Manuel Malaver: Corrupción y narcotráfico en los días finales del castrochavismo

Manuel-Malaver

Hay algo singularmente patético en el crepúsculo del ensayo de restaurar el socialismo en América Latina iniciado por Hugo Chávez y Fidel Castro a partir de 1999: la agonía llega después que Chávez dilapidó los recursos del ciclo alcista de los precios del crudo venezolano (2004-2008) apalancando las economías de los países que se afiliaron al Pacto o Entente (Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Brasil y Argentina), y, lo que es tanto o más significativo, de disfrutar del apoyo o neutralidad de la mayoría de los países democráticos del planeta que se sintieron atraídos por la oferta de Chávez de construir el socialismo “pero en libertad y democracia”.

En otras palabras: que oportunidad que ni soñada para oxigenar la mohosa, decrépita y en vías de desaparecer economía cubana, mientras que el militar venezolano ofrecía “otra vía” para rescatar de la caída del Muro de Berlín y del colapso del imperio soviético una utopía de cuya extrema peligrosidad no terminaban de convencerse, por lo menos, las dos terceras partes de los países del mundo occidental.

Las expectativas, entonces, eran supremas en torno al laboratorio de los reformadores caribeños (“padre” e “hijo” como se llamaban entre si) y la ironía de la historia de que ¡por fin! en el subcontinente del “Buen Salvaje” se accedería al milagro o Santo Grial de que el estado y el mercado marcharan juntos hacia la tierra de promisión.

Para terminar de configurar la “utopía” en “distopía”, Chávez, -el aporte venezolano al proceso-, resultó un comunicador convincente, carismático y agudo, de inspiración fácil y versátil, de esos que toman un micrófono y parlan sin parar, y con un instinto tan desarrollado para el show y el suspense que no tardó en “mediatizarse” en el primer político del siglo XXI en explorar las enormes posibilidades de la transformación de la política en espectáculo.

Es cierto que ya Hitler y Fidel Castro habían llegado lejos en la utilización de los medios radiales y televisivos para horadar en las capas más profundas del inconsciente colectivo, pero no en circunstancias de que un desarrollo desmesurado de las tecnologías de la información y comunicación (TIC) harían realidad el “Big Brother” de Orwell.

Chávez realizó, en consecuencia, la primera demostración “en vivo” de la perversa y monstruosa mal formación de hacía dónde un régimen dictatorial y totalitario puede conducir la política y la historia de un país, y de cómo hasta ciencias “neutras” como la electrónica y la cibernética, pueden contribuir la forjamiento de una sociedad esclava.

Rebobinar imágenes, personajes, escenarios y escenas de los tiempos del chavismo temprano y ver, cómo su fundador, Chávez, se introdujo a la fuerza en ellos con el solo propósito de “hacerse notar”, hablaría más que cualquier tratado de aquellos días que, por lo menos para los venezolanos, dieron comienzo a una peste emocional que aun no termina.

El mula Omar, Osama Bin Laden, Saddam Hussein, Alí, el Químico, Al Qaeda, Aymán al Zawahiri, los talibanes, los atentados del 11 de setiembre, la guerra de Afganistán, la Segunda Guerra del Golfo, y la caída del temible dictador irakí en un túnel o subterráneo donde pasó sus últimos días como una fiera perseguida, puede que nos hablen de un tiempo lejano, en blanco y negro y de un cine de antes de los drones y las cámaras digitales, pero en ningún sentido prescindible si queremos irnos a los orígenes de la Venezuela de las ejecuciones extrajudiciales, los colectivos, Tocorón, el Picure, la ley de Linch, los “patriotas cooperantes”, y los descuartizamientos.

Porque, si bien Chávez no perdía ocasión de insertarse y hacer amagos en las secuencias de aquel Gran Juego o teatro, “su trabajo” estaba aquí, y este consistió en darle alguna visibilidad y verificabilidad a su promesa de redención social y de “socialismo en libertad”, mientras llevaba acabó la tarea de rebanar corte por corte el estado de derecho venezolano, hasta convertirlo en un hueso raído que usaba para caerle a mazazos a quienes se le opusieran.

Hugo Chávez entre 1999 y 2003, y quizá su proyecto más ambicioso -y que terminaría reconfigurándolo como otro “desechable” de la historia latinoamericana-, fue el de exportar “el modelo” hacia otros países de la región, y en el curso de cuatro años, patentar una entente de países clientes que, con la etiqueta de socialistas, populistas o nacionalistas se adscribieron al proyecto caro a Chávez y Fidel de construir una “continental” que pasara a reemplazar aquel “Comecón” que tanto dio que hablar en tiempos del socialismo real y el imperio soviético.

Para terminar de darle alas, y catapultar hacia la gloria todos aquellos delirios y fantasías, a partir del 2004 y hasta el 2008, la economía mundial experimentó un nuevo ciclo al alza de los precios del petróleo, uno más largo y rentable se cuantos se habían conocido y el estado venezolano se infló con unos ingresos en petrodólares que la mayoría de los expertos están contestes en totalizar en TRES BILLONES DE DÓLARES.

Recursos para implementar hasta 20 “Plan Marshall” juntos, pero que Chávez y Fidel Castro despilfarraron en la locura de retroceder las agujas del reloj de la historia, rehacer sus dictámenes y sentencias y demostrarle al mundo que ellos si podían realizar la obra que habían dejado inconclusa Lenin, Stalin y Mao Tse Tung.
Como en los tiempos de la colonia española salían las flotas, pero no de La Habana sino de Caracas, no con oro sino con petrodólares, y no marítimas sino aéreas, hacia Cuba, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Brasil, Argentina y Uruguay.

Si había gobiernos socialistas, populistas y antiiemperialistas para sustentar las economías de esos “hermanos” y si partidos de oposición que luchaban por la conquista del poder, para financiar sus campañas electorales, planes insurreccionales y eventos que contribuyeran al desgaste o quiebra final del capitalismo y el imperialismo.

De ese entonces datan mamotretos como la UNASUR que nació para crearle muros, trincheras, y contrafuertes a la presencia norteamericana en Sudamérica, la CELAC para acabar con la OEA, redes “endógenas” de radio y televisión internacionales, y hasta un proyecto para construir una OTAN regional que impidiera cualquier incursión del Comando Sur, u otra fuerza militar extranjera que intentara traspasar las fronteras “del mundo” que ya Fidel y Chávez llamaban de “restauración del socialismo”.

Pero más gruesos, cuantiosos, líquidos y sonantes fueron los volúmenes de petrodólares que salían vía aérea, y desde Caracas, para ser entregados a Daniel Ortega de Nicaragua, Rafael Correa de Ecuador, Evo Morales de Bolivia, Lula da Silva de Brasil y los esposos Kirchner de Argentina, los cuales, entre incrédulos y maravillados, entraban al festín de aquellos reyes caribeños desenfrenados que, no es que los invitaban, los hacían copropietarios de aquella riqueza.

“Copropietarios” de una riqueza extranjera que no habían producido, y por la cual no tenían que dar cuenta, presidiendo gobiernos que en su mayoría eran autoritarios, antidemocráticos y habían liquidado la independencia de los poderes y fanáticos para quienes la comisión de delitos era admisible si se hacía por la redención de los pobres.

Por tanto, propensos a sumergirse en una ola de corrupción sin precedentes en América Latina y otros continentes y que, al par de larvar la más grande posibilidad que tuvo Venezuela de desarrollarse, también hizo del “Socialismo del Siglo XXI” una estafa no diferente a la del socialismo real.

Para colmo, en el caso venezolano, tras la corrupción que gigantesco ingreso petrolero propició, también se apareció el narcotráfico que, hostigado después de la guerra de los carteles que sufrió Colombia a comienzos de los 90, ahora se acercó a reclamar su parte, y en poco tiempo tramó una alianza con militares chavistas y revolucionarios para crear el “Cartel de los Soles”, emblema que, con el “Cartel de Sinaloa”, el del Chapo Guzmán, le han dado otro perfil y naturaleza al negocio.

Lo peor fue, sin embargo, que a partir del 2009, se desplomaron los precios del petróleo, en Cuba, una nueva casta política y militar, la de Raúl Castro, se decidió a tomar el poder y empezó sacando de juego a Fidel Castro y a Hugo Chávez (muerto “en vida·, el primero, “en muerte” el segundo) que en Venezuela la escasez de petrodólares y la destrucción del aparato productivo interno dejaron al pueblo sin comida, medicinas, materias primas, ni bienes y servicios y el país pasó a ser gobernado por una mafia que, entre otras muchas, se reparte el país y gobierna según las alianzas se lo permitan en tales o cuales áreas.

La preside un tal Maduro, sin profesión, nacionalidad, ni educación conocidas, quien, se sostiene absolutamente en el vacío, pero con el suficiente desequilibrio mental como para crearse conflicto tras conflicto con los vecinos, inventar conspiraciones, usar o propiciar crímenes abominables para reprimir a la oposición y, en el fondo, deseando que alguien se atreva a desalojarlo del poder para irse “con su socialismo” a otra parte.

No es distinto a lo que sucede con los gobiernos de Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Brasil y Argentina, los del Pacto o Entente, todos viviendo y sufriendo diferentes grados de la crisis, pero convencidos y preparados para que, si no los espera el destino de Fidel y Chávez a la vuelta de la esquina, si puedan refugiarse en un retiro tranquilo para recordar los tiempos en que dos dictadores alocados caribeños los invitaron a tomar los Estados Unidos “por asalto”.