En su despacho temporal en la Iglesia de El Rosal, el prelado considera que la gente debe ser consciente de sus derechos “para que desaparezca esa tentación de querer un mesías”, publica El Nacional.
Por OLGALINDA PIMENTEL R. | [email protected]
El cardenal Baltazar Porras ocupa desde el martes, cuando asumió la Administración Apostólica de Caracas luego de la renuncia del cardenal Jorge Urosa Savino, las dos diócesis más antiguas del país. En su nuevo trajinar entre la capital y la ciudad de Mérida, donde sigue siendo arzobispo, se propone acercarse a todos los sectores socioeconómicos del área metropolitana de Caracas, y rescatar la importancia de los valores éticos en medio de la peor crisis del país. “Ese es el camino que debemos transitar para poder forzar a la dirigencia a mirar hacia abajo, hacia la realidad, y ver por qué su discurso resultó un gran fracaso. Nadie tienen el monopolio de la verdad”.
—Cuál será su primer paso?
—Escuchar, y ya comenzamos. Es el estilo del papa Francisco. Yo no vengo como un superhombre. Los que están aquí y viven esta situación de Caracas, la conocen más y por eso ya hicimos el primer acercamiento para definir cuáles son las prioridades y los nombres de las personas que cubrirán cargos en la administración apostólica. Busco la participación de todos. La Iglesia siempre ha sido la plataforma de alguien que si quiere encontrar encuentra.
—¿Cuales son las prioridades?
—Cómo evangelizar y dar esperanzas en una sociedad en crisis que está constreñida en sus libertades, en sus posibilidades, y herida por la violencia, la corrupción, y por el rompimiento de los afectos, porque todo el mundo tiene un familiar en el exterior y están disgregados por el mundo.
—¿Cuál es el papel de la Iglesia?
—Es difícil, pero es posible e imperioso: no sentir que la necesidad es de otro y no propia, bien sea de alimentos, sanitaria, de otros aspectos. Hay que ver cómo ha aumentado el número de muertes violentas y de suicidios. También tomar en cuenta que cuando hay necesidades tan perentorias como las que tenemos hoy en día, hay siempre la tentación de explotar a los más necesitados. Tenemos datos fidedignos de cómo en la trata de personas y de menores hay gente de otros países y también de venezolanos que están lucrándose con la necesidad y la vida.
—¿Cuáles son esos datos?
—Los casos de prostitución, de explotación por un grupo de venezolanos en Colombia, en España, y cómo es el trabajo que se está haciendo con las venezolanas que después venden como esclavas. Además de esto, lo que tiene que ver con el mundo de la droga y la delincuencia. Con un éxodo tan masivo como el que hay, esto genera un problema geopolítico en los países receptores. Debemos dar gracias que en medio de esta crisis mundial, que no solo es venezolana, está el plan del papa Francisco de procurar solidaridad para Suramérica; se trata de cómo atender al venezolano que sale del país sin dinero ni referencias, y también a los Estados para que no haya una orden de repatriación o de encarcelamiento. Tenemos que reconocer que con todas las dificultades, ha habido una actitud positiva hacia millones de venezolanos que han tenido que migrar.
—¿Y cómo percibe el hambre y la crisis de la salud que provoca esa migración de millones de venezolanos?
—Lo que podemos hacer es ser un altavoz con la comunidad nacional e internacional, sobre la necesidad de un cambio profundo que ya no es solo la de pagar un sueldo mayor, sino de corregir todo el sistema de salud, pues esta situación pone en quiebra todo el sistema social y ha producido este caos en el que está sumida nuestra población.
—¿Seguirá usted desde su cargo el estilo combativo y crítico del cardenal Urosa ante la crisis?
—No, mi personalidad es conocida y tengo una postura que está en función del bien común. Dentro de la Iglesia somos también conscientes de que desempeñamos diversos roles. A la presidencia de la CEV es a la que le toca de manera más directa todo lo relacionado con ese mundo sociopolítico. Aquí en Caracas, por ser la capital y el ícono de todo el país, buscamos la animación en función de todos esos valores profundamente humanos, de una ética que nos permita ver las cosas no como enemigos, los unos de los otros, sino con un sentido más fraterno.
—¿’Qué tanto le preocupa al papa Francisco Venezuela en este momento?
—El papa Francisco está muy claro de la realidad venezolana desde sus años de arzobispo de Buenos Aires, y lo digo con propiedad por el trabajo mancomunado que hacemos los obispos en América Latina en el Celam. Él ha seguido con mucha insistencia la situación venezolana, y desde que llego Néstor Kirchner conoció esa relación de ambos gobiernos y los casos de corrupción, lo que quiere decir que para él no es un tema nuevo ni ausente.
—¿Ve usted alguna señal del gobierno de rectificar?
—Yo digo lo que me recomendó en su momento el papa Juan Pablo II: “No le hable al gobierno ni a la dirigencia, háblele al pueblo”. Es la gente la que tiene que hacerse más consciente de cuáles son sus derechos, qué posibilidad tiene de hacer, para que desaparezca esa tentación de querer un mesías. Los cambios siempre surgen de abajo, y esa colaboración cada día más estrecha con esos programas sociales va generando una sensibilidad por la vida. El pensar que el bien está en el bien del otro debe multiplicarse para exigir a los que ejercen el poder, o a los que quieren ejercerlo, que no pueden pensar solo en el poder sino en qué medida lo que llamamos democracia está en capacidad de suministrar bienestar, serenidad, futuro y esperanza.
—¿El gobierno debería sentirse aludido también con lo que se le pide al pueblo?
—Indudablemente. Aunque se tienda a minimizar o a denigrar de lo que la Iglesia dice, nosotros no lo hacemos por ninguna cuota política ni beneficio partidista, sino porque lo que nos duele y debe dolerle a todos son aquellos más necesitados. Por eso el Papa habla tanto de reconciliación. Es muy mala palabra hablar de diálogo en Venezuela por toda lo que ha ocurrido, pero los problemas se arreglan hablando.
—¿Cree que hay que retomar el diálogo?
—Solo el diálogo auténtico, y no eso de ver cómo nos sentamos juntos para que nos tomen una foto, muy sonrientes. La única manera de resolver las cosas, como ocurre en las parejas, es ver cómo agarramos el toro por los cachos, y confiar en el otro para construir el piso común que permita el entendimiento.
—¿Es ese un llamado para iniciar un diálogo auténtico?
—Por supuesto que lo es, y también para todos los otros sectores, Lo que no puede existir es la mentalidad de quítate tú para ponerme yo, y si me pongo ver cómo te corto la cabeza; así, sin más. Solo mediante medidas de racionalidad y verdadera política se podrá reconstruir lo que fue siempre tan bello en el venezolano.
—¿Puede haber esperanza cuando hay tanta incertidumbre y muertes?
—Claro que sí, y también dice el papa Francisco que si estamos con cara de funeral ya estamos medio derrotados. Una situación difícil exige que surja la creatividad y la unidad, esa palabra que resulta tan extraña o imposible, que no es ponernos de acuerdo tú y yo, sino qué es lo que le hace falta a la gente para caminar todos en esa dirección por el bien común.
—Va la Iglesia toda en esa dirección?
—Uno de los elementos más interesantes de nuestra realidad eclesial es que en medio de las diferencias normales y estilos de llevar las cosas, existe una gran fraternidad, una alegría y una capacidad de buscar caminos comunes. Nada de lo que se aprueba en la CEV es imposición de la mayoría contra una minoría, se sigue trabajando hasta construir una unidad casi completa que nos da esperanza.
—¿Cuál es su invitación a los venezolanos?
El mensaje principal es que todos debemos darle prioridad a los valores naturales, que no es del aprovechamiento o el de la corrupción o del amiguismo, para alcanzar una sociedad más justa y pacífica.
“Seremos un altavoz con la comunidad nacional e internacional, de la necesidad de un cambio profundo no solo de los sueldos, sino de corregir todo el sistema de salud”
De Caracas a Mérida
No es la primera vez que el arzobispo de Mérida, Baltazar Porras, es administrador apostólico de una ciudad. Lo fue en la Diócesis de San Cristóbal. “Es una figura extraña, pero común”, afirma el cardenal al referirse a la figura del Código Canónico mediante la cual el Papa hace la designación para el cargo.
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