Nadie se detiene de noche ante la entrada de las instalaciones militares de Conejo Blanco con la juguetona intención de violar las rejas para luego, con una risita en los labios, marcharse en su automóvil, tranquilo y sin nervios, satisfecho por ser tan infantilmente tremendo. El riesgo que correría le puede costar muy caro, y quizás perdería la vida por una ráfaga de ametralladora disparada por los soldados que custodian esa zona militar.
Y si, como dice el ex presidente Pepe Mujica, estuviera loco como una cabra, a lo mejor se anima a bajarse los pantalones, defeca rápidamente, lanza sus deposiciones contra las paredes de la base militar más importante de Caracas y, sin pensarlo dos veces, huye como alma que lleva el diablo porque si lo agarran termina sus días en cualquiera de las cárceles de Venezuela, clasificadas entre las más asquerosas del mundo.
Algo parecido ocurrió en la madrugada de ayer en la entrada de El Nacional, con la salvedad de que este periódico no tiene las rejas ultramodernas de Conejo Blanco, y tampoco nuestros vigilantes portan armas y por ello no pueden, ni quieren y ni les pasa por la cabeza disparar ráfagas a nadie. Son modestos trabajadores que vigilan y alertan a las policías locales si ocurre un hecho irregular o inquietante.
Además, nuestras instalaciones solo están hechas para imprimir noticias y también para trasmitirlas por las redes sociales. Carecen por tanto de fines bélicos, no ocultan material de guerra, tampoco es un campo de entrenamiento militar, no tiene celdas de castigo ni salas de torturas al estilo de La Tumba, en la Plaza Venezuela, donde entierran en vida a jóvenes estudiantes a quienes capturan cuando salen a manifestar pacíficamente por las calles.
En nuestro estacionamiento no hay patrullas de la Policía Nacional ni tanquetas de la Guardia Bolivariana, tampoco se ocultan al sol las lujosas camionetas blindadas que usan los jefes rojo rojitos, ni motocicletas negras y sin placas que utilizan los servicios de inteligencia (¿?), para seguir y perseguir a los líderes opositores y, desde luego, a los comunicadores sociales, dos sectores que hacen perder el sueño a cualquier dictador miedoso. A veces esas motos las usan para otros fines menos oficiales, pero mejor dejar las cosas hasta allí.
En las instalaciones de El Nacional no hay alimentos acaparados ni deambulan los bachaqueros, no hay traficantes de drogas ni se cobran vacunas al estilo de las FARC, tampoco guardamos gente secuestrada por la guerrilla colombiana, no extraemos oro y diamantes ni esclavizamos indios, no contrabandeamos gasolina ni tenemos pistas clandestinas como existen en los estados llaneros y fronterizos gobernados por los rojo rojitos, tampoco compramos productos en los supermercados de Aruba y Curazao, y jamás hemos usado la base de La Carlota como un aeropuerto particular para nuestros amigos y familiares.
Entonces… ¿por qué vienen a nuestro honesto sitio de trabajo a echarnos mierda, a lanzarnos la materia gris de su jefe máximo?.