Ibsen Martínez: “El igualitarismo ha sido una de nuestras peores maldiciones”

Considera que en una economía dominada por el gobierno, el venezolano deja de ser ciudadano y se convierte en súbdito. Es un cazador de la renta petrolera

María Angelina Borgo/El Nacional

El verbo agudo de Ibsen Martínez vuelve a tambalear las tablas. Verdugo por naturaleza de las crisis sociales, ahora su blanco es la inescrupulosa necesidad de la riqueza rápida, mientras el país se va desmoronando. Es así como presenta Panamax, pieza que se estrenó el jueves dirigida por Carlota Vivas y con Natallie Cortez, Rafael Romero, Ana Melo y Omaira Abinadé a la cabeza del elenco.

Por teléfono, desde Bogotá, habla de los dramas perpetuos de la nación, los intelectuales y las condiciones del teatro. “La escena se ha sostenido en Venezuela de una manera muy precaria, en cuanto a lo material. Ha perdurado el gusto por la actividad teatral, pero ha habido una gran pobreza, por ejemplo, de infraestructura”.

—Así como en 2011 sucedió con Petroleros suicidas, esta pieza vuelve sobre la miseria humana…
—Con Petroleros suicidas, además, ocurrió un equívoco. Mucha gente de la organización política que agrupa a la gente del petróleo pensó que era una pieza que los denigraba. Se molestaron. Felizmente, hemos hecho las paces. Yo quería escudriñar cómo se vivió la crisis del petroestado, que todavía padecemos. En el caso de Panamax es la vida privada de cuatro personas que ven en Panamá un espejismo de riqueza y que sienten que el tiempo se acorta. Ellos están raspando la olla de lo que queda del petroestado, pero en esta ocasión son venezolanos del común. No es indagar en los grandes nombres ni los protagonistas.

—Hurga en el deseo del venezolano por la riqueza fácil.
—El venezolano vive en un país que es un petroestado, es decir, que la riqueza es estrictamente del Estado y como en nuestro caso está la falta de instituciones, significa que es una riqueza del gobierno. Eso convierte al ciudadano en un cazador de la renta, bien sea a través de un contrato o de un programa social. Entonces ya no es un ciudadano, sino un súbdito. Y la viveza criolla lleva a cada súbdito a pensar que se la está comiendo porque tiene una conexión con alguien y se hará un dinero fácil; muchas veces se cree un empresario. El venezolano, después de siglos, aún se dedica a la caza, recolección y pesca, pero de la renta. Y ahora la cosa se ha puesto fregada porque ni siquiera el Estado tiene.

—¿De qué recursos se nutre para escribir una historia sobre este tiempo?
—Los testimonios personales, concretos, de alguien de carne y hueso que movilice en mí unas imágenes. Como yo no soy marxista ni mucho menos me impresiona Bertolt Brecht, no me interesa proponer una obra que demuestre tal o cual cosa; sino lo estrictamente humano. Me motiva la experiencia ajena, de contemporáneos que me hacen una confidencia o a quienes puedo observar. Mucha gente se propone escribir sobre un tema. Yo cedo ante la epifanía: algo ocurre y dices que ahí hay una historia. Se parece a la metodología del buen reportero.

—¿Cuál es el mayor drama nacional?
—El igualitarismo, esa idea que ha llevado a perder la perspectiva de la jerarquía. Y cito a Luis Pérez Oramas: el populismo exacerba el igualitarismo y por eso entre los venezolanos no se aprecia la competencia. Por ejemplo, cualquiera se siente en condiciones de aceptar cargos que están muy por encima de sus capacidades. Eso lo estamos viviendo de modo patético en el chavismo. A cualquiera lo nombran de ministro de Economía y acepta. Es una tragedia humanitaria la idea de que podíamos prescindir de 20.000 técnicos de alto nivel en la industria petrolera y mucha gente aceptó sustituirlos. El igualitarismo ha sido una de nuestras peores maldiciones.

—¿De qué sirve la palabra en momentos de crisis?
—Soy bastante escéptico acerca del papel del intelectual en estas coyunturas. Porque en toda la cultura política, sobre todo de raíz latina y con ello me refiero a Europa, los intelectuales se han montado el mojón de que son importantes a la hora de modificar el cuadro político de un país. Les gusta pensar que encarnan la conciencia moral y en Venezuela han hecho el ridículo muchísimas veces, como cuando la época de Marcos Pérez Jiménez. En el caso de los columnistas, si vemos con detenimiento, en Venezuela hay grandes firmas y talentos indiscutibles, pero es predicar entre conversos.

—Entonces, ¿cuál es su convicción como escritor?
—Considero que la convicción está muy sobrevalorada por la industria editorial y que los hechos demuestran que muy difícilmente la palabra puede tener alguna influencia política. Cuando veo un artículo que dice “Carta abierta a Nicolás Maduro” ni me molesto en leerlo, porque sé cuán inculto es el señor Maduro y cuán autoritario y despreciativo del saber y de la intelectualidad es el régimen. Quien escribe eso lo hace para quien ya está convencido.

en