Cada vez son más frecuentes las noticias de linchamientos y sicariatos. El país donde todos éramos hermanos de la espuma, de las garzas, de las rosas y del sol, es ahora el país de los sicarios y de los linchadores. Una tragedia más que añadir al rosario de tragedias que nos han caído.
Hace años, escuchábamos las historias de sicariato en Colombia con horror. Hoy se han convertido en el pan nuestro de cada día. Nada justifica que se mande a matar a un ser humano. Y los sicariatos suceden por causas cada vez más triviales, hasta porque alguien sintió que “lo miraron feo”. El caso reciente de Liana Aixa Hergueta, encontrada descuartizada en Las Palmas, es solo uno de ellos. Ella aparentemente denunció que el autor intelectual de su asesinato la había estafado en la venta de unos dólares y eso bastó para que la mandara a matar. La sangre fría de los asesinos para los pelos de punta.
Tanto el linchamiento como el sicariato son maneras –ambas ilegales, repudiables y abominables- de tomar la justicia en las propias manos. Y se dan en sociedades donde la justicia no funciona y los pueblos deciden tomarla en sus propias manos. Y un pueblo que decide tomarse la justicia en sus manos es una bomba de tiempo, sencillamente porque se puede ir de las manos del gobierno de turno. Más en un gobierno como el que tenemos.
En la Venezuela de hoy, donde se han repartido armas a diestra y siniestra dizque “para defender a la revolución”, las historias de linchamientos y sicariatos toman un giro aún más perverso, porque hay mucha gente armada, gente que jamás ha debido estarlo. Con unos cuantos “palos” una persona puede mandar a matar a otra, para obviar un proceso judicial largo, tedioso y sobre todo, injusto, en una acción que no tiene justificación alguna pero que es consecuencia directa de la pésima administración de justicia.
Igual sucede con los linchamientos, que aumentan en cantidades alarmantes. Incluso dentro de las mismas cárceles. Hay códigos de “justicia” incluso entre los mismos delincuentes. Los violadores de niños no los perdonan. Violador de niños que entre a una cárcel venezolana, tiene sus horas contadas.
Los linchamientos no son nuevos. Como dije al principio, son propios de sociedades que ante la ausencia de justicia, deciden tomarla en sus manos. La palabra viene del apellido Lynch, aunque no se sabe si es por James Lynch Fitzstephen, alcalde de Galway, Irlanda, quien en 1493 se hizo famoso por mandar a ahorcar a su propio hijo, a quien acusó de haber asesinado a un visitante español, o por Charles Lynch, juez de paz del estado de Virginia, EEUU en el siglo XVIII, quien en 1780 ordenó la ejecución de una banda de conservadores sin que mediara un juicio. Quizás el linchamiento más famoso de la literatura es el que narra Lope de Vega en “Fuenteovejuna”, donde el pueblo, hastiado de tantos abusos, lincha al Comendador Fernán Gómez de Guzmán. El más famoso hace cien años por el uso que se dio a las fotografías –las enviaron como postales- fue el de Leo Frank, un judío de Marietta, Georgia, EEUU, acusado con pruebas circunstanciales y nada definitivas de haber violado a una empleada de catorce años. Su linchamiento reforzó al Ku Klux Klan.
Tanto el año pasado como este año las noticias de sicariatos y linchamientos cada vez han ocupado más centímetros en las páginas rojas de nuestros diarios. A esto hay que añadirle las que no se publican. Esto debería encender las alarmas del Ministerio Público, los cuerpos policiales, el Ministerio de Justicia y el Tribunal Supremo, pero no pareciera que haya acciones concretas para mejor las cosas, todo lo contrario, la impunidad sigue campeando.
Quienes tan irresponsablemente no hacen algo para detener estas acciones, tendrán que responder por los daños, perjuicios y amenazas que significa el permitirlas. Y como la vida es un boomerang, ojalá que no terminen ellos siendo víctimas de su propia desidia, de su negligencia, de su desinterés…
@cjaimesb