en los hechos. Es decir, la rectificación que importa en los políticos es la de los hechos.
A juzgar por lo que hemos visto, y aun con las razonables diferencias que podamos tener con las posturas de este u otro actor político, creo que es justo reconocer que ha habido consecuencia con el plan de ofrecerle al país una alternativa de cambio democrático, una superación de la crisis y el conflicto por la vía institucional. Eso, y estar dispuestos a movilizar, organizar políticamente a la población y trabajar de forma coordinada para captar los apoyos de una mayoría política y convertirla en mayoría electoral.
Por supuesto, no estamos en una democracia, y lo que ocurrió y ocurre da trágica fe de ello. A pesar de esa civilizada apuesta a la alternancia, de la moderación exhibida por Edmundo González y su insistencia en recuperar las claves de la convivencia democrática; a pesar de la expectativa de que el chavismo, persuadido por esa oferta, decidiera optar por un curso menos riesgoso de acción de cara al país y al mundo, no se pudieron cumplir los objetivos. Esa es una realidad que hoy toca asumir, por muy dolorosa que sea, y digerir e incorporar a futuras estrategias. El desconocimiento de resultados por parte de un gobierno que ve costos infinitos en ceder el poder, era un escenario que muchos quizás consideramos como posible, pero que, a la vez, parecía improbable por las graves consecuencias políticas que implicaba. Pasó justo lo contrario, la raya roja fue brutalmente cruzada.
La realidad nos ha robado argumentos, pues, nos ha dado con la puerta en la cara. Lo cual nos lleva a distinguir entre una verdad factual que, a su vez, da piso a una verdad compartida, una verdad política; esto, vs la realidad, ese contexto que impide que nuestra verdad se transforme en idea capaz de generar condiciones para realizarse. Y sí, esa idea convocó un consenso amplísimo, pero el control casi total de las instituciones por parte del chavismo hoy bloquea sus posibilidades. El poder sigue estando en manos del partido-Estado, y todo indica que para romper con esa situación perversa va a ser necesario más que los votos. Esto no significa una invitación a abandonar la política, al contrario; conviene seguir apegados a la racionalidad democrática, a construir espacios de negociación cada vez que sea posible, a promover mediaciones efectivas, a rearmar mapas de actores con capacidad de influjo, a reparar puentes rotos y tender nuevos, a interceder incansablemente a favor de esa población despojada de justicia y atención del Estado. Pero en lo inmediato, temo que el atrincheramiento feroz de quienes están en el poder impedirá cualquier intento de acercamiento. Este es un tiempo para estudiar y entender las nuevas condiciones a las que nos enfrentamos, y revisar las premisas, concepciones y argumentos que manejábamos antes del 28J. El chavismo decidió mutar nuevamente, de modo que hoy nos enfrentamos a una criatura política muy distinta y peligrosa.
Hace unos días, La Gran Aldea reveló algunos detalles sobre la supuesta negociación entre Zapatero, los hermanos Rodríguez y Edmundo González. Según el medio web, los oficialistas le dijeron que tenía que salir del país. ¿Maneja usted alguna información al respecto?
No, salvo lo que yo misma he podido leer en varios medios, LGA o El País de España. Aunque, sí, las señas permitían advertir que, efectivamente, lo que ocurrió fue producto de una negociación. Y es que el único con capacidad de extender salvoconductos y dar permisos para que ingrese un avión extranjero en el espacio aéreo venezolano es el Gobierno, claro.
Ahora, lo que cabe preguntarse es a quién favorece ese exilio, esa ausencia política, esa neutralización simbólica; y creo que no hay que forzar demasiado la imaginación para concluir que es a Maduro. Sin la presencia de González en el país, aun como convidado de piedra (entiendo que las presiones recibidas en estas últimas semanas habían sido implacables), quizás el gobierno apuesta no solo a desmoralizar a la oposición, a recordar quién detenta el poder de facto y controla las instituciones, sino a que se extinga la presión interna y externa en torno a la exigencia de reconocimiento de resultados a favor de González. Veremos, pues, si lo logra. Y veremos, también, si las competencias del exembajador pueden terminar siendo particularmente provechosas a la hora de tender puentes y promover mediaciones más efectivas desde España.
El País de España suscribió un artículo en el que afirmó que reconocer a Edmundo González es prematuro y poco útil, ¿lo comparte?
Creo que los gobiernos democráticos del mundo deben seguir apuntando a lo posible y lo justo, que es la publicación de los resultados desagregados por parte del CNE. Más allá de movidas simbólicas y discursos vehementes, he allí lo único que podría brindar certezas respecto a quien ganó y quién perdió en la elección; y el chavismo en el poder sabe bien que no hay manera creíble de esquivar esa solicitud.
Exigir que las instituciones cumplan con sus atribuciones y hacerlo de una manera serena, razonable, respetuosa y firme, quizás reduce en algo la posibilidad de que el gobierno venezolano responda con las excusas y los modos destemplados de siempre, el consabido refugio en el principio de no-injerencia y autodeterminación de los pueblos que utiliza para descalificar los reclamos de apego a la norma democrática. Si bien la decisión tomada por el bloque de poder luce como un camino sin retorno -la bravuconería no ha faltado para reafirmar esa amenaza- hay que recordar que Venezuela sigue incrustada en un orden global vulnerable, sometida también a las realidades de la interdependencia económica. Esos lazos promueven presiones adicionales, que pueden ser aprovechadas en este caso.
Lo útil, entonces, es mantenerse en el terreno de una relación que no puede prescindir de lo institucional, y ante la cual el gobierno venezolano no le debería quedar más remedio qué responder. Pensar en revivir la experiencia fallida de un gobierno en el exilio, por otro lado, aislar más al autoritario y dejarlo a expensas de los apetitos de gobiernos como Rusia, China e Irán, no luce como una estrategia muy eficiente. La vivencia previa debe servir para obtener algunas guías. Si en algo deben insistir los países democráticos es en mantener canales abiertos que permitan influir inteligentemente, y dentro de lo posible.
Usted advirtió hace unos días que ojalá Edmundo González no se rodee de «los mismos» suscribiendo una publicación de Leopoldo López. ¿Por qué? ¿Cree usted que algunos en la oposición buscan reeditar al interinato 2.0? ¿En qué se traduciría esto para el país?
Tras leer y escuchar algunas declaraciones de figuras vinculadas a la fallida estrategia del quiebre, sanciones sectoriales y “máxima presión” que, bajo el auspicio de Trump, fue aplicada en 2019, la disposición a la rectificación se pone en duda. Es imposible entonces no preocuparse, no temer por la cercanía de actores que se han equivocado consistentemente, y que seguramente aspiran a seguir jugando un papel activo como líderes de la oposición en el exilio.
No censuro esa aspiración ni desmerezco el interés por ver que Venezuela retorne a la senda democrática, por cierto; pero creo que lo respetuoso sería no extraviarse, no divorciarse de la estrategia que la oposición en Venezuela asumió de cara a la elección. Hacia lo interno, desde el mismo 28J ha quedado claro que la apuesta es al cambio institucional, y en esa senda del reclamo pacífico se ha mantenido la dirigencia. Machado, con decidido protagonismo en este proceso, permanece en Venezuela, de modo que su situación así como la de otras figuras de la dirigencia se hace particularmente comprometida y delicada. Esas son cosas que se deben sopesar con mucha responsabilidad.
Promover agendas al margen de lo que con mucho riesgo y compromiso se ha asumido, no sería lo más lógico ni lo más empático. Tampoco lo sería insistir en reimponer o amplificar sanciones sectoriales, por cierto, cuyos efectos, lejos de afectar a los autoritarios, terminan cayendo sobre las cabezas de una población castigada y destruyendo el ya precarizado tejido social. Ojalá, pues, que estos temores que he manifestado no se justifiquen, y que los equilibrios que inspira el discurso y comportamiento del propio Edmundo González marquen la pauta en esta ocasión.
A su juicio, ¿qué tendría que ocurrir para que Nicolás Maduro acepte darle una salida negociada o pacífica a la crisis postelectoral? ¿Cree usted que las sanciones recientemente anunciadas por la OFAC abonan algo en este camino?
Ojalá me equivoque, pero todo parece indicar que en el corto plazo hay pocas posibilidades de que el chavismo en el poder acepte una negociación justa para solucionar la crisis poselectoral. Algunos asoman que esa negociación debió promoverse con suficiente antelación y, claro, eso habría sido lo ideal. Pero todo lo sucedido, amén de otras señales no menos significativas (como el bloqueo de comunicaciones o la desestimación de la propuesta para un “pacto democrático” lanzada en abril por Petro y Lula), parecen sugerir que la alternancia no figuraba entre los planes. El atrincheramiento y la represión desbordada es una respuesta muy elocuente al respecto, es una manera de decir que esa postura es irreversible, que el bloque de poder está cohesionado y dispuesto a asumir los riesgos de su costosa decisión. Por supuesto, eso no significa que la propia crisis sociopolítica no se convierta en el mediano y largo plazo en una razón para rearmar los puentes deshechos, que la gobernabilidad no se complique al punto de que sea necesario considerar algunos consensos para sostenerse en el poder, garantizar la estabilidad y el orden, asegurar la cooperación de sectores productivos y aliados internacionales. Es un escenario que ahora mismo luce muy incierto, claro, que no permite ver mucho más allá del corto plazo.
Ni Petro ni Lula han podido convencer a Maduro de negociar o asumir un acuerdo de garantías, repetir elecciones, y menos mostrar los resultados… ¿Qué cree usted que está pasando a lo interno?
Hoy, como siempre, es difícil saberlo. El chavismo se esmera en proteger sus dinámicas internas de la mirada de los otros, del ojo público. Esta crisis, como otras, los obliga a hacer lo que saben hacer para preservar cierta imagen de invulnerabilidad, ese atrincheramiento que los recohesiona y obliga a sus huestes a cerrar filas. La lógica del ejército disciplinado les ha resultado muy útil no solo para sofocar las disidencias internas “inoportunas”, sino para recordar que dudar sería una traición. He allí el reto, esta vez porque los propios testigos electorales del chavismo saben bien lo que pasó el 28J, los miembros de los consejos comunales lo saben, el gobierno seguramente sabe que ellos saben.
Esa situación de disociación forzada no debe ser muy cómoda ni muy estable. En todo caso, aunque de momento no podamos verlo ni asegurarlo, es muy posible que esa grieta promovida por la duda se amplíe y profundice con el tiempo. La mentira organizada, base en este caso de la gobernabilidad autoritaria, puede funcionar si muchos gobernados están dispuestos a acompañarla y a “encuadrarse” en su lógica. Pero, ¿qué pasa cuando esta no parte de entrada con el consenso de esos muchos? Creo, con algún sesgo optimista, que la consciencia de esa anomalía pudiese contribuir a gestar algunas sacudidas interesantes en las bases, más adelante.
A lo interno, los venezolanos se preparan para el nuevo año escolar y pronto, la época navideña, ¿cuál cree usted que es la lectura que le da la ciudadanía a lo que hoy está ocurriendo en el país?
La sensación no cambia: incertidumbre. Hay muchas cosas que esperan definiciones. La crisis económica, la falta de confianza, la inestabilidad política, el golpe anímico que hunde a los venezolanos en un nuevo socavón emocional, la impotencia estratégica que esta situación impone a la dirigencia opositora, no auguran el mejor cierre de año. ¿Cómo mantener viva esa vital disposición a seguir luchando por recuperar espacios democráticos, luego del atropello, el despojo, el desconocimiento de la voluntad popular? Aunque necesario, es muy duro y complicado. Enero se perfila como un hito crítico, pero no hay nada ahora mismo que asegure que Maduro no asumirá el poder y que ejercerá como presidente de facto. Al contrario. Esta es una historia que se sigue escribiendo, con aristas y movidas que no son tan visibles como quisiéramos, claro. Así que habrá que seguir atentos a las señales, seguir procesando el trauma colectivo sin que ello implique paralizarse, seguir reflexionando.