En el mismo terreno donde sus ancestros esclavizados fueron obligados a plantar caña de azúcar, los rastafaris de esta pequeña nación insular ahora cultivan legalmente marihuana y la fuman de manera ritual.
Los rastafaris dicen que esta práctica los acerca más a lo divino, pero durante décadas, muchos han sido encarcelados y han soportado un etiquetación racial y religioso por parte de las fuerzas del orden debido a su consumo de marihuana.
El gobierno de Antigua y Barbuda ha tratado de corregir ese error. Las islas gemelas se convirtieron recientemente en una de las primeras naciones caribeñas en otorgar autorización a los rastafaris para cultivar y fumar su hierba sacramental.
“Somos más libres ahora”, expresa Ras Tashi, miembro de la Ras Freeman Foundation for the Unification of Rastafari (Fundación Ras Freeman para la Unificación de los Rastafaris), quien fue arrestado varias veces por cultivar cannabis, pero que se negó a declararse culpable porque, para él, “es una planta dada por Dios”.
Durante un domingo reciente, dirigió cánticos y alabanzas en el tabernáculo de la finca de la fundación ubicada en el exuberante distrito agrícola de Liberta. Tashi fumaba un porro envuelto en hoja de maíz mientras otros pasaban pipas tipo cáliz y ondeaban banderas rastafaris con los colores verde, dorado y rojo de la fe.
“El gobierno nos da nuestros derechos religiosos… podemos venir y plantar cualquier cantidad de marihuana… y ningún policía puede venir y tomar ninguna planta. Luchamos por ese derecho y obtuvimos ese derecho”, agrega.
Los rastafaris en otros lugares presionan por protecciones religiosas similares. Los expertos y los interesados creen que la ley de Antigua y Barbuda podría dar impulso a estos esfuerzos en todo el mundo en un momento en el que la opinión pública y las políticas cambian a favor del uso médico y recreativo de la marihuana.
Bajo el mismo cambio de ley, el gobierno insular también despenalizó el uso de la marihuana para la ciudadanía en general. Además del amplio uso religioso concedido a los rastafaris, las personas ajenas a la fe pueden cultivar cuatro plantas de cannabis cada una y tener la posesión de hasta 15 gramos.
“Creemos que tenemos que proveer un espacio para todos en la mesa, independientemente de su religión”, manifiesta el primer ministro Gaston Browne a The Associated Press en una entrevista en su oficina en la ciudad capital de Saint John.
“Así como hemos reconocido otras religiones, es absolutamente importante para nosotros asegurarnos también que se reconozca la fe rastafari… reconocer su derecho constitucional al culto y a utilizar la cannabis como un sacramento”, añade.
“Ganja”, como también se conoce a la marihuana, tiene una larga historia en la región caribeña y su llegada es anterior a la fe rastafari. Sirvientes de India trajeron la planta de cannabis a Jamaica en el siglo XIX y ganó popularidad como hierba medicinal.
Comenzó a tener una mayor aceptación en la década de 1970, cuando la cultura rastafari y reggae se popularizaron a través de los íconos musicales Bob Marley y Peter Tosh, dos de los exponentes más famosos de la fe.
Los rastafaris rechazan los valores materialistas, con frecuencia practican una unidad estricta con la naturaleza y sólo comen alimentos no procesados como parte de la dieta vegetariana “ital” de su fe. También se dejan crecer el cabello, sin peinar, en rastas.
Pero muchos de ellos fueron tratados como ciudadanos de segunda clase en las islas del Caribe durante mucho tiempo, menospreciados por sus rastas y su consumo sacramental de marihuana.
El primer ministro señala que, al crecer en la pobreza en Antigua, fue testigo de cómo la policía perseguía y encerraba a los rastafaris adultos, mientras que a los niños no se les permitía la entrada en las escuelas debido a su cabello. Browne también recordó cómo miembros de los rastafaris lo alimentaron generosamente con comidas “ital” cuando su madre soltera, quien padecía una enfermedad mental, luchaba por criarlo a él y a sus hermanos.
“Me acogieron”, dijo en su oficina con vista a palmeras, colinas verdes y las aguas turquesas del Caribe. “Habla de ese valor positivo del amor fraternal… Siempre fui socializado para aceptar a los rastafaris”.
Después de que Browne asumiera el cargo en 2014, nombró embajador en Etiopía a Ras Frank-I, difunto y respetado líder rastafari. En 2018, Browne se disculpó públicamente con la comunidad rastafari por la opresión y la persecución religiosa que sufrían. También dijo que a los rastafaris se les debe dar una participación en la producción y los beneficios económicos derivados de la marihuana medicinal como reparación “por los males infligidos a este importante grupo minoritario en nuestros países”.
Su gobierno también ayudó a construir una escuela pública administrada por los rastafaris y lideró los esfuerzos para despenalizar el consumo de la marihuana.
A principios de este año, se reunió con grupos rastafaris y les otorgó licencias de la autoridad de cannabis medicinal del país para cultivar la planta con fines religiosos.
“Hemos adoptado muchas religiones europeas y no europeas y tenemos una religión panafricana… y en lugar de aceptarla, hemos intentado destruirla”, dijo Browne a los miembros rastafaris en marzo. “Quiero alentarlos a mantenerse firmes (y) continuar ejerciendo esa resiliencia”.
Los cambios han enfrentado cierta oposición de algunos políticos y líderes cristianos en la región caribeña socialmente conservadora. Pero los académicos rastafaris elogiaron la disculpa de Browne y las acciones de su gobierno, y dijeron que esta pequeña nación de unas 100.000 personas ha ido más allá de los esfuerzos regionales de países más grandes y podría ser un ejemplo mundial.
Jamaica y, más recientemente, las Islas Vírgenes de Estados Unidos, otorgaron derechos sacramentales al cannabis. Pero Charles Price, profesor de la Universidad de Temple, en Filadelfia, quien se enfoca en la identidad rastafari, dijo que es la iniciativa integral de Antigua y Barbuda la que podría estimular una mayor organización para el reconocimiento sacramental del cannabis en otras islas.
Se han convertido en “casos de prueba para el resto del Caribe”, agrega. “Sugerirán la viabilidad de esto… para que otras naciones ahora puedan mirar a estas dos naciones y decir: ‘Ah, lo lograron’”.
A través de un contrato de arrendamiento del gobierno, una antigua plantación de caña de azúcar —un símbolo de la esclavitud y la opresión colonial británica— en Antigua se ha transformado en área de culto, tierras agrícolas sostenibles y la sede de Ras Freeman, uno de los principales grupos rastafari de la isla.
“Puede que sea una victoria pequeña, pero es algo de lo que definitivamente podemos sentirnos orgullosos y celebrar: las tierras que una vez se usaron para esclavizar a nuestra gente, las estamos usando para liberar a nuestra comunidad”, expresa Ras Richie, miembro del grupo. También es cofundador de Humble and Free Wadadli que organiza recorridos ecológicos a la granja rastafari y los terrenos sagrados donde se cultivan cannabis, frutas y verduras.
Durante ese reciente servicio de adoración dominical, la brisa agitó las hojas verdes en los campos de marihuana que rodean las ruinas de piedra gris de un ingenio azucarero.
Dentro del tabernáculo cercano, desplazó nubes del fragante humo de la marihuana que se colgaban en el aire mientras los miembros de Ras Freeman cantaban salmos, ululaban y tocaban tambores Nyabinghi.
“La actitud hacia eso ha cambiado drásticamente y está bajo una luz más positiva”, comenta Ras Kiyode Erasto, presidente de Ras Freeman, fuera del tabernáculo, mientras agarraba ramas de cannabis seco.
“Damos gracias por el primer ministro… su gobierno se levanta valientemente para despenalizar e incluso para otorgar derechos sacramentales a la comunidad rastafari”.
Erasto dice que sufrió acoso y discriminación cuando crecía. En cierto momento, agrega, su madre tuvo que cortarle las rastas para que se le permitiera ingresar en la escuela.
“Fue triste”, recuerda. “Me encantaban mis rastas cuando era niño”.
Las rastas rastafaris son una “antena hacia el cosmos” para conectarse con “los planetas, el Sol, la Luna… Es el receptor de transmisión hacia los mensajes de allá fuera que nos llegan en un sentido espiritual”, explica Erasto, quien ahora tiene rastas que fluyen en su cabello largo y blanco grisáceo.
A lo largo de su adultez, se unió a marchas que exigían un trato justo para su comunidad y viajó a otras islas para asistir a conferencias dirigidas por la Caribbean Rastafari Organization (Organización Caribeña Rastafari) para defender el derecho sacramental al cannabis.
“Lo consideramos una medicina, una fuente de alimento. La vemos como un sacramento… Nos ayuda a meditar y (a) acceder a la conciencia”, afirma. “Privarnos de nuestra comida, de nuestra medicina, consideramos eso como injusto… Tuvimos que levantarnos y luchar a lo largo de los años”.
Erasto fue parte de un esfuerzo de rastafaris de todo el Caribe para ayudar a derogar la llamada “Ley Rasta” en las Islas Vírgenes Británicas.
La ley de 1980 ordenaba a las autoridades de inmigración negar la entrada al territorio a rastafaris y hippies no residentes. Permaneció en vigencia durante más de 20 años.
“Uno pasa por mucha lucha, especialmente con el cannabis”, manifiesta Shakie Straker, la madre de Erasto y la matriarca del grupo, después de cantar y alabar por horas durante el culto dominical. “Uno paga mucho dinero, multas al tribunal. El hombre va a la cárcel. El hombre incluso pierde la vida. Y esta es la lucha, pero (ahora), es cien por ciento mejor”.
Para purificar la tierra, el grupo mantiene siempre ardiendo las brasas rojas de un fuego Nyabinghi cerca de su lugar de culto. Cocinan juntos y comparten comidas de coco, yuca, zanahoria y cebolla cultivados sin pesticidas en su tierra. Mantienen una fuerte presencia en las redes sociales con fotografías y videos que presentan a los visitantes su cultura y su fe. Y tienen planes para expandirse con la expectativa de construir un museo, una tienda para vender su comida ital y un dispensario de cannabis sacramental.
“Lo que me da esperanza es que ahora llegamos a diferentes partes del mundo y nos damos cuenta del respeto que tienen los rastafaris”, expresa Ras Richie. “Ese es el poder que tenemos ahora”. AP/The Conversation