A diferencia de su predecesor, Donald Trump, Joseph Biden es un veterano hombre del «establecimiento» estadounidense. En la biografía más reciente del expresidente Barack Obama, se justifica su elección como vicepresidente por su amplio conocimiento de factores claves de la política estadounidense: las fuerzas armadas, las relaciones internacionales, la endiablada institución parlamentaria y el mundo corporativo.
En todos esos ámbitos, el ahora presidente de Estados Unidos tiene relaciones y conexiones, las que cultivó durante sus muchos años como parlamentario, por lo que conoce bien cómo se ejerce el poder en su país.
Biden, además, es un hombre que sabe perder, porque ha tenido que asumir derrotas varias veces, pero también es un presidente anciano que gobierna un mundo muy distinto al que existía cuando le pasó por la cabeza, por primera vez en 1988, ocupar el célebre salón oval de la Casa Blanca.
Por ello, con realismo asumió que había que salir de Afganistán, tras 20 años de ocupación, que el regreso de los talibanes muestra como perdidos. El presidente Biden no descubrió la pólvora. Sus dos últimos antecesores sabían que esa era una guerra perdida e inútil, al menos de cara a los objetivos de Estados Unidos.
Trump trató de salvar la honra con su estilo de duro empresario con el que gobernó el país, a través de una negociación directa -el acuerdo de Doha- con los talibanes, en la que entregó el compromiso de una retirada con fecha precisa a cambio de una promesa de «portarse bien». Como siempre, el mandatario presentó este pacto como un glorioso triunfo.
Biden evaluó sus opciones y salió de Kabul en una operación caótica que recordó las escenas de la evacuación de Saigón en 1975 que puso fin a la guerra de Vietnam, cuando el presidente ya era senador, el más joven de la Cámara.
El presidente argumentó que Estados Unidos ya no tenía «un propósito claro en una misión abierta en Afganistán» y que la retirada de Estados Unidos marcaba el «fin a una era de importantes operaciones militares para rehacer otros países”, citó CNN.
El mandatario estadounidense prometió que la misión de ayudar a esas personas a irse continuaría, también dejó en claro que el interés de Estados Unidos en Afganistán había terminado.
Biden estaba defendiendo una decisión que ha atraído el escrutinio por su caótica ejecución, que socavó su promesa de restaurar la competencia del gobierno. Su discurso, pronunciado en un tono apasionado, reveló destellos de ira hacia sus críticos. No ofreció disculpas por cómo terminó la guerra, dijo la nota de CNN sobre el discurso.
En cambio, dijo que la verdadera decisión en Afganistán era «entre irse y escalar», enmarcando su decisión de retirar las tropas como la única opción además de enviar más fuerzas al país. Sugirió que el humilde final de la guerra, con los talibanes nuevamente en control después de que se gastaron billones de dólares y se perdieron miles de vidas para expulsarlos, fue culpa de las decisiones tomadas hace mucho tiempo.
Biden reconoce, en esta su primera crisis, que Estados Unidos debe redefinir su rol en el mundo. Y lo hace sin esguinces: «No iba a extender una guerra para siempre. Y no iba a extender una salida para siempre».
Quizás, el áspero discurso de Biden sorprenda, disguste e incluso preocupe a muchos. Pero, el mensaje queda claro. Habrá que ver a qué mundo conduce. AFP
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