Al José Tomás Angola
“…los mayores gigantes de la civilización, Jesús, Buda y Sócrates, no escribieron una página”.
Hervidero económico, étnico, político, cultural, era Roma, la Nueva York de los siglos I al V., un millón de habitantes que sólo alcanza Londres en 1800. En La vida de Brian, la genialidad humorística de Monthy Pytton describe el ambiente del imperio a comienzos de nuestra era, cientos de profetas y sectas se dirigían a los transeúntes y blandían sus símbolos: una piedra, un caracol, un arbusto o un azadón, y cada uno propalaba las virtudes de su mesías, que ¡ya viene! Otro puñado de judíos gritaba algo extraño: “¡El mesías vino¡” y levantaban una cruz. Dos personajes romanos, hombre y mujer, se llamaban Pijus Magnificum e Incontinentia Summa. Desde Judea, luego llamada por los romanos Palestina para castigar la tercera rebelión judía, el cristianismo, cosmovisión asiática, de sabiduría política que Nietzsche la llama “el arma de la bondad…el caballo de Troya”, debilita el politeísmo y los romanos abrazan la nueva fe. Diez emperadores los persiguen: Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Septimio Severo, Maximiano, Decio, Valeriano, Aureliano y Diocleciano. Movido Constantino por la fe y/o la habilidad estratégica, se convierte a la nueva doctrina de arraigo popular e importante organización. Teodocio la hace religión oficial del Imperio.
En el siglo V, cuando el Imperio termina su ciclo vital y masas de migrantes lo ocupan, la cultura cristiana domina. ¿Qué prodigios hizo para dejar de ser una secta de las que pululaban en el Asia Menor y tornarse hegemón de Occidente hasta nuestros días? Bibliotecas de teología, historia, chismes, biografías, viviseccionan la Iglesia, pero no dan importancia a la política. Weber, Sombart, Spengler, Schumpeter, Pijoan, la estudian. Esclarecedores los escrutinios políticos de Karl Kautsky (Orígenes y fudamentos del cristianismo:1973) y Paul Johnson (Historia del cristianismo) intentan responder la pregunta estratégica de por qué se impuso. “El emperador se hizo cristiano” suele ser respuesta, pero por qué y cómo se hizo cristiano. La respuesta es que es efecto de un profundo viraje político, intelectual y estratégico que hombres de valor se jugaron para lograr aceptación popular. La imagen de Jesús se hizo universal con el alcance “masivo” del Nuevo Testamento, según canon de Ireneo de Lyon en 177 (+ -) a ciento cuarenta y cuatro años de la crucifixión y ciento siete de la muerte de Pablo. Ireneo afirma que escogió los evangelios que se iluminaron una noche entre doscientos que colocó sobre una mesa. De los 27 libros del Nuevo Testamento, catorce son las Cartas de Pablo, cuyas ideas impregnan tres de los cuatro Evangelios canónicos y el cristianismo deja de ser a una trifulca para ser un corpus teológico.
El gnosticismo exponía que la salvación la trae el saber, el docetismo negaba la condición humana de Cristo, el arrianismo planteaba que el Hijo era una creación del Padre, el pelagianismo negaba el pecado original y el maniqueísmo creía en la lucha cósmica del bien contra el mal. Debates que distraían reuniones en medio del rudo martirio que en Lyon, suelo de Ireneo, diezmó centenares de cristianos, entre ellos la mártir Blandina, a quien sentaron en una silla de hierro al rojo vivo y no abjuró. Ireneo actuó como líder e hizo de los cuatro Evangelios el manual para enfrentar la represión. Su obra teórica contra la herejía, lo sitúa como un pensador praxístico esencial para la construcción de la Iglesia. La Iglesia Católica, Apostólica, Romana, centrada en Cristo, el líder de masas, comunicador de poderosas y seductoras parábolas, atraía torrentes que arredraban a los romanos y al Sanedrín, por predicar paz, igualdad y amor a la humanidad. Luego de la Pasión, los hombres de Pablo, el organizador, se arriesgan a fondo, toman decisiones valientes y geniales para que su Palabra no se apague, la llevan desde apartados rincones hasta la cima del mundo. Saulo nació en Tarso (hoy Turquía) ciudad culturalmente griega. Fariseo ortodoxo de la diáspora, de alta jerarquía académica, es doctor en la Torá.
Aprendió la Ley de Moisés con Gamaliel Ben Simón, equivalente hoy a ser discípulo de Karl Popper, Bertrand Russel o Safransky. Sabía griego, hebreo y latín por ser ciudadano romano, un hombre global. Cazador implacable de judeocristianos, judíos que creían en Cristo, erudito, brillante polemista, ver al Resurrecto lo transforma, dijo, de ciego en clarividente. Desgarrado por sus crímenes contra Él, decide llamarse Pablo, pequeño, se va al desierto y más tarde a Damasco a predicar en las sinagogas a judíos que creían en Jesús. Recorre quince mil kms. a pie, en barco y mula, como de Nueva York a Beijín. Organizador febril, un “cuadro”y pensador, descubrió por qué rechazaban a su gente. Su teoría para la acción trazó el nuevo perfil y moldeó la iglesia en el magma de una apasionada polémica práctica entre judaizantes y judeocristianos. La doctrina atraía, pero la cerrazón ante la comunidad, rechazaba. Explora, comprende, ataca la razón del repudio y ese proceso es clave para convertir la Iglesia en lo que es hoy. En la crisis creada por los judíos cristianos, Pablo predica en las sinagogas, público cautivo que aspira ganar, se resiste a romper con el judaísmo y promueve recibir y aceptar a los gentiles, la gente común, para escándalo de los judaizantes. De Damasco sale con Bernabé en un largo viaje (39-42 d. C) También Timoteo, su amigo íntimo, a quien circuncida personalmente, viaja con él para enfrentar la rigidez judeocristiana que ahuyenta a los gentiles. No seguir siendo una secta, obligaba a abrirse y a partir de hechos cotidianos diseña los elementos clave de esa apertura que trasformó la historia.
Observó que en las primeras filas de las sinagogas se sentaban judíos de tradición y en las del centro, los prosélitos de justicia, hijos de madre no judía. Cerca de la salida, los prosélitos de la puerta o temerosos de Dios, gentiles que compartían los valores, la ley de Moisés, no se convertían por pánico a la dolorosa y peligrosísima circuncisión con piedras afiladas, que a menudo causaba infecciones y muertes. Pablo, con coraje milenario, plantea la explosiva tesis de que los no circuncisos que cumplieran la Ley también eran judíos, para asombro de radicales judaizantes y judeocristianos, sacudidos por semejante heterodoxia. Ante la gravedad del caso, las autoridades religiosas convocan el primer Concilio en Jerusalén (50) para procesar a Pablo y lo conminan a presentarse. Asiste valientemente y no cede, se enfrenta a todo riesgo y con Bernabé explica: si no se cambia la relación con la gente común, seguirían siendo un pequeño grupo cerrado. En medio del drama, Santiago el Menor inclina la votación a favor de Pablo, paso crucial de la Ley de Moisés a la Ley de Jesús, el cristianismo. A fines del siglo II se consuma el deslinde del judaísmo.
El politeísmo romano contaba sugerentes leyendas de diosas demasiado humanas. La apertura paulista no traerá nuevas deidades, pero si la Santísima Trinidad y la estratégica consagración de santas (y santos), el culto a la Virgen, figura femenina atractiva pero casta, como Diana cazadora, necesarios componentes femeninos que hacen el cristianismo un judaísmo con Eros. El tosco e innombrable Javhée, ojo aterrador del universo, da paso al Corazón de Jesús, al Cordero que se sometió al horror para salvarnos. El camino conducía a Roma, un largo y complejo proceso de acuerdos, redefiniciones y sutileza política recorren para llegar a ese punto. Los cristianos descubren la inclinación de occidente factual al entendimiento entre poderes y se hibridan con la cultura greolatina en la evolución del discurso, amortiguan el radicalismo,desde el primer Evangelio, Marcos, escrito cincuenta años d.C, hasta el último, Juan, mas o menos cien años d.C, pasando Lucas y Mateo. En el Sermón de la Montaña de Lucas, más viejo: “bienventurados los pobres, porque de ustedes es el reino de Dios…¡Pero hay de ustedes, los ricos…los que ahora están saciados, porque tendrán hambre…se lamentarán y llorarán”.
En Mateo, más nuevo, desaparece la amenaza a los ricos y se habla de los «pobres… de espíritu«…y…»…bienaventurados los que tienen hambre y sed …de justicia«. Pablo en la Primera Carta a los Corintios, plantea una religión para los oprimidos: «Porque, fijáos, hermanos, en lo que significa vuestra vocación; que no sois muchos de vosotros, sabios, no muchos poderosos, no muchos nobles; Dios escogió lo necio del mundo, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo, para avergonzar a los fuertes». (Corintios, I,2,6). El revisionismo es notable en relación al tema de la familia. En el Evangelio subversivo de Lucas (XIV,26) se lee: «Si alguno se acerca a mí sin odiar a su padre y a su madre, a su mujer, a sus hijos y a sus hermanos y hermanas, y aún a su propia vida, no puede seguirme». En el «reformista» de Mateo, más dulcemente, que «El que ama a su padre, a su madre, a su hijo o a su hijo más que a mí, no es digno de mí» (Mateo, X ,37). Si el cristianismo no realiza esta armonización, seguramente hubiera corrido la suerte de la religión judís. Suavizó su lenguaje para que los romanos cesaran de verlos como un grupo subversivo, bajó el tono de la contraposición entre el hedonismo romano y la vida contemplativa cristiana, al margen del mundo.
Dice Norman Cohn (Los demonios familares en Europa: Alianza, 1981) que todavía bajo el influjo del Gran Rechazo a la sociedad romana, en 195 d.C.,Tertuliano, el primer apologeta de la Iglesia latina, podrá decir, en la Apologética que…«Para nosotros, a quienes la pasión de la gloria y los honores nos dejan fríos, no hay en verdad ninguna necesidad de asociaciones, y nada nos es más extraño que la política. No conocemos más que una sola república, común a todos: el mundo». La Iglesia abandona progresivamente la concepción pauperista o fibionita, según Escohotado, que despreciaba las cosas materiales, y tiende a amoldarse a la realidad. San Jerónimo, siglos después, después del saqueo de Roma, dice, de manera mucho más mundana: …«Mi voz se apaga y las lágrimas ahogan mis palabras. Quería comenzar mi estudio de hoy sobre Ezequiel; pero era tal mi dolor de pensar en la catástrofe de occidente, que por primera vez me faltaron palabras. Largo tiempo he permanecido silencioso pensando que estamos en los tiempos del llanto». Su manifiesto sentimiento por lo ocurrido está muy lejos de un apocalítico y se había hecho “parte de la familia” romana.
La Iglesia se hace organización transnacional del statu quo, primero en el imperio y luego lo sustituye. Superó su pasado, se convirtió en la muralla contra los nuevos extremismos que cuestionaban el poder, la prédica radical, antisistema, contra el orden y las instituciones. Ella ahora inicia las persecuciones de herejes, como los montanistas frigios del siglo III, los maniqueos de Persia en el VI; los paulicianos, de Armenia en el siglo VIII; los bogomilos de Constantinopla, en 1050; los cátaros de Europa Oriental por la misma fecha; los valdenses de Lyon, en 1173; los albigenses, para esa misma fecha; los fraticelli, y los franciscanos en 1260, Italia, que creían en volver a la pobreza original de las catacumbas y denunciar la corrupción del clero y entrega a la mundanidad. Después vendría la lucha contra judíos, musulmanes, herejes, protestantes y brujos. (próximo capítulo en Semana Santa 2025). Llegaron al poder y lo ejercen.
@CarlosRaulHer