Dicen que no hay cosa más pesada que un matrimonio arreglado. Pero lo cierto es que hay matrimonios que empiezan con amores desenfrenados y terminan como Kathleen Turner y Michael Douglas en aquella memorable película, “La Guerra de los Rose”.
Creo que ya conté esta historia, pero si lo hice, vale la pena contarla de nuevo: tengo una pareja de amigos paquistaníes cuyo matrimonio fue arreglado. Se habían visto ocasionalmente cuando niños, porque sus familias eran amigas, pero de adultos, cuando volvieron a verse, fue para casarse. Así como lo leen: se volvieron a ver el día de su boda.
Una vez, estando yo recién casada, nos encontramos con ellos en Nueva York, donde vivían. Y una de esas noches que compartimos mesa, vino y buena conversa, le pregunté a ella cómo era casarse con alguien de quien uno no estaba enamorado. “Pues yo siempre supe que iba a ser así”, me respondió. “De manera que no me tomó por sorpresa. Y cuando uno no tiene expectativas, todo es ganancia”. No sabe ella todo lo que la he recordado en estos tiempos. Ella sigue casada, su vida es estable, tranquila y feliz.
Traigo el tema a colación porque en Venezuela nos “casamos” con nuestros líderes porque nos “enamoramos” frenéticamente de ellos. Esperamos de ellos absolutamente todo: lo que prometieron y lo que no prometieron también. Y cuando fracasan en algo, u ocurre algo que por alguna razón no nos gusta, nos convertimos en Barbara y Oliver Rose y empieza el largo proceso de un peleado, violento y muy incivilizado divorcio.
Digo esto como preámbulo a lo que se espera de las negociaciones en México. Si la expectativa es que Maduro deje la presidencia (¡ojalá pasara eso!) tenemos poquísimas, casi nulas, oportunidades de tener éxito. Ya puedo imaginar la catajarria de despechados desahogando su ira con los negociadores por todas las redes sociales.
El solo hecho de que el régimen de Maduro se haya sentado a negociar es un síntoma de debilidad que debe ser aprovechado por la oposición. Maduro había dicho que no se sentaría si no se cumplían –previa negociación- cinco condiciones. Es decir, exigía como condiciones para sentarse a negociar lo que se iba a negociar. No le concedieron ni una, y sin embargo allá están en México los dos Rodríguez y Nicolasito (este último no sé qué pinta), sentados con los noruegos y la oposición “pitiyanqui, de extrema derecha, lacaya del imperio”. Si se sintieran fuertes, repito, jamás hubieran ido. Todo lo bueno que pueda salir de esa mesa es ganancia.
Venezuela, enamorada de Hugo Chávez, le entregó todo y él la destruyó. Maduro ocupa ahora su puesto. Esa cúpula podrida, entregada a los cubanos (pero de eso no dicen ni ñe, aunque es una invasión de la A a la Z), corrupta, metida en todos los negocios ilegales que existen, se ha entronizado, entre otras cosas, por su falta de escrúpulos y porque también desde la oposición se la hemos puesto de bombita, como la fatídica abstención (excepto PJ) del 2005, cuando lograron –legalmente- hacerse de todos los poderes. Y eso para mencionar un solo ejemplo.
Ya sabemos que no habrá invasión de nadie, exceptuando, por supuesto, la cubana que sigue raspando la olla de lo que apenas queda. Quienes a estas alturas sigan esperando que vengan los marines, mejor hagan sus maletas y se van para USA donde los podrán ver. Las invasiones sólo se dan cuando representan un negocio; en otras palabras, cuando el país que invade obtendrá más beneficios que lo que le costará la invasión. Venezuela ya no es de interés. Como no lo fueron antes Somalia, ni Eritrea, ni Yemen, ni, ni, ni… y por eso no fueron invadidos.
Entonces hay que seguir presionando con las herramientas que tenemos. Y aunque suene trillado, tener paciencia.
Comportémonos como en un matrimonio arreglado: sin expectativas, para que sepamos reconocer las ganancias. Porque si actuamos como el matrimonio que se casó frenéticamente enamorado, nuestro fin será como el de los Rose. Quienes vieron la película lo recordarán: ambos terminaron muertos.