La primera semana de restablecimiento del suministro de gasolina a escala nacional ha puesto sobre la mesa una discusión de orden sociológico: la corrupción dolarizada de civiles y militares es un fenómeno muy peligroso, un tumor que no se puede extirpar así como así.
Para entender lo que pasa funciona muy bien un símil que ha sido expuesto por algunos analistas de red social (dicho sin ánimo despectivo, aclaremos): las personas, de todos los estratos sociales, niveles educativos y rangos (en el caso de militares y policías) que habían participado en los últimos meses del fabuloso negocio de revender en dólares gasolina regalada sufren el síndrome del lobo cebado.
Se llama así a los lobos (o a cualquier otra fiera) que ha probado la carne humana y, según dicen, ya no puede resistirse a la tentación de intentar comerla de nuevo. Mutatis mutandis, los bachaqueros dolarizados ya probaron las fabulosas ganancias de la reventa del combustible en divisas y por ello se resisten ferozmente –valga la alegoría– a que les quiten semejante fuente de enriquecimiento fácil.
Uno de los puntos clave de este problemón es el hecho de que, tal como se indicó antes, no es un negocio de pocas personas. Puede que quienes ocupan la cúspide la pirámide sean, ciertamente, un reducido grupo de delincuentes, tanto civiles como militares y policiales, pero (y aquí insistimos en la comparación con el cáncer), el mal ha ido diseminándose por toda la estructura social, contagiando desde los propietarios de estaciones de servicio y los encargados o gerentes de estas, hasta los bomberos que, como bien se sabe, pertenecen a la más humilde clase obrera. Igual pasa entre los uniformados. La mafia debe cubrir desde los más altos oficiales hasta los efectivos rasos que van a cumplir funciones de “custodia” en las estaciones de gasolina. [Lamento no tener nombres y apellidos de esos altos oficiales, pero es bastante difícil creer que este comercio ocurre a las espaldas de todos ellos, sin complicidades superiores].
Este carácter de pandilla explica por qué se han observado algunas reacciones que nos remiten ya no a una manada de lobos, sino a un enjambre de avispas a las que alguien les ha tumbado su colmena. Furiosamente han salido a picar a quien intente establecer el nuevo orden y a los usuarios que han formulado reclamos. Furiosamente se han lanzado, en estos primeros días, a defender lo que ya consideraban un derecho adquirido.
Un acucioso amigo, Ramón Echeverría, ha hecho cálculos “a pepa de ojo” y asegura que algunos de los lobos cebados venían embolsillándose entre mil y dos mil dólares diarios, suficiente como para comprar carros y apartamentos con las “ganancias” de una semana, “No van a dejar este negocio por las buenas”, advierte.
Para completar el cuadro, el nuevo esquema de venta con dos precios extremadamente diferentes parece haber despertado las ganas de “comer carne humana” en algunos individuos que hasta ahora no lo habían hecho. La tentación es grande para cualquier propietario de automóvil que ve así una nueva oportunidad de ordeñar la vaca de la renta petrolera, aunque la pobre ya esté en el hueso. Particularmente provocativo es el tejemaneje para los transportistas que tienen –según la normativa anunciada– acceso diario a combustible subsidiado. Aquí es necesario añadir un agravante: el perverso modelo de transporte público que se implantó en Venezuela desde los años 70 (y que la Revolución nunca ha desmontado) hace de los transportistas unos “empresarios” que explotan sin piedad a sus trabajadores (los llamados avances) y a los clientes. Prestan el servicio los días que quieren en los horarios que quieren y, últimamente, a la tarifa que se les antoje. En lugar de trabajadores del volante, como a veces se hacen llamar, la mayoría es una especie de mezcla de pequeña burguesía con lumpemproletariado, según una interpretación venezolana de las categorías marxistas. Una porción de ellos ya debe haber decidido que es mejor negocio ir muchas veces a la bomba a llenar el tanque para revender el combustible a precios dolarizados, que andar por ahí acarreando pasajeros fastidiosos.
En fin, que al menos desde cierta distancia, hay claros indicios de que no va a ser posible recuperar sin traumas la normalidad que alguna vez hubo en el mercado interno de gasolina. Extirpar semejante incordio cívico-militar-policial y policlasista va a doler una barbaridad. Y si no se llega al núcleo del tumor, este pronto volverá a hacer metástasis.
También da la impresión -no sé, es un simple pálpito- de que el momento para esta delicada operación es ahora o nunca. Y de lo que se haga o deje de hacerse en este punto va a depender que el país pueda empezar a sanearse en otra gran cantidad de “negocios” que han quedado en manos de lobos cebados. ¿Será?
por Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV