A José Gregorio Hernández le dieron el título de médico de los pobres porque ejercía la medicina como un apóstol del bien, como un científico serio que sabía hacerse amar por todos sin importarle la situación social, cultural, económica de la gente.
Era un excelente cirujano, fue pionero de la medicina psicosomática, unió siempre la enfermedad con el enfermo, por eso para cada caso hacía un estudio particular. De él decían: “El doctor Hernández no es un profesional de esos que lo miran a uno y secamente le dice compre esta o aquella medicina, o guarde tantos días de cama”, él era un amigo y su sonrisa invitaba a vivir y a sanar, esto lo había aprendido en el evangelio con Jesús el hijo de Dios.
Estaba consciente de la dignidad de cada ser humano, en su tiempo hubo una epidemia llamada la epidemia de la gripe española, y José Gregorio iba de casa en casa tratando de curar a la gente o sencillamente aliviarles el dolor o acompañarlos a bien morir, aun cuando corriera el riesgo de poner en grave peligro su propia salud.
Atendía con su medicina y respetando la dignidad de cada persona les hablaba a los pacientes del amor de Dios, los invitaba a pedir perdón por sus acciones malas y a reconciliarse con Dios.
Fue designado médico particular del presidente de la república, médico de grandes personajes, pero también de los pobres a quien no solamente atendía gratis, sino que también les compraba los remedios.
Decían “el doctor Hernández da el remedio para el cuerpo, pero también el remedio del alma», trataba con mucho respeto a todas las personas porque sabía que tenían una dignidad especial porque eran hijos de Dios, por eso no distinguía entre ricos y pobres, cultos e incultos, su fuerza la sacaba de la oración, en ese encuentro constante con Dios asistiendo a la misa diaria, rezando el rosario cada día porque era un gran devoto de la virgen María, de ella aprendió la ternura, especialmente hacia el que sufre.
Cuando pasaba por una iglesia, entraba a hacerle una visita al santísimo sacramento, tenía una gran devoción hacia la eucaristía y hacia el Sagrado Corazón de Jesús. De este amor a Dios y al santísimo sacaba su interés por ayudar a quien tenía alguna necesidad aun sin que lo tuvieran que llamar, practicaba así el verdadero amor de Dios.
Trató de ser como San Francisco, un hombre de paz, se hizo terciario franciscano, siempre perdonaba a quien pretendía hacerle algún daño y se reconciliaba con ellos.
José Gregorio decía “esta serenidad, esta paz interior, de que disfruto, se la debo a la religión santa que recibí de mis padres, en la cual he vivido y en la cual tengo la dulce esperanza de morir, lo decía porque sabía que con Dios ¡siempre ganamos!
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María García de Fleury es Licenciada en Educación con especialización en Historia y Pedagogía Religiosa, profesora universitaria, Miembro de número de la Academia Internacional de Hagiografía y escritora de innumerables libros como “Caminos hacia la felicidad”.