Todo el mundo sabe algo, aunque sea de oídas, del 11 de septiembre de 1973 en Chile. Cualquiera conoce las fotos del cerco y del bombardeo aéreo sobre la Casa de la Moneda, cualquiera ha oído el discurso de Allende cuando ya se sabía derrotado, cualquiera ha visto su retrato con chaqueta de tweed, casco y pistola, escoltado por el Grupo de Amigos Personales.Muchos tienen también la vaga idea de que Pinochet era considerado, hasta ese día, un militar leal al Gobierno… Nadie ignora lo que significó aquel golpe, cuáles fueron sus raíces y sus consecuencias.
De modo que todos tenemos el plano del conocimiento, pero nos falta el contenido. La Moneda, 11 de septiembre, el libro del chileno Francisco Aguilera (editado en España por Dracena) es una manera perfecta de saciar la curiosidad. La Moneda, 11 de septiembre está construida sobre cuatro testimonios: el de un policía (carabinero), simpatizante de Allende que despertó tarde y resacoso, cuando el golpe ya estaba casi decidido, y que quiso ir a defender La Moneda pero no pudo; el de un camarero que trabajaba en el palacio y que estaba dentro cuando llegó Allende y cuando sonaron los primeros tiros; el de un bombero que fue movilizado para el bombardeo pero al que no permitieron apagar el incendio hasta última hora; y el de un recluta, partidario del golpe, que pasó el 11 de septiembre dando vueltas en formación por medio Santiago de Chile sin saber cuál era su papel.
Sus relatos se dan relevos como en una novela y explican el golpe de Estado de 1973 a través de mil anécdotas e imágenes reveladoras.Por ejemplo, el paseo de Allende por una galería del palacio, adornada con los bustos en yeso de los presidentes que lo precedieron. Casi en un desplante, el presidente pidió que destruyeran todos los retratos menos dos: los de José Manuel Balmaceda y Pedro Aguirre Cerda.
El caso de Allende es interesante. Todos tenemos la idea de que el presidente se defendió como un acto simbólico, como una manera romántica de reivindicar la dignidad de su cargo ante la historia. Aguilera, en cambio, explica que Allende resistió porque esperaba ganar la batalla.
«Al principio, Allende no sabe que corre a la perdición dirigiéndose a La Moneda, ¿cómo podría saberlo? Al contrario: tiene la certeza de que contará con unidades militares leales para defender al Gobierno. Lo avala la actuación del Ejercito durante el Tanquetazo [el golpe frustrado de julio de 1973], el hecho de que Pinochet fuese considerado como un general legalista y apolítico y la presencia del director de Carabineros a su lado en La Moneda. Allende lo dijo varias veces: pase lo que pase, siempre habrá, en algún lugar, una unidad militar leal al Gobierno. Yo no dudo de que su objetivo era resistir para superar el golpe».
Un dato: durante su última mañana, Allende sólo perdió los nervios una vez, cuando supo que el jefe de la Policía Civil [un cargo de su confianza], había dimitido ante los militares.
En el fondo, ésa es la pregunta que ronda por todas las páginas de La Moneda, 11 de septiembre. ¿Por qué nadie fue al centro de Santiago a combatir a los golpistas? A Allende sólo lo acompañaron una docena de guardias personales y un partidario anciano que estuvo dando tiros desde el balcón de su casa, vecina de La Moneda.
«Hubo un rumor el día del golpe», explica Aguilera, «el ex comandante en jefe, Carlos Prats, se dirigía desde el sur con un ejercito para enfrentar a los golpistas. Dicho rumor fue una esperanza, casi una certeza, para quienes defendían al Gobierno. Allende sabía que la única manera de enfrentar un putsch era con el concurso de unidades militares leales como en el Tanquetazo. En este sentido, los que abandonaron a Allende son los únicos que podían haberlo salvado: las Fuerzas Armadas y de orden».
Pero hay más: «Con respecto a las fuerzas de izquierda, existía un dispositivo de defensa del perímetro de La Moneda y del presidente: había un plan de contención a los golpista (a la espera justamente del apoyo de unidades militares leales). Se había diseñado un cordón de francotiradores apostados en los edificios que rodeaban La Moneda. Al final, la mayoría de esos combatientes no se presentaron».
Y continúa: «La parte menos conocida de la historia probablemente corresponde al intento del aparato militar de Partido Socialista (con la ayuda de otros grupos de izquierda) de crear una columna armada que hiciera irrupción en La Moneda para rescatar a Allende. El grupo se reunió en el sector industrial de la población obrera de La Legua. Fueron cerca de 200 hombres armados. Se reunieron al mediodía. Demasiado tarde. A esa hora La Moneda ya está siendo bombardeada».
«Todavía discutieron sobre la posibilidad de formar una columna que se iría haciendo fuerte en su marcha hacia La Moneda.Pero, entonces, fueron rodeados por los carabineros. Su gesto obedecía más a una retórica voluntarista que a la realidad de las fuerzas en presencia: hubo combates y enfrentamientos pero terminaron por dispersarse. Insisto, la posibilidad misma del dispositivo antigolpista necesitaba al menos de un enlace o colaboración con elementos militares leales al Gobierno, por mínima que fuera, aunque sólo se limitara a entregar armas a los trabajadores».
Hay más figuras románticas, condenadas a la fatalidad en La Moneda, 11 de septiembre. Por ejemplo, el mayor Omar Zavala, el ayuda de campo de Pinochet, que, cuando comprendió que su superior estaba en la conjura, dijo que no quería acompañarlo. Fue arrestado y ahí se perdió su pista: «Me encantaría poder hablarle de él, pero por desgracia, es toda la información que manejo sobre él», explica Francisco Aguilera.
«Zavala es un personaje que permanece enigmático. En todo caso, forma parte de aquellos soldados y oficiales que dijeron no al golpe. No sé lo que fue de él. No sé siquiera si en la actualidad está vivo o muerto. Sobre si sabía o no, o hasta que punto, de la conspiración en marcha, es imposible asegurarlo con certeza. Me imagino que lo sospechaba. Pero es posible en efecto que no estuviera seguro de la participación de Pinochet en el golpe, que creyera en su lealtad hasta el ultimo momento. Pinochet sólo se une a los golpistas pocos días antes, con los planes ya diseñados».
Luis Alemany/El Mundo