La culpa que persigue al camarero mexicano que socorrió a Robert Kennedy en el momento de su muerte

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Cuando la mujer se le acercó en el autobús para confirmar que él era quien aparecía en las fotos del periódico junto a un moribundo Robert Kennedy, Juan Romero notó que aún tenía manchas de sangre seca entre sus uñas.

Era 5 de junio de 1968 y menos de 24 horas más tarde se anunciaría el fallecimiento del entonces precandidato presidencial por el Partido Demócrata, un suceso que marcaría la historia contemporánea de Estados Unidos y en el que este inmigrante mexicano -que entonces apenas tenía 17 años- resultó ser un protagonista involuntario.

La imagen que dio la vuelta al mundo había sido tomada la noche anterior y mostraba a Kennedy tirado en el piso de la cocina del lujoso Hotel Ambassador de Los Ángeles. Arrodillado a su lado, un perplejo y desconsolado Romero.

Había sido captada pocos segundos después de que el hermano del también asesinado presidente John F. Kennedy fuera víctima de tres certeros disparos realizados justo después de haberle dado un apretón de manos a Romero, quien trabajaba como asistente de camarero en el hotel y había acudido a la cocina con la esperanza de saludar al hombre que, en su opinión, iba a ser el próximo presidente de Estados Unidos.

El atacante, Sirhan Sirhan, era un inmigrante palestino molesto por el apoyo ofrecido por Kennedy a Israel después de la Guerra de los Seis Días.

«Recuerdo haber extendido mi mano lo más lejos que podía. Luego, lo recuerdo apretando mi mano y, cuando él me estaba soltando, alguien le disparó», recordó la semana pasada Romero en una entrevista -una de las pocas que ha concedido en el último medio siglo- para la emisora pública estadounidense NPR.

«Me arrodillé junto a él y puse mi mano entre el frío concreto y su cabeza solo para que estuviera cómodo. Podía ver sus labios moviéndose, así que me acerqué y le escuché decir ‘¿Está todo el mundo bien?’ Yo le dije ‘Sí, todo el mundo bien’. Podía sentir el flujo de la sangre entre mis dedos«.

«Yo tenía un rosario en el bolsillo de mi camisa y lo saqué pensando que él lo iba a necesitar mucho más que yo. Lo até alrededor de su mano derecha», agregó.

Pocos segundos más tarde, Romero fue apartado por Ethel Kennedy, la esposa de Robert, quien entonces estaba embarazada del undécimo hijo de la pareja.

Al precandidato se lo llevaron inconsciente y malherido al hospital donde fallecería 26 horas más tarde.

Su encuentro con Romero había sido breve pero, desde entonces, ha seguido siendo una presencia constante en su vida.

¿En el lugar correcto?

En las décadas transcurridas desde el asesinato de Kennedy, Romero estuvo atormentado por la culpa.

Tras los sucesos de aquel 5 de junio de 1968, comenzaron a llegar muchas cartas al Hotel Ambassador dirigidas al joven que trabajaba allí como ayudante de camarero.

Muchos de aquellos textos traían mensajes de apoyo pero alguno contenía duras acusaciones. Le llamaban egoísta y le decían que si él no hubiera saludado a Kennedy aquella noche, quizá no le habrían matado.

La culpa y la fama no buscada le hicieron renunciar poco tiempo después a su trabajo en el hotel, donde desde aquellos sucesos había un flujo continuo de turistas que querían tomarse una foto con el joven.

La presión se hizo insoportable y Romero decidió abandonar Los Ángeles y mudarse a Wyoming para rehacer su vida.

Tiempo después regresó a Los Ángeles pero terminó por establecerse en San José, donde sigue trabajando hasta ahora en obras de asfaltado y pavimentación.

Año tras año desde entonces, en cada aniversario de la muerte de Robert Kennedy, Romero lleva flores a un monumento que hay en su honor en el centro de la ciudad.

«Con frecuencia la gente dice que yo estuve en el lugar correcto a la hora indicada… No, el lugar correcto y la hora indicada habría sido que yo…hubiera sido el baleado«, dijo Romero recientemente en una entrevista con la agencia AP.

«Uno de los nuestros»

Nacido en Mazatán (México), Juan Romero se mudó siendo niño a Baja California, donde tuvo que esperar hasta que su familia consiguió autorización para llevárselo a Estados Unidos.

Tenía 10 años cuando se mudó a un barrio pobre en el este de Los Ángeles.

Luego vinieron tiempos convulsos. Siendo un adolescente que asistía a la secundaria Roosevelt High School, vio cómo se comenzaron a organizar protestas en contra de la discriminación de los estudiantes de origen mexicano.

Él no participó en las manifestaciones. Vivía en un hogar regido con mano dura por su padrastro, quien no habría tolerado que el joven se metiera en problemas.

En lugar de ello, tomó un trabajo en el Hotel Ambassador, al que asistía cada día después de la escuela, inicialmente como lavaplatos y, luego, como ayudante de camarero.

Romero ha dicho que, en aquella época, no tenía mucha conciencia política.

Sí sabía, sin embargo, que en muchos hogares mexicanos había fotos de John F. Kennedy, el primer católico en llegar a la presidencia de Estados Unidos; y también había visto grabaciones de Robert Kennedy visitando a los trabajadores de origen mexicano en las granjas de California.

Esos elementos fueron suficientes para incitarle a querer conocer al entonces precandidato presidencial cuando supo que visitaría Los Ángeles con motivo de las elecciones primarias demócratas en California y que se hospedaría precisamente en el mismo hotel donde él trabajaba.

Entonces, Romero hizo un acuerdo con otro compañero de trabajo para que este le dejara llevar el servicio a la habitación de Kennedy para así poder conocerle y fue así como el joven mexicano logró tener un primer encuentro con el dirigente demócrata, un día antes de que fuera asesinado.

Romero cuenta que cuando acudió a la habitación junto a otros compañeros, Kennedy estaba hablando por teléfono y lo bajó para darles la bienvenida.

«Todo lo que recuerdo era que me quedé mirándolo con la boca abierta», dijo Romero al relatar a AP cómo Kennedy le saludó con un apretón de manos y le dio las gracias.

«Nunca olvidaré ese saludo y esa mirada… mirándote con esos ojos penetrantes que decían ‘yo soy uno de ustedes’. Él no estaba mirando mi piel, ni mi edad…me estaba mirando como estadounidense«, relató.

«Cuando él te miraba podías darte cuenta de que te estaba tomando en cuenta. Recuerdo haber salido (de esa habitación) como si midiera tres metros de alto«, señaló Romero al rememorar ese encuentro en la entrevista con NPR.

Fue por eso, para agradecerle por el buen trato y para felicitarle por el éxito recién obtenido en las primarias de California, que Romero acudió a la cocina del Ambassador para saludar nuevamente a Robert Kennedy y darle un segundo apretón de manos, uno por el que pasaría trágicamente a la historia, reseña  BBC News Mundo