En el centro de Cúcuta, en Colombia, se encuentra La Séptima, mejor conocido como barrio El Callejón, una calle muy concurrida donde la oferta y demanda de distintos productos de limpieza, comestibles y cosméticos se junta con las puertas de los bares, abiertas durante todo el día para ofrecer entretenimiento sexual.
reseñado por ABC
«Aquí el deseo nunca duerme», dice un cartel a la entrada de un bar. La música es ensordecedora y en la puerta de cada establecimiento, con el mejor estilo de las ferias de comidas, varios muchachos conocidos como «jaladores» invitan a todo el que pasa para que se tome un trago y conozca el lugar. «Pase, que no cobramos por mirar y tenemos las mejores venecas, como las desee». «Veneco» es un término peyorativo que nació en Colombia para referirse a los venezolanos.
Es temprano en esta zona del Norte de Santander y todavía no hay muchos clientes en las barras. En el bar «Las Pitufas de las Vegas», las mesas están ocupadas por un veintena de muchachas que se están maquillando y arreglando. Alguna que otra conversa con un cliente. En un rincón está Carolina. Su aspecto es el de una menor de edad, pero tiene 21 años. Su viaje comenzó hace seis meses en Maracay, una ciudad cercana a Caracas y a doce horas en autobús de Cúcuta. «Estabaestudiando enfermería, pero llegó un momento que tenía que decidir entre estudiar o llevar algo de comer a casa. Mi bebé se vio muy grave de una enfermedad estomacal. Fue desesperante llevarlo al Hospital Central de Maracay, donde no había antibióticos para curarlo. No se imagina la impotencia», dice.
La desenfrenada inflación y la escasez de medicamentos -que ronda, según la Federación Farmacéutica Venezolana (Fefarven), el 85%– provocaron que esta joven estudiante tomara la decisión de salir del país.
«Una amiga me comentó cómo era todo acá y que se podía ganar lo suficiente para vivir, así que me vine con mi hijo», explica Carolina.
Las mujeres no solo trabajan dentro de los establecimientos. También salen y entran buscando un cliente. A medida que va subiendo la hora, se puede observar a más chicas fuera que dentro de los locales.
Carolina dice que por el rato cobra unos 35.000 pesos colombianos equivalentes a unos 12 dólares o 10 euros. De ellos, 7.000 van para el pago de la habitación del hotel que queda al lado del local, y donde va con los clientes. «A veces a uno le sale un buen cliente y te paga hasta 300.000 pesos, y con eso ya resuelvo el alquiler de la cada donde vivo en un día».
Una de las grandes preocupaciones de Carolina, antes de emigrar a Colombia, no solo era estudiar y poder dar todo lo necesario a su hijo de año y medio, sino también ayudar a su familia. «No es fácil cambiar de vida por esto. Lo pensé muchas veces, pero me tocó», recuerda.
Desde hace seis meses, tras atravesar la frontera para ejercer la prostitución, envía 65.000 pesos semanales, unos 20 euros, a su familia, que sigue en Maracay. El dinero mensual que envía supone, a fecha de hoy, más de 16 salarios mínimos en su país.
El éxodo masivo ha cambiado el escenario de la prostitución en Colombia. El turismo sexual en Cúcuta era el oasis para los venezolanos en la época de bonanza económica petrolera en Venezuela. «Todo el mundo sabe que aquí, en el burdel, las colombianas se sorteaban el cupo para entrar y hacer fortuna de los bolsillos ricos de los venezolanos», nos dice entre risas Juan Negrín, un farmacéutico sexagenario de padres colombianos, pero nacido en Venezuela.
Hasta hace dos años, la mayoría de las trabajadoras sexuales eran nativas, pero todo cambió con la llegada desbordada de migrantes a Colombia, que hoy se cifra en 1.174.742 venezolanos, según el informe más reciente de la Oficina de Migración de Colombia.
En los bares no se ven colombianas, a excepción de las dueñas del comercio. La Policía y Migración no maneja cifras exactas de cuántas venezolanas ejercen la prostitución en Cúcuta. Aunque algunos reporteros de la Asociación de Mujeres Buscando Libertad, una ONG dedicada a la defensa de los derechos humanos y laborales de las trabajadores sexuales, explican que más de 6.500 mujeres habrían ingresado en Colombia para prostituirse. Las mujeres que desean obtener mayores ingresos prefieren aventurarse a llegar hasta las grandes ciudades, como Cali, Medellín, Bucaramanga y Bogotá. Allí, según un estudio de la Secretaría Distitral de la Mujer y el Observatorio de Mujeres y Equidad de Género de Bogotá, una de cada tres prostitutas es venezolana.
Muchas de las chicas pasan unos meses en Colombia, ahorran dinero y vuelven cuando se les ha acabado. Otras se quedan porque sienten que les va mejor en Colombia. Algunas tienen la esperanza de que las cosas cambien.
Los funcionarios policiales, que mantienen controles todas las noches, entran de improviso para revisar que las mujeres tengan papeles. «Esto está lleno de ciudadanas venezolanas que han huido de la crisis que vive el país vecino. Es impresionante que no haya colombianas. Y cada día ves caras diferentes. Muchas viven del otro lado de la frontera y trabajan acá», cuenta el subteniente de la Policía Nacional de Colombia, Alex García.
En las calles, los colombianos sienten que las condiciones de vida en su país pueden verse cada día más afectadas, y la prostitución es uno de esos fenómenos que una sociedad tan conservadora no está dispuesta a tolerar. «Que regresen esas mujeres de la mala vida a su país», grita una cucuteña sentada en la Plaza Bolívar, al ser preguntada por el tema.