El sometimiento total, la sumisión absoluta, que sientas que fuera de ellos no tienes ninguna posibilidad de supervivencia, que son los amos. Es un plan, ya no solo de dominación. Es un plan de maldad. Hay un goce en la venganza en contra de lo bueno, de lo decente, de lo que funciona. Estos zombies destructores habitaban entre nosotros, pero los creíamos menos peligrosos. Los conocimos en las universidades, eran los peores estudiantes. Tardaron 10 y 12 años en hacer lo que a los otros nos tomó cinco, cuando ser mediocre y radical daba popularidad y los convertía en dirigentes. Y terminaron creyendo que ese era el camino. Medraron de un sistema en el cual no hacer nada y ser irresponsable también era una forma de vida y encontraba espacio y tolerancia. Culparon a los otros de una mediocridad que nunca terminaron de asumir y se agazaparon esperando la hora de la venganza, de cobrar su propia ruina arruinado a otros. Esta hora, que ellos mismos pensaron que nunca llegaría, por un azar de la historia, llegó al fin. Se regodearon en el resentimiento que carcome, pero nunca en el esfuerzo sostenido. No hubo proyectos, sino el egocéntrico afán de llegar desde y para la truculencia y la trampa. Aprendieron las matemáticas solo para obtener más votos con menos votantes, pero nunca para sumar. Juegan con las palabras, llaman amor a su práctica cotidiana del odio. Son maltratados que se vuelven maltratadores, se prepararon para la venganza de todo aquello que les suene en sus destartalados cerebros a “vida burguesa” .
Se alzaron contra la opulencia, pero no por su injusticia, sino por envidia, hasta que la tomaron por asalto, mientras proclaman la ideología de la pobreza detrás de la que esconden que son ahora ellos los nuevos ricos: “el agua caliente es un lujo así que acostumbrarte a no tener electricidad. Bañarse con totuma es divino: cuando te quito el agua de la ducha, en el fondo te estoy haciendo un favor. Te conecto con el disfrute de la miseria y la pobreza.” Su cabeza no les da para entender que nadie puede producir a pérdida, ni pagar a sus empleados más dinero del ingresa a su negocio, que la economía es a fin de cuentas un acto de fe y de confianza, de la que ellos no gozan, porque nunca en la vida hicieron nada productivo. “Ser rico es malo, malísimo, pero yo me robo el dinero, ese dinero al que nunca pude acceder por la vía de mi trabajo, ingenio, creatividad y esfuerzo. Tomo por la fuerza aquello que me fue negado. Ahora vivo en urbanizaciones de lujo, disfrutando de lo que otrora me pareció asqueroso, de los aviones de lujo cuya denuncia me llevó al poder, me estoy cobrando todo lo que la vida me debe (El sobrino del Che dijo algo revelador en una entrevista. Cuando llegó a Cuba lo alojaron en el lujoso Habana Libre (antiguo Hilton) con trato VIP y el funcionario le dijo: “ustedes tienen trato VIP por todo lo que su tío hizo para que fuéramos todos iguales”). Todo aquello que me fue arrebatado ahora es mío, por el derecho que me da haber sido siempre un revolucionario de oficio. Si no te gusta la miseria, múdate a otro lado porque aquí la hemos decretado, para el resto”. Además, si no te gusta lo que hago, “te humillo, te vejo, te confisco lo que dices que te pertenece, te arrebato tus derechos, te intedrogo (nueva forma de interrogatorio) y te muestro desnudo para amedrentamiento público, para que el miedo se apodere de todos, para que nadie se atreva. Si se lo hice a este, se lo puedo hacer a cualquiera: ‘Ecce praetor’ (he aquí al diputado). Para que la venganza sea más cabal y concreta te disminuyo, te minimizo, te obligo a sacarte el carnet de la patria, a votar por mi si quieres comer. Me burlo, para mayor INRI. Me burlo de la miseria que te causo, de tu huida desesperada, de los que mueren de frío en los páramos de Colombia. Me burlo de tus lágrimas y digo que son de academia de actuación, de
tus hijos que lloran la ausencia de su casa y no entienden por que se van y crecerán odiandome cuando comprendan las causas. Me burlo del trabajo honesto del que limpia los baños con la dignidad de la gente buena, que sabe que el trabajo honesto siempre santifica la vida”.
En 1799 el jesuita peruano Juan Pablo Viscardo y Guzmán escribe una “carta a los españoles americanos”, uno de sus fragmentos dice:
“No hay ya pretexto para excusar nuestra apatía si sufrimos más largo tiempo las vejaciones; si nos destruyen, se dirá con razón que nuestra cobardía las merece. Nuestros descendientes nos llenarán de imprecaciones amargas, cuando mordiendo el freno de la esclavitud que habrán heredado, se acordaren del momento en que para ser libres no era menester sino quererlo”.