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Ojalá que el exgobernador del Zulia, y líder de UNT, Manuel Rosales -o sus abogados , o sus amigos (que los tiene y muchos)-hayan logrado convencer a los “juristas del terror” de su inocencia y que, en consecuencia, puede regresar al país a ejercer sus derechos políticos.
O que, una gestión de algún superpoder político interno e externo se haya movido a favor de la libertad de Rosales, obrando el milagro de que, los fuera de ley que se reparten el país (Maduro, y Padrino López), acepten el regreso de su reincorporación a la política nacional.
Lo que si nos parecería una inocentada inexcusable viniendo de un “político de nación” como Rosales, es confiarse en compromisos más, compromisos menos, de dictadores que han hecho de la deslealtad su carta de presentación y que –es nuestro temor-no dudarían en echar por la borda cualquier promesa si le sirve al propósito de perpetuarse en el poder.
Al efecto, convendría recordar el caso de, Leopoldo López, quien pensó que Cabello podría honrar un compromiso y pagó su error con los resultados que todos condenamos y lamentamos.
Siempre se discutiría si un político acosado por un enemigo feroz debe optar por el exilio o la cárcel para evitarse un daño peor.
Y nuestra opinión es que, si se trata de servir a la causa de la libertad, cualquier lugar es útil y bueno, pues ni cercanía, ni físicos en si, fomentan liderazgo.
De 10 años de exilio regresó Rómulo Betancourt el 23 de enero de 1958 para convertirse en presidente y fundador de la democracia venezolana y de 27 años de cárcel volvió Nelson Mandela para liderar la independencia sudafricana.
De modo que, ni cárcel ni exilio pueden ser pretextos para cometer errores y contribuir tangencialmente a la causa de los enemigos de la libertad.
Bienvenido a Venezuela Manuel Rosales, y si es por los caminos de un político que tiene expectativas racionales para creer que su papel está en la calle y no en una cárcel, ni en el exilio, pues, adelante.
Por Manuel Malaver / @MMalaverM