Roneras Bacardí y Santa Teresa se unen al combate del COVID-19

Ajenos a ideologías y competencias, Puerto Rico y Venezuela tienen la mente en un mismo objetivo: la producción solidaria de alcohol para luchar contra el COVID-19, la pandemia que no distingue colores, razas o clases sociales.

El ron, ese licor tan valorado en el Caribe y el resto del mundo, da paso a la producción de alcohol para uso sanitario, y lo hace de mano de las mundialmente reconocidas destilerías puertorriqueñas Bacardí y Serrallés, y de la no menos prestigiosa Santa Teresa de Venezuela.

Las tres empresas decidieron destinar una parte importante del alcohol que hasta ahora se usaba en la producción de ron a la fabricación de gel desinfectante, antisépticos o al envasado de alcohol de graduación aprobada para uso sanitario.

La competencia pasa a segundo plano

Bacardí y Serrallés se dieron la mano para producir y distribuir alcohol o etanol a hospitales, hospicios y centros geriátricos, con el propósito de que los usuarios desinfecten superficies que haya sido contaminadas con cualquier microorganismo que contenga el virus ante la escasez del producto en Puerto Rico.

Además, las donaciones servirán para producir y convertir el químico en gel desinfectante como sustituto del lavado de manos con agua y jabón para minimizar la transmisión del coronavirus.

Los antisépticos deben alcanzar una concentración mínima de 70 % de alcohol para desinfectar o neutralizar el virus, dijo a Efe el ingeniero químico y vicepresidente de la cadena de suministros y manufactura para Bacardí en Latinoamérica y Caribe, José Class, sin pensar en competir, sino en ir en la misma dirección.

Por su parte, el presidente y CEO de Destilería Serrallés, Philippe Brechot, quien promovió la idea hace tres semanas, se mostró orgulloso de poder apoyar en una situación como la actual.

«Nos da mucho orgullo, y viendo las noticias, las destilerías en Estados Unidos y Europa también se han unido, pues tienen la capacidad de producir alcohol. No es cuestión de competencia, y al momento de ayudar, hay que ayudar», explicó a EFE Brechot.

Solidaridad en Venezuela, el pan de cada día

La destilería venezolana Santa Teresa lo tuvo claro. Venezuela, donde millones de personas viven gracias a la solidaridad, ahora necesita más apoyo que nunca y la empresa ronera dio el gran paso: el 60 % del alcohol que se destinaba a la producción de licor pasa a ser usado para luchar contra el virus que tiene en vilo al mundo.

Esta semana, empezó a fabricar alcohol antiséptico para aliviar la escasez del desinfectante ante la creciente demanda de un país donde ni siquiera el suministro de agua llega a toda la población.

En menos de 10 días, los integrantes de la destilería acomodaron la línea de elaboración y envasado, crearon un etiquetado especial y consiguieron los permisos sanitarios y fiscales en «un tiempo récord», explicó a EFE Andrés Chumaceiro, uno de los gerentes de Santa Teresa.

«El equipo empezó un proceso intenso de trabajo para lograr diseñar, tener los permisos e insumos para poder acompañar al país con una solución antiséptica que permitiera atacar esta pandemia en Venezuela», detalló.

Más trabas burocráticas y acuerdos

En Puerto Rico, igual que en Venezuela, la burocracia obligó a las empresas a realizar gestiones complejas y desconocidas, puesto que se enfrentan a algo nuevo, a manejar su materia prima de una forma totalmente diferente a la habitual.

Entre tantas dificultades, Barcardí decidió dar un paso más: buscar la forma de convertir el etanol en gel desinfectante como sustituto del lavado de manos con agua y jabón para minimizar la transmisión del coronavirus.

Y en su búsqueda, llegó a un acuerdo con la refinería local Olein Recovery para producir el antiséptico.

«Nosotros lo que utilizamos, en materia prima, es melaza de caña, que tiene azúcares. Luego, lo fermentamos con levadura. Cuando se fermenta, se convierte en alcohol etanol. Después, lo destilamos con diferentes concentraciones. Lo destilamos con alto grado de entre 94 o 95 por ciento y Olein lo termina procesando», detalló Class.

En la misma línea, el ingeniero químico de Santa Teresa Javier Angarita explicó a EFE que «el (alcohol) de uso industrial va a las empresas del sector cosmético, salud o farmacéutico, para hacer geles y alcoholes de uso directo. Antes pasa por un proceso de desnaturalización para que no sea apto para el consumo humano».

La cuarentena, un escollo más

Debido a una de las dos órdenes ejecutivas impuesta por la gobernadora de Puerto Rico, Wanda Vázquez, que pide limitar el conglomerado de personas y el funcionamiento de empresas que proveen servicio esencial para controlar la propagación del virus, Bacardí redujo el equipo de producción de 150 a unas 20 personas.

La venezolana Santa Teresa tampoco es ajena a la «cuarentena social nacional» que declaró el presidente Nicolás Maduro el pasado 17 de marzo y, aunque las máquinas no se paran para atender a este nuevo emprendimiento, solo trabaja el 8% de la plantilla de modo presencial.

Con las plantillas mermadas, las roneras trabajan a destajo para que el alcohol y sus derivados llegue a cada rincón de sus respectivos países.

Beneficiarios

Hospitales, centros de salud, instituciones sanitarias de diversas comunidades y cadenas de farmacias son parte de los beneficiarios de la solidaridad de las destilerías de ron.

Pero tanto en Venezuela como en Puerto Rico, los encargados de las empresas donantes tenían claro que una cantidad de sus donaciones debía ir a esas personas con rostro y nombre, con quienes se cruzan cada día.

Líderes comunitarios, carteros que distribuyen el correo diario, policías, bomberos, empleados de tiendas de alimentación o familias de bajos recursos de las zonas aledañas a las destilerías son la otra cara de la moneda, esas personas que, sin ser sanitarios, brindan su trabajo a la lucha contra el COVID-19.

Y además, Santa Teresa seguirá almacenando en las «tanquerías» el 40 % del alcohol de caña que se destila a diario, a la espera de que vengan tiempos mejores, pase la pandemia y se vuelva a producir ron, por la alquimia del agua y el añejamiento de dos años en madera de roble blanco. EFE