Rusia acelera el envío a Siria de “consejeros” militares y material pesado de combate. El líder del Kremlin no renuncia a su presencia en el Mediterráneo y quiere cercenar la tentación de contagio del yihadismo al Cáucaso.
Por Pedro González | ZoomNews
Rusia no forma parte de la gran coalición internacional que, encabezada por Estados Unidos, bombardea sin cesar, y hasta ahora sin demasiado éxito, las posiciones del Daesh, el autodenominado Estado Islámico (EI). Sin embargo, numerosos indicios delatan que Moscú ha entrado en la guerra de Siria. El factor desencadenante habría sido el avance, no del Daesh, sino de los rebeldes a la dictadura de Bashar Al-Assad, sobre Latakia, puerto y capital de la región hacia la que se han replegado las familias alauíes de los jerarcas del régimen.
El Frente Al-Nusra, a pesar de las deserciones de algunos de sus miembros que se pasaron al Daesh, está en la órbita de Al Qaeda. Ha impuesto su liderazgo a las demás fuerzas rebeldes no yihadistas, lo que le ha valido tanto el sostén de Arabia Saudí, Qatar y Turquía como que Estados Unidos haga la vista gorda respecto de sus operaciones contra las tropas de Al-Assad.
Los cuatro años largos de guerra no han acabado con el régimen, cuyo presidente lanzó al final de la primavera un llamamiento desesperado a sus dos principales valedores, Irán y Rusia, consciente de que su evicción era inminente. Además de la obvia implicación iraní en el conflicto, de la que Occidente espera con ansiedad que sean los muy preparados guardianes de la Revolución los que hagan la labor de infantería frente al Daesh, el presidente ruso, Vladímir Putin, también habría acudido en ayuda de Damasco.
Los satélites y espías americanos habrían detectado diversos movimientos que delatarían esta implicación. Las sospechas han sido corroboradas por el Observatorio Sirio de los Derechos Humanos (OSDH), una organización no gubernamental que dispone de la mayor red de informadores sobre el terreno en Siria. Su director, Rami Abdul Rahman, ha declarado a la agencia AFP, citada por el semanario francés Le Point, que “desde hace varios meses grandes aviones de carga rusos han aterrizado en Damasco y Latakia, desembarcando baterías de misiles, materiales especiales de construcción y centenares de supuestos consejeros”.
También han sido detectados al menos tres navíos rusos procedentes del puerto de Novorossisk, en el Mar Negro, con decenas de vehículos blindados camuflados y otro material pesado. A este respecto, el ministro ruso de Asuntos Exteriores,Serguei Lavrov, que ha negado siempre que Rusia facilitara material militar “suplementario” a Al-Assad, ha admitido finalmente que los aviones rusos que aterrizan en Siria, además de ayuda humanitaria, transportan “ciertos equipamientos militares, pero siempre dentro del marco de los contratos ya existentes con Damasco”.
Lavrov también había negado que soldados rusos hubieran sido enviados a Siria. Sin embargo, la NSA americana no tuvo dificultad alguna en interceptar los selfiesque algunos de estos jóvenes militares habrían enviado a sus novias y amigos. Evidencias acentuadas por el aspecto de jóvenes reclutas que dichos militares exhiben en las instantáneas. Ante ello, el jefe de la diplomacia rusa arguye que, a pesar de su apariencia por sus caritas de bisoños cachorros, “son militares expertos, encargados de enseñar al ejército sirio el manejo de las armas rusas”.
Como es obvio, ninguna cancillería se cree semejante argumento. La realidad, pues, es que Putin ha decidido que Rusia ha de velar por sus intereses. El primero de ellos es mantener su actual base naval de Tartus en Siria, la única que posee en el Mediterráneo. El enclave, cercano a Latakia, quedaría aislado si los rebeldes a Al-Assad conquistaran esta región y se hicieran con el corredor que une ambos puertos. En Latakia los rusos habrían instalado ya una potente estación de escuchas, y sus instructores serían los que operan desde ella el sistema defensivo antimisiles que Putin habría facilitado a Al-Assad cuando la guerra de Siria entró en su tercer año.
Estos indicios denotan que el presidente ruso no va a dejar caer a su aliado, al menos en tanto en cuanto no se le garantice una salida negociada. Rusia toma así posición ante los posibles movimientos tácticos de Estados Unidos y la Unión Europea. A las tres potencias les une, no obstante, su miedo al yihadismo del Daesh. Y a Putin, en particular, a que el virus del radicalismo islámico se le extienda por el Cáucaso.
Moscú tiene de momento en Chechenia a un controlado dictador de hierro,Ramzan Kadyrov. Pero sabe que ni el más sanguinario de los tiranos podría resistir el virulento contagio del califato del Daesh si éste continuara expandiéndose en Oriente Medio. Además, en caso de que Daesh y Al Qaeda llegaran a fusionarse, a pesar de sus diferencias respecto del liderato, la amenaza de una conflagración total se tornaría en una dramática posibilidad.
Aunque sea de puntillas, pues, Rusia ha entrado en la guerra de Siria, reforzando el papel principal que aspira a jugar en el desarrollo de un conflicto en el que, al igual que Europa, y todo Occidente, también se juega mucho.