De 2021 queda prácticamente un epílogo. Así que el impulso de hacer inventario de errores, pérdidas y logros, de avistar orillas y potenciales inicios, vuelve a tentarnos. En especial si la dinámica lleva a entrever no el simple finiquito de un año, sino el cierre de un ciclo. La elección del 21N pondría paradójico remate a esa etapa. Una cuyo traumático desarrollo atendió a una teoría del cambio que consideró todo, menos lo viable: el retorno a la vía de la política.
Claro, es más práctico diseccionar el pasado y ver cómo esa relación de causalidad de la que habla Raymond Aron deviene en presente que intentar, cual curtidas pitonisas, aprehender el futuro. Pero a punta de descifrar señales de lo vivido, la ojeada a esa realidad inexistente a veces se vuelve deber ser. Entonces el afán por apreciar en la historia un continuum más que una retahíla de eventos inconexos ofrece sana gimnasia. Práctica que se potencia cuando asomados al laberinto, nos auxilian las penetrantes visiones de Mercedes Malavé y Adriana Morán. En este caso, el hilo de Ariadna, los ánimos de neutralizar al Minotauro, recaen en tres pares de manos.
Ficción vs. crudeza
A expensas del intercambio, la palabra se vuelve yesca. 2021, les digo, marca frontera entre la trocha de la fantasía y la escalada de la realidad. Eso, con suerte, robará fuelle al influjo del radicalismo. Mercedes Malavé advierte, con pesimismo de la inteligencia: “Un problema grueso es que una narrativa épica basada en el engaño ha condicionado la visión de muchos venezolanos, sobre todo en el exterior. No se puede subestimar el trauma causado por el éxodo, la represión, la persecución política”.
El enojo moral fomenta la certeza “de que no hay manera de salir de esto sino con una insurrección. Como eso no va a ocurrir, persiste el discurso de los radicales. No es verdad que ese discurso esté liquidado en Venezuela”, afirma. Ver cómo el resurgir de los discursos extremos ha puesto en jaque a sólidas democracias en occidente, activa la alarma.
Adriana Morán interviene, con bisturí afilado: es penoso “el resultado de tanto tiempo perdido entregados a la ficción de un gobierno interino que, apoyado por EE.UU. y otros países, nos conduciría a la libertad… tiempo que se cuenta en vidas, en inmigrantes caminando y siendo rechazados”. En esa miseria instalada “en forma de fogones de leña para cocinar, en ciudades casi siempre a oscuras y habitadas por la desesperanza. Sacar del letargo a esas almas y mostrarles que es posible organizarnos para ser fuerza capaz de propiciar cambios, es un reto inmenso”. El optimismo de la voluntad enciende acá una vela, no obstante: “Hay que afrontar ese reto. No hay otro camino”.
¡Madurez!
Conscientes de que importa mantener a raya ese pesimismo determinista que también prospera en las entretelas del radicalismo, concluimos: el principio de realidad debe seguir marcando el pulso político en lo adelante. Un ejercicio de lucidez que obligue a servirse de cierta visión desencantada de la verdad, y que a la vez prescinda del cinismo estéril, podría ayudar a restituir los equilibrios perdidos.
Lo siguiente es reconocer cuánto vacío auto-infligido nos corresponde ahora llenar. “Vienen tiempos de pedagogía política, tiempo para madurar”, cavila Mercedes Malavé, como palpando la hondura del boquete. Recordemos que la Encuesta Nacional sobre Juventud (UCAB, oct-2021) reveló que las nuevas generaciones “han perdido casi por completo el interés en la democracia… ven la política como cosa insustancial”. Otro paisaje dependerá de conjurar el ensimismamiento de quienes asumirán el relevo.
Rendijas
Distantes de la peligrosa utopía homónima de Chernyshevski; sensibles a la réplica que, contra la mala hierba del nihilismo político, bordó Dostoyevski en “Los Demonios”, toca preguntarse: “¿qué hacer?”. El voto no operará como un milagro, lo sabemos, pero empleado con la consistencia, tesón y astucia de quien debe retornar a Ítaca, podría despejar la vía de la reinstitucionalización. “La ruta electoral no tiene secretos. A veces esa misma simplicidad lleva a algunos a desecharla, pensando que se requiere algo más”, asesta Adriana Morán. “Tienes un gobierno autoritario que ha ido perdiendo apoyo popular, y que en su interés por ofrecer una cara democrática abre rendijas por las que estamos obligados a colarnos si no queremos desaparecer.”
Por eso, al populismo autoritario hay que exacerbarle sus contradicciones, “ponerlo en jaque. Hacerle perder la compostura. Quebrarlo desde adentro. Y bajarse del falso pedestal supremacista en el que algunos insisten en encaramarse, para abrir caminos de entendimiento incluso con sectores afectos al gobierno, ya cansados de tanta incapacidad”. La crisis de Barinas es espejo de ese aprovechable filón.
Un nuevo modo de abordar la política, capaz de redimir la narrativa de la democracia, es vital. En 2022, quienes ganaron gobernaciones y alcaldías, los llamados a representar una real alternativa de poder tendrán que “dedicarse a gobernar para todos, incrementar la base de apoyo popular que los llevó al poder. Buscar amplios consensos con presencia de grupos organizados de la sociedad civil. La tarea es organizar a la población en cada rincón del país”, apunta Mercedes Malavé. Es la lección que dejan estos años: librarse del extravío identitario, del no-ser de “una oposición que se envileció y comenzó a razonar igual que sus opresores”.
Punto y seguido
Acerca de lo que funciona y lo que no, en fin, surgen algunas certezas. Dice Adriana Morán: “de los políticos que renuncian a la política para emprender aventuras para las que no están preparados, lo que queda es la postración. Necesitamos un liderazgo con pies sobre la tierra”. Lo primero es que cada quien se ocupe de lo que puede y de lo que debe, haciendo productiva su esfera de responsabilidad directa (Schumpeter). He allí una vía para aterrizar esa idea de cambio que, intuimos, ha ido calando en el ánimo colectivo.
Que esa razón nos asista en 2022.
@Mibelis