Fausto Masó: ¿Reaccionará el país?

Un “no” sofocante invadía la sociedad venezolana en los años noventa. Era un gran “no” al empobrecimiento, a una forma de hacer política. Era un “no” tremendamente ignorante; en realidad, la sociedad venezolana era una democracia triunfante que soportaba una crisis pasajera. Sin embargo, disminuía la movilidad social, la política caía en manos de macroeconomistas, asesores, publicitarios y juristas; aumentaba la distancia entre la experiencia diaria del ciudadano y el discurso oficial.

Chávez aprovechó una puerta entreabierta, el país apoyaba cualquier aventura; voces aisladas tocaban histéricas campanas de alarma, unánimemente se pedía reemplazar el bipartidismo, el sistema político ideal para una democracia. Cuando Venezuela se empobreció, los partidos echaron mano de las ideas que venían de Washington para modernizar la economía: acentuaron el descontento popular. Los venezolanos eligieron para un segundo período presidencial a un líder antipartido, Rafael Caldera (1993-1998), y, a continuación, a un golpista.

Antes de Pérez II, 1989-1994, había terminado ya la belle époque, el Viernes Negro en 1983 acabó con la estabilidad monetaria. Pérez revirtió las políticas de su primer gobierno 1973-1978: prometió que después del trago amargo del ajuste, la población lo sacaría en hombros del palacio presidencial. En 1991 el consumo privado aumentó 6,8% y el de alimentos, 20%. Dos años más tarde el Tribunal Supremo obligaba a Pérez a renunciar.

Venezuela fue el primer país latinoamericano que aplicó un plan económico de apertura: saquearon Caracas en 1989, creció la economía 10% en 1991, ocurrieron dos golpes de Estado, destituyeron al presidente y cinco años más tarde, en diciembre de 1998, Hugo Chávez Frías era presidente.

A Pérez II, economistas, asesores, encuestadores le repetían que marchaba por buen camino, a pesar de que se portaba como el padre que, despedido del trabajo, le pide austeridad a su familia, mientras él sale cada noche a tomarse unos tragos. Como un monarca ilustrado, Pérez tomó las decisiones que consideraba mejores para el país. En su primer período presidencial, 1973-1978, sus banderas habían sido la soberanía, la Gran Venezuela, el pleno empleo; en el segundo, la tasa de crecimiento. En diciembre de 1988, votó por él la mitad de los electores. En su primer gobierno había nacionalizado el petróleo; en el segundo impuso un novedoso programa económico, sus primeras medidas provocaron los disturbios del 27 de febrero de 1989, que él mismo interpretó como un episodio de la lucha entre pobres y ricos. Curas, intelectuales, políticos, cantaron loas al 27-F, ¡el pueblo irrumpía en la política venezolana! Intelectuales y periodistas evocaban las jornadas gloriosas de la Revolución francesa, los humillados reivindicaban su condición humana. En ciudades como Maracaibo, donde el Ejército se movilizó a tiempo, ocurrieron pocos saqueos; en Caracas la protesta comenzó por el aumento de pasaje en Guarenas. A continuación, masacraron a cientos, o miles, de personas, registraron casa por casa en algunos barrios para recuperar televisores, neveras, etc. El 27-F los dos grandes partidos venezolanos demostraron que eran cascarones vacíos, financiados por banqueros a cambio de futuras ventajas, no pudieron controlar a la gente en la calle. Antes del 27-F, en el segundo semestre de 1991 Pérez había caído en las encuestas. El jefe del Ejército, Carlos Peñaloza, acusó a la amante de Pérez de presionar el cobro de unas municiones que no habían sido entregadas nunca.

En este clima de locura el país se entregó a un golpista irresponsable que era un político hábil. Abrimos las puertas del infierno, seguimos en él. Ahora sufrimos al heredero de Chávez, un político de izquierda sin gracia, inspiración o atractivo. Vivimos en el peor de los mundos. Ojalá que esta pesadilla pase pronto, no será fácil.

Por otra parte, ¿qué dijo ayer Maduro? ¿A quién le interesa? Vivimos en un infierno de tonterías, vaciedad y aburrimiento. El país debe reaccionar. ¿Lo hará? Esto lo mismo termina el fin de semana, o arrastramos esta decadencia por décadas.