Laureano Márquez: La Aventura del Telemático

Laureano-Márquez

El origen del término “odisea” alude a un largo viaje “lleno de aventuras y de descubrimientos”, en palabras de Kavafis, protagonizado por un personaje de la Ilíada, Odiseo (Ulises en latín), que abandona Ítaca dejando a su mujer Penélope (la del bolso de piel marrón, zapatos de tacón y vestido de domingo) y a su hijo Telémaco para ir a la guerra de Troya. Veinte años dura la ausencia de Odiseo (diez de guerra y diez del viaje de regreso a su patria) y los pretendientes acosan a su esposa. Para deshacerse de ellos, la fiel Penélope -que está tejiendo una colcha para una cama 2X2- dice que se casará cuando termine de tejer. Sin embargo, por la noche, desteje lo que ha hecho durante el día. Desbaratando encajes regresaba cada noche hasta el hilo, que diría Andrés Eloy Blanco, dándole a sus pretendientes “una proximidad de lejanía”. Mientras Penélope teje, Telémaco vive su propia odisea cuando sale en busca de su padre por esos mundos de Zeus.

Pero existe otra odisea, de otro Telémaco, el emblemático nombre de un barco clandestino que zarpó de Canarias rumbo a Venezuela. Eran tiempos de emigración clandestina, los canarios escapaban de la miseria de la postguerra. La emigración era perseguida en ese entonces por Franco y 171 canarios -mayoritariamente oriundos de la isla de La Gomera, donde comenzó el viaje- decidieron tomar el riesgo de escapar en un pequeño motovelero de 27 metros de eslora.

Además de las 171 almas, llevaba el barco los siguientes suministros:
42 sacos de gofio (harina de trigo tostado, que también puede ser de maíz, garbanzos, centeno, etc. típico cereal canario heredado de los antiguos guanches que siempre le salva la vida a un isleño), 10 sacos de pescado salado (puede que parezca raro llevar pescado al mar, donde hay tanto pescado fresco, pero con esa angustia quién tiene paciencia para pescar), 1.700 kilos de papas (un canario sin papas no es nada), una caja de latas de leche condensada (quizá para el famoso “cortado leche y leche”), una caja de botellas de coñac (bueno para celebrar el arribo a La Guaira), tres garrafas de aceite y dos cajones con carne de cerdo en salazón (tal vez por aquello de que “del cochino hasta la conversación”), además de toneles con agua dulce. Luego de 19 días de travesía una tormenta arrasó con los suministros y casi con la vida de los viajeros. En medio de la tormenta el “capitán” del barco fue amarrado al timón para que pudiera conducir la nave sin que lo arrastrara la fuerza de la tempestad. Curioso hecho que nos recuerda que también Odiseo fue atado al mástil de su barco para evitar ser arrastrado por el canto de las sirenas.

Famélicos, los viajeros llegaron a Martinica, antes se habían topado con un barco español que les lanzó agua, arroz y poco más, lo que les permitió llegar hasta la isla caribeña. Allí recibieron auxilio de gente muy humilde que compartió con ellos lo poco que tenían y continuaron rumbo a La Guaira, su Ítaca. Venezuela les restituyó la esperanza de futuro a esa gente y a los que vinieron luego, ya legalmente, a sus hijos y nietos. Hoy llegan a Canarias otras gentes, en no menos duras odiseas, buscando también esperanzas que por múltiples razones en su patria no encuentran. Entre ellos, muchos venezolanos. Nosotros, que fuimos al albergue, somos hoy huida y diáspora.

De esta odisea del Telémaco naviero se cumplen este mes 70 años. La única mujer en la travesía, Teresa García Arteaga que con 22 años iba al encuentro de su marido con quien se había casado por poder (forma de matrimonio típica de los inmigrantes de ese entonces, que daba pie al pícaro chiste: “se casaron por poder y se divorciaron por no poder”) falleció en Cagua (estado Aragua) en 2018, quizá una de las pocas sobrevivientes de esta historia de velero clandestino, que dicho de paso no fue la única, aunque, quizá sí, la más emblemática. Para recordarla -siempre hay que recordar que las tortillas se viran- el Parlamento de las Islas Canarias ha publicado el libro ‘Viajar en el Telémaco. Navegación clandestina entre Canarias y Venezuela (1950)’, de los autores Manuel de Paz Sánchez, Manuel Hernández González, Ángel Dámaso Luis León, Maximiano Trapero y Francisco Pomares.

A los canarios de antes les gustaba registrar sus historias en punto cubano, un género de verso que también navega entre Canarias y América. Entre los pasajeros iba el poeta popular Manuel Navarro Rolo, quién con esta décima remata la apasionante odisea del Telémaco:

«Ya terminó la jornada,
no hay que dudar del Destino
que nos conduce al camino
de la extranjera morada,
esta tierra codiciada
hija fue del pueblo hispano,
y como somos hermanos,
de esta rama positiva,
nos alienta darle un viva
al pueblo venezolano».