El presidente bielorruso, Alexandr Lukashenko, busca el domingo la reelección ante una oposición unificada liderada por la moderada Svetlana Tijanóvskaya y en medio de las tensiones con su mayor aliado, Rusia, al que acusa de buscar la desestabilización del país, el menos democrático de Europa.
“Imagino que ya no soy presidente ¿Qué hacer? No tengo ni idea. No conozco otra forma de vida. Me gustaría dejarlo, si supiera hacer otra cosa. Pero ésta es mi forma de vida”, aseguró Lukashenko esta semana en una entrevista con la televisión ucraniana.
Eterno presidente
Lukashenko, de 65 años, lleva en el poder desde 1994, algo sin precedentes en el continente, y no tiene intención de dejar el cargo o nombrar un sucesor. Aunque prometió que se iría si los bielorrusos así lo deciden en las urnas, en los últimos meses ha hecho todo lo posible para que eso sea prácticamente imposible.
Fiel a su admirado Iósif Stalin, ordenó al KGB la detención de los dos principales candidatos opositores y a un tercero le obligó a exiliarse, aunque todos habían recabado cientos de miles de firmas.
Por si fuera poco, prohibió esta semana todos los mítines opositores, impidió la presencia de observadores internacionales -rusos y europeos- y confía en el voto por adelantado -un instrumento de fraude, según opositores y expertos- para certificar su victoria en los comicios presidenciales del domingo.
Apeló al voto del miedo enarbolando la bandera de la estabilidad neoestalinista. El argumento es que si la oposición llega al poder se repetirá la senda ucrania, es decir, revolución, guerra, llegada al poder de los oligarcas e injerencia externa.
“Algunos siguen incitando a la gente a un Maidán el 9-10 de agosto. Dios no lo quiera que estalle un incendio y se propague por todo Minsk. No podemos permitirlo y no lo permitiremos”, dijo.
Tijanóvskaya, el voto de protesta pacífico
La oposición democrática no ha caído en la trampa. Al contrario que en el pasado, se ha abstenido de desafiar a Lukashenko en las calles. No cree en la violencia como instrumento de cambio democrático y no quiere darle excusas al KGB. Para eso están las redes sociales.
Tijanóvskaya, que asumió el liderazgo de la oposición tras la detención de su marido, el bloguero más popular de este país, Serguéi Tijanovski, ha evitado aludir a posibles protestas postelectorales en caso de fraude y nunca ha pedido ayuda a las potencias occidentales.
“No esperamos ayuda de Rusia u Occidente. Lo que ocurre en Bielorrusia es voluntad del pueblo bielorruso y son los bielorrusos los que deben defender sus derechos”, comentó a Efe María Kolésnikova, aliada de Tijanóvskaya y representante del apresado banquero Víctor Babariko.
Lukashenko, conocido por su recalcitrante machismo, ha recibido de su propia medicina. Dijo que una mujer “nunca” sería presidenta bielorrusa y mañana, domingo, se enfrenta a una troika de mujeres: Tijanóvskaya, Kolésnikova y Veronika Tsepkalo, esposa del diplomático y candidato exiliado Valeri Tsepkalo.
“Lukashenko se equivocó al despreciar la alianza entre tres mujeres. Queremos ganar. Esperamos que los bielorrusos tomen la decisión correcta y se produzca un cambio de régimen”, comentó a Efe Tsepkalo.
Fraude por adelantado
Con todo, la oposición es consciente de que el presidente tiene la sartén por el mango. Entre un 30 % y un 50 % de los electores, en su mayoría militares, funcionarios y trabajadores de fábricas estatales, vota por adelantado.
“Imagínese. En las empresas estatales aún existen los departamentos ideológicos, como si estuviéramos aún en la URSS. Si no votas por adelantado, te amenazan con el despido. Y, claro, cuando nuestros sueldos son menores que las pensiones de los países vecinos, no hay salida”, explicó Tsepkalo.
La oposición ha optado por llamar a los bielorrusos a negarse a votar por adelantado y hacerlo sólo el domingo, cuando es más factible combatir un pucherazo, y ha puesto en marcha un recuento alternativo.
“La voluntad popular no se puede manipular. La demanda de cambio es evidente. Si no ocurre el domingo, ocurrirá más pronto que tarde. Este proceso es imparable”, insiste Kolésnikova.
Tensiones con Rusia
En esta ocasión Lukashenko, conocido durante muchos años en Occidente como el “último dictador de Europa”, no está abiertamente enfrentado a la Unión Europea o a EEUU, sino a Rusia.
Las tensiones comenzaron a finales del pasado año con la falta de acuerdo sobre el precio de las exportaciones rusas de petróleo y gas, que llevaron incluso a la suspensión de los suministros.
Al principio de la campaña electoral cuando el KGB detuvo a Babariko, Minsk acusó al consorcio gasístico Gazprom de intentar desestabilizar Bielorrusia en represalia contra Lukashenko por oponerse a firmar el tratado de la Unión Estatal con Rusia.
La última gota ha sido la detención de 33 supuestos mercenarios rusos de la compañía militar privada Wagner, vinculada con el Kremlin y con presencia en Ucrania, Siria y Libia, entre otros países.
El presidente ruso, Vladímir Putin, intentó aliviar las tensiones el viernes con una conversación telefónica, pero el líder ucraniano, Vladímir Zelenski, se le adelantó al pedirle a Lukashenko la extradición de los mercenarios que combatieron con los prorrusos en el Donbás.
Por todo ello, en las elecciones del domingo no sólo está en juego el futuro político de Lukashenko, sino sus relaciones con el Kremlin y la Casa Blanca, que normalizó sus lazos con Minsk justo antes de las elecciones al acordar el retorno del embajador tras 12 años de ausencia y enviar una primera partida de petróleo estadounidense para cubrir el vacío dejado por el crudo ruso.EFE