Vladimir Villegas le respondió a los que lo instan hablar de Gorrín

Vladimir-Villegas

El periodista Vladimir Villegas rechazó este lunes las acusaciones que ha recibido a través de las redes sociales en conexión con el caso abierto en Estados Unidos contra el dueño de Globovisión, Raúl Gorrín.

“No me someto” – dijo en su programa de hoy – “ni me someteré a ese tribunal que sesiona en el albañal de la canallada. Al final la verdad se defenderá sola, sin tener necesidad de alimentarle el ego a las teclas prepagadas que pretender erigirse en certificado o descertificadoras de la honestidad de los demás, auque las suyas carezcan de la más mínima autoridad moral”.

Villegas agregó que detrás de los “rumores, chismes (y) medias verdades” podría estar una “industria sofisticada” especializada en las “destrucción de reputaciones”.

A continuación lo dicho por Villegas:

“La repetición de datos, informaciones, rumores, chismes, medias verdades, verdades relativoas, verdades absolutas, e incluso fabricadas está a la orden del día. Las acusaciones, con o sin pruebas, salen de fuentes identificadas o no identificadas tras las cuales puede haber una industria sofisticada, especializada en la destrucción de reputaciones con la idea de descalificar posiciones políticas, demoler liderazgos y abrirle camino a propuestas aliñadas con odios, resentimiento y supuesta supremacía moral. Esa industria, además de poderosa, es oportunista. Calculan cada letra, cada frase, cada párrafo; sabe captar incautos que repiten sus sentencias entre comillas sin verificar nada. No les importa que en sus generalizaciones causen un irreparable daño a inocentes. O, mejor, precisamente busca eso para generar un miedo paralizante y crear un fenómeno de autoextorsión colectiva.

Quienes controlan esa maquinaria quedan al descubierto y en evidencia cuando le suben el volumen a casos en los cuales aparezcan involucrados o señalados personas, grupos, empresas, partidos, medios o instituciones a las cuales es preciso destruir como paso indispensable para coronar sus casi siempre ocultos objetivos. Y con la misma frescura le bajan los decibeles o se silencian totalmente cuando se le sale una rueda a la carreta y hay que proteger la reputación de uno o una de los nuestros.

Para ese trabajo se valen de la multiplicación de cuentas en Twitter, Instagram, u otras redes sociales. Cuando uno se detiene a revisarlas puede verle las patas al caballo. Cuentas de 10, 20 seguidores operadas desde una casa matriz. Esos robots – vaya locura – hacen las veces de tribunales de inquisición y decenas, cientos e incluso miles de usuarios repiten tan mecánicamente como esos robots lo que no les consta, lo que no ha sido verificado, contrastado y finalmente comprobado.

Entonces ante esa avalancha de información entre comillas donde se mezcla agua de manantial con agua de cloaca las opciones son pocas y mucho en riesgo. Pero son básicamente dos: callar y aceptar como bueno lo que digan con o sin pruebas o atreverse a saltar a ese Guaire comunicacional para lavar una reputación destruida, con o sin argumentos.

La otra opción es convertirse en lo mismo: en productores y diseminadores de excrementos para engrosar el caldo en el cual quieren cocinar todo aquel que no le rinda culto a la raza aria de estos tiempos, a los fascistas del teclado, que quieren convertir a las redes sociales en los campos de concentración del siglo 21 mientras preparan el terreno para emular, ya no virtualmente, a la bestia del bigote recortado (Adolfo Hitler) que azotó a Europa en los años 40.

A lo mejor lo están logrando. Vaya peligro.

Nadie está a salvo de esa maquinaria nacida para buscar venganza y no justicia, para destruir y no construir, para volver trizas cualquier milímetro de condición humana.

Quien en las redes sociales se sume con sus dedos a darle legitimidad y poder a ese monstruo no por ello estará a salvo y en cualquier momento o circunstancia laboral, personal, política, religiosa, familiar o de otra índole no recibirá a cambio ni una pizca de compasión cuando le toque su turno en el crematorio.

No me someto ni me someteré a ese tribunal que sesiona en el albañal de la canallada. Al final la verdad se defenderá sola, sin tener necesidad de alimentarle el ego a las teclas prepagadas que pretender erigirse en certificado o descertificadoras de la honestidad de los demás, auque las suyas carezcan de la más mínima autoridad moral”.